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lunes, 17 de septiembre de 2018

EL «OTRO» CONCIERTO VASCO (1)



EL «OTRO» CONCIERTO 
VASCO (1)

Un repaso a las claves y las circunstancias culturales e históricas que explican el concierto social del País Vasco y su decisiva influencia en las actuales e innovadoras políticas de desarrollo territorial en el contexto de la “tercera generación de políticas de desarrollo regional”.

Texto y fotos:
 Jaime Izquierdo

Hay en Euskadi dos tipos de concierto. Uno, el más conocido, es el que se refiere a la relación financiera entre el Estado y el gobierno autónomo, en el que se incluye el llamado «cupo vasco». Y el otro, más desconocido, es el concierto que la sociedad vasca, su sistema local de empresas y los distintos ámbitos locales y autonómicos de gobierno —tanto institucionales como sociales de naturaleza  cultural, comunal  y consuetudinaria—  han articulado  internamente  para  armonizarse entre sí.




Si alguien cree que el desarrollo social, cultural, tecnológico y económico alcanzado por el País Vasco se debe principalmente al concierto financiero se equivoca. Es precisamente el otro concierto, en apariencia más intangible y ciertamente más invisibilizado, la causa principal. La forma de tributación no justificaría por sí sola la eficiencia con la que el País Vasco compite en un mundo globalizado. El concierto económico, sin el otro concierto, no hubiera servido para gran cosa. Es más, no hace falta ir muy lejos para comprobar como regiones que han recibido cuantiosas inversiones públicas y transferencias de rentas del Estado no han sabido, o no han podido, utilizar el capital financiero para superar   el   final   del   modelo   de   industrialización   primaria   y   han   quedado   sumidas   en   el
«desconcierto». Un buen concierto social, empresarial e institucional en la comunidad —sea del ámbito territorial que sea— es el que crea las bases para construir un eficiente y bien estructurado ecosistema de innovación y desarrollo local. Sin ese armazón prioritario el dinero público no sirve de mucho.

El economista chileno Sergio Boisier (1992) defiende la trascendencia decisiva del concierto social cuando dice que la “construcción política de la región, en relación al establecimiento del aparato político y administrativo, es algo que puede hacerse incluso por decreto; la construcción social, por el contrario, debe hacerse desde y con la embrionaria sociedad regional. Construir socialmente una región significa potenciar su capacidad de autoorganización, transformando una comunidad inanimada, segmentada por intereses sectoriales, poco perceptiva de su identidad territorial y, en definitiva, pasiva, en otra organizada, cohesionada, consciente de la identidad sociedad-región, capaz de movilizarse tras proyectos políticos colectivos, es decir, capaz de transformarse en sujeto de su propio desarrollo”.

Tres generaciones de política regional

En las sucesivas generaciones de política regional del siglo XX, el País Vasco ha estado siempre en la vanguardia. En la primera generación, en los tiempos de las políticas de concentración de los polos de desarrollo de iniciativa estatal —a mediados de siglo— a la par que tuvo lugar la inversión pública en la siderurgia, surgieron unas singulares y atrevidas iniciativas endógenas de industrialización que apuntaban en la dirección comunitaria. El movimiento local de industrialización cooperativa del valle de Mondragón es, sin duda, el mejor ejemplo.

1 Publicado en La Nueva España el 22 de abril de 2018.

Con la creación del Estado de las Autonomías —década de los ochenta— se producen dos procesos simultáneos: por una parte se inicia la reconversión de las industrias creadas con la primera generación y, por otra, se da paso a una segunda generación de políticas de desarrollo regional que fijará su atención en los emergentes procesos endógenos y en el nuevo papel del territorio. Boisier define a las regiones, en el ámbito de esta segunda generación de políticas regionales, como “cuasi estados y cuasi empresas”. Cuasi estados, porque van a tener una amplia capacidad de competencias para diseñar sus propios procesos de desarrollo territorial, y cuasi empresas, porque tendrán que organizarse con habilidades propias de la empresa para hacer que el triángulo gobierno-sistema regional de empresas-sociedad sea capaz de competir en los mercados exteriores y posicionarse con liderazgo en los interiores. El achatarramiento de la industria pesada del gran Bilbao para dar paso a un nuevo modelo de ciudad; la expansión del modelo cooperativo industrial de Mondragón hacia nuevas áreas de actividad y la consolidación del «otro concierto» en la sociedad vasca, son los principales referentes de esta segunda generación que nuevamente Euskadi culmina con éxito.


Mondragón,  un  entorno  empresarial  de  cooperativas  innovadoras  de  última  generación  en  un  valle  similar,  en  lo topográfico, a los valles de la cuenca minera asturiana.


