EL SINDICATO DE MERETRICES
JUAN CARLOS ESCUDIER
Si las
rectificaciones son ejemplos de sabiduría, el Gobierno parece empeñado en
sorprendernos con demostraciones periódicas de su erudición enciclopédica. La
última lección magistral ha consistido en dar el visto bueno a un sindicato de
meretrices, publicar su inscripción en el BOE y anunciar después que la
Abogacía del Estado impugnará sus estatutos porque un Ejecutivo feminista y
socialista no puede avalar una actividad ilegal que vulnera los derechos de las
mujeres. Según la ministra Magdalena Valerio, este curso acelerado de cómo
hacer el ridículo ha sido un “gol por la escuadra”, probablemente de chilena,
que le ha producido mucho tormento y enorme sofoco.
El asunto no
debería zanjarse como un simple error, ya que de ser así el yerro ha sido
múltiple. Lo primero que debería explicarse es cómo la directora general de
Trabajo, Concepción Pascual, puso su firma a la inscripción definitiva después
de pedir a los promotores de la Organización de Trabajadoras Sexuales (OTRAS)
que subsanaran algunos defectos formales en la tramitación. Tan inexplicable
como que Pascual no advirtiera la naturaleza de un sindicato cuya denominación
es bastante elocuente o que considerara un simple acto administrativo este torpedo
a los principios feministas del Ejecutivo, es que todavía siga en su puesto.
El segundo misterio
que alguien tendría que aclarar es cómo una directora general puede enviar al
BOE lo que le venga en gana sin recibir el plácet de la ministra, y sin que su
resolución haya sido visada por los responsables de Igualdad que, en teoría o
así se nos dijo, están encargados de monitorear todas las acciones del Gobierno
para que el machismo, que es como el diablo, no se esconda en los detalles.
Lo tercero, y aún
más importante, es que el Consejo de Ministras no haya considerado prioritario
en sus primeras medidas acabar con la “esclavitud más antigua y grande de la
historia”, dicho sea en palabras de la vicepresidenta Carmen Calvo. Es una
verdad a medias que la prostitución no sea legal en España ya que tampoco es
ilegal y se mueve en un limbo jurídico. Los tribunales castigan el proxenetismo
pero sólo cuando se obliga a las mujeres a prostituirse y se sanciona el
consumo únicamente si se solicita o se ejecuta en determinados lugares
públicos.
Esa es la razón de
que existan cerca de 1.500 burdeles y de que sus propietarios hayan podido
constituir sin mayores problemas una asociación que ejerce funciones de
patronal del sexo. Ese tipo de proxenetismo, el de los locales de alterne y el
de innumerables pisos de citas, está consentido aunque las mujeres sufran allí
la misma explotación a la que les sometería el chulo de la esquina. Si es
posible sacar a la momia de Franco de su mastaba también debería serlo
penalizar todos los negocios relacionados con la prostitución, ya sean éstos
ejercidos de manera forzada o disfrazados de una relación laboral y, por
supuesto, castigar con prisión a los clientes.
Si, como parece, el
Gobierno es partidario de la tesis abolicionista, puesta en práctica en varios
países nórdicos, no es admisible la demora en ponerse manos a la obra. La
solución sueca –castigar al cliente con multas y pena de cárcel- ha asestado un
duro golpe a la trata, ha hecho desaparecer la prostitución en la calle y ha
reducido drásticamente la explotación encubierta. Francia ha seguido
recientemente este camino frente a la corriente legalista que considera la
prostitución un trabajo que ha de regularse y que se mantiene en Holanda,
Dinamarca o Alemania, focos de atracción del turismo sexual en Europa.
Considerar a las
prostitutas como víctimas, entender que su actividad supone una vulneración de
los derechos humanos y una forma de dominación, y culpabilizar a proxenetas y
clientes no es suficiente. No basta con retocar el Código Penal. Se requieren
ayudas y soluciones vitales para alejar a las mujeres de ese entorno. A eso y a
buscar una nueva directora general de Trabajo es a lo que tendría que dedicarse
el Gobierno, a ver si a la ministra Valerio se le pasa el disgusto y acaba
ganando el partido.
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