LA MESA DE LA JODIENDA
JUAN CARLOS ESCUDIER
La principal
novedad del acto de ayer en el Colegio de Arquitectos de Madrid no fue ver
juntos en el mismo escenario a Felipe González y José María Aznar cantando
alabanzas a la Constitución, a la Transición y a ellos mismos, que como decía
Mark Twain nacieron modestos pero les duró poco. La gran revelación de la tarde
fue descubrir el origen de la mesa de despacho que compartieron en Moncloa,
regalo al parecer del general Narváez a Isabel II y sobre la que la reina más
ardiente de la dinastía se supone que recreó el Kamasutra con su galería de
amantes, mientras el populacho cantaba a su marido Francisco de Asís coplas
como ésta: “ Paquito Natillas/ es de pasta flora/ y mea en cuclillas/ como las
señoras”. Hay mesas que lo aguantan todo.
No sorprendió por tanto
que los expresidentes que más odio se han profesado en la historia se
comportaran como viejos camaradas y exhibieran su condición de estadistas,
tipos con tantas luces y tan largas que deslumbran y son un auténtico peligro
para la circulación rodada. Como alguna vez se ha dicho aquí, no estamos ante
simples jarrones chinos, que era como González definía a los miembros de este
reducido club de cesantes, sino frente a dos majestuosos guerreros de
terracota, siempre alerta para defender aquel Régimen del 78 que tanta
prosperidad ha derramado a cántaros sobre el país.
Como no podía ser
de otra manera, la conclusión de su debate sobre esa Constitución en el umbral
de los 40 años es que la Biblia de la Transición, aun perfectible, no es la
culpable de nuestros males. Los verdaderos responsables son los políticos de
ahora, que son más malos que la carne de pescuezo, carecen de proyecto y son
incapaces de reflexionar sobre el futuro, que es justamente a lo que se dedican
ellos cuando no se están mirando en el espejo de la bruja de Blancanieves.
El caso es que,
pese a las apariencias de incompatibilidad, González y Aznar llevan tiempo
coincidiendo en muchas cosas, empezando por el desprecio que han albergado a
sus sucesores. Ya fuera desde el olimpo o desde los consejos de administración
de varias multinacionales, estos dos padres de la patria siempre han sabido lo
que nos conviene. A González siempre le ha dolido España y Aznar no sólo España
sino también los abdominales cuando se los castigaba de manera inmisericorde.
Ambos siempre supieron que lo mejor para el país era un gran coalición entre
PSOE y PP, si no de facto sí de espíritu, porque los peligros del
independentismo y del populismo exigían tamaño sacrificio.
Con la llama del
consenso sobre la cabeza, quienes en su día no lograron ponerse de acuerdo en
nada salvo en despellejarse, ofrecieron la imagen de que todo tiene solución,
incluido el problema catalán, ya sea por la vía federalizante o enviando
tanques a otra vía, la Diagonal. A la vista de semejante hermanamiento hasta
las mentirijillas fueron disculpables. No es verdad que el bipartidismo fuera
lo que eligió la gente seleccionando sus preferencias en un mar de siglas, sino
que fue impuesto por una ley electoral conscientemente programada para esa tarea.
Y sí, muchos de los problemas que se padecen tiene su origen en una
Constitución que ampara unos derechos que no se cumplen y que, parafraseando a
Jefferson, impone a los vivos el presente de los muertos.
Lo mejor de todo
fue evocar esa mesa por donde pudo haber pasado O’Donnell antes de irse a la
guerra de Maruecos y que durante 22 años sirvió a nuestros protagonistas para
arrebatar a los españoles la fe en la política. Esa mesa merecería ser
conservada tras una vitrina y con una plaquita dorada con su nombre: la mesa de
la jodienda. Para los dos jarrones chinos que ayer se exhibían no es necesaria
protección alguna. Son irrompibles e inquebrantables, una porcelana de
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