JM AIZPURUA
Aguas obscuras,
sucias, de mi pobre ría mancillada sobre las que paseo mi ausente mirada en el
amanecer. Voy paseando por tu orilla diestra momentos antes de que el deber
convulsione tus orillas y comience la loca sinfonía de bocinas y motores
envueltos en tus humos.
Ahora, por el
contrario, está desierto el panorama. Diviso el Puente con algo de movimiento,
pero aquí estoy solo. Un leve ruido me saca de mi error. Frente a mi a pocos
metros una gaviota nívea me mira fijamente asustada en posición de vuelo.
Me detengo, la miro
dulcemente, me siento en la escalera y le digo:
No temas compañera
gaviota; soy solo un paseante solitario que viene a consolar sus penas.
La gaviota sigue
inmóvil, pero su mirada me indica que ya no teme, solo duda. Yo le sigo
hablando suavemente, y ella por fin se entrega y con pausado paso y rítmicas
cabezadas hacia el agua y hacia mí, reinicia su tarea.
¡Pobre gaviota!, a
ti también te van mal las cosas. Antes tenías el sustento asegurado, con buenos
peces en tu juventud y con la vejez tranquila en las orillas comiendo los
despojos que los pescadores arrojaban.
Ya ves ahora, solo
bidones y plásticos bajan por la ría rodeada de asfaltos y ladrillos.
La gaviota se
detiene, me mira, y me parece que sonríe.
Tu me entiendes,
gaviota, porque yo te hablo en el lenguaje compungido del que lucha en adversas
condiciones, palabra humilde de quien no se siente el rey de la creación. Yo
veo tu lucha por la vida, compañera gaviota, y me siento solidario con tu
causa.
La gaviota me mira
complacida, se acerca, y se acurruca al pie de la escalera.
Tampoco es para mí
la vida fácil, compañera gaviota, no es nada fácil. Suelo venir aquí muy a
menudo pues por ahí, mira, por ese camino pasará dentro de muy poco una mujer
que yo conozco.
También tu la
habrás visto pasar, es muy morena, alta, muy guapa, y sobre todo dulce. ¡Tiene
unos ojos! Cuando te mira………. Está bien, gaviota, no me mires con aire burlón,
quizás exagero, pero compréndeme, a mí me lo parece ¿Sabes de quien te hablo?
La gaviota asiente
comprensiva.
¡Ay gaviota! ¡No
sabes como la he querido! Desde que la conocí la he mimado, la vi pasar de niña
a mujer y siempre soñé que algún día me haría compañía. Guardé mi lecho
inmaculado, para que, si lo usaba, jamás pudiera presentir amor barato, pues
todo lo dejé para ella.
Y ya me ves; solo y
entristecido. Ella emprendió otro rumbo y yo no supe atraerla hacia el mío.
Por eso paseaba.
Estaba meditando, consciente de haber pasado otra hoja del libro de mi vida,
con miedo a ver la hoja siguiente en blanco. ¿Qué podré yo escribir en ella,
gaviota? ¿Otro nuevo amor? ¿Amores mercenarios? Las dos cosas me aterran.
No tengo suerte,
gaviota, al elegir mi compañera. Y es que no elijo, me ciega el corazón y me
despeño.
Ya comienza a romperse
el silencio y dentro de muy poco aparecerá hombres y máquinas, arrasando la paz
de madrugada.
Debemos irnos,
gaviota. Yo volveré otro día a saludarte. Tu, la verás a ella, y si te mira,
cuéntale como la quise, aunque quien ha visto los flamencos rosados de Ngong,
quizás no repare en una vulgar gaviota. No importa. A mí me gustas. Te traeré
gusanas. Quizás algún día venga yo a verte con una compañera, y entonces ¡no me
descubras mi amor oculto!
La gaviota me mira
muy ofendida y mueve la cabeza varias veces.
Perdóname querida
gaviota. No se lo que me digo. Ya se que eres mi amiga y guardarás mi secreto.
Agur compañera gaviota, gracias por hacerme compañía. Suerte en tu jornada.
La gaviota abre sus
alas y emprende un vuelo reposado, se remonta hacia lo alto y me dirige una
postrera mirada. Yo la saludo con la mano y lentamente me alejo de la ría.
Es curiosa la vida;
me entienden mejor las gaviotas que las mujeres.
(PUBLICADO EN 1986)
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