El mundo se encuentra ahora en los prolegómenos de la tercera generación de políticas regionales. Y los vascos, otra vez, están al frente de ella. En palabras de Bert Helmsing, la  principal característica de esta nueva generación estriba en que la orientación del modelo será netamente territorial y no requerirá necesariamente más recursos sino aumentar «la racionalidad sistémica en el uso de los mismos» en la búsqueda de un nuevo orden local y en la contribución a nuevo orden global a favor de la igualdad, la equidad, la cooperación, la colaboración, la innovación permanente, la solidaridad, la nueva relación entre la ciudad y el campo y la integración entre ecología y economía.
Ya no se trata de crecer más, sino de crecer mejor aunque sea menos. Ya no se trata de acumular, sino de redistribuir. Ya no se trata de poner el objetivo en el dinero, sino en la comunidad. Ya no se trata de segregar el territorio creando espacios para el desarrollo y espacios para la conservación, sino de hacer que el desarrollo y la conservación sean la misma cosa y se expresen en el territorio respetando y actualizando su historia local. Ya no se trata de separar lo urbano y lo rural, sino de integrar y respetar las distintas identidades locales y estimular las sinergias entre territorios. Ya no se trata de ordenarse por sectores económicos, sino hacer que estos creen sinergias y capital relacional propiciando la interdependencia de distintas áreas de actividad empresarial. Ya no se trata de formar exclusivamente para la «habilidad» sino de hacerlo antes «para la sensibilidad», como dice el que fuera Lehendakari y ahora investigador social en la Universidad del País Vasco, Juan José Ibarretxe. Ya no se trata solo de que tu empresa vaya bien, sino que le vaya bien a la comunidad donde tu empresa está inserta y si puedes hacer algo por ella, hazlo.

Los principios activos del «otro» concierto vasco

Para encontrar referentes en esta forma de interpretar el desarrollo regional, de nuevo hay que poner la vista en Euskadi. El resto de las comunidades del Estado, y el Estado mismo, haríamos bien en relacionarnos con los vascos para aprender a concertar y a cocinar el desarrollo comunitario de nuestros territorios. Seguro que los vascos nos recibirán con los brazos abiertos si les pedimos que nos echen una mano para enlazar con la tercera generación de política local o regional.

Ni que decir tiene que si en la segunda generación resultó esencial la triangulación gobierno-sistema regional/local de empresas-sociedad, en la tercera lo será aún más. Y esa triangulación solo se consigue a través de un concierto, de una partitura afinada —un proyecto regional— pensada para crear una obra sinfónica en la que suenen armónicamente, en una misma sintonía, todos y cada uno de los músicos —actores sociales y políticos, ciudadanía e instituciones— del país.

Una de las claves para entender la organización del modelo vasco estriba, por decirlo de manera sintética, en que la idea de concierto se estructuró utilizando como hilo conductor la cultura y la historia locales. Y cultura e historia las hay en todos los pueblos de España, solo que no todos hemos sabido utilizarlas para desarrollarnos y evolucionar.

Esa posición de pensamiento estratégico les ha permitido a los vascos enlazar el pasado con el presente para avanzar hacia el futuro combinando las raíces con las alas. El caserío con la cibernética. Los cinco puntos de anclaje para vertebrar una sociedad comprometida con el desarrollo de su territorio son:

Cohesión.  Las  comunidades  campesinas  históricas  —aldeas  o  caseríos—  desarrollaron  valores sociales y fórmulas de cohesión interna, funcionales y rituales, gracias a las cuales consiguieron sobrevivir en condiciones muy hostiles. El éxito de los pueblos radicaba en mantener la cohesión interna de la comunidad, el prestigio de la casa y la coherencia entre el dicho y el hecho. Y eso a los vascos no se les ha olvidado. Las andechas, las sextaferias o las veceras asturianas, o el auzolan de los vascos,  no  han  pasado   a  la  historia  en  Euskadi.  Se  han  quedado  en  ella   actualizadas  y contextualizadas para mutar de lo rural a lo industrial y para vincular a los vascos que viven en el país y a los de la diáspora. La cuadrilla, o la sociedad gastronómica, son  expresión lúdica de ese espíritu de cohesión que se da en la moderna sociedad urbana vasca pero que se enraíza en la historia más antigua de un pueblo donde la palabra tenía más valor que el papel.
Cooperación. El movimiento cooperativo vasco tiene en la corporación Mondragón su buque insignia y el mayor grupo cooperativo del mundo. Pero lo cooperativo no es solo una fórmula de organización empresarial sino un distintivo de la sociedad vasca que empapa a las instituciones y a las formas de organización administrativa, separadas, como ocurre en todos los sitios, por ámbitos territoriales — gobierno  regional,  diputaciones  y  municipios—  y  sectoriales  —departamentos  administrativos— pero muy integradas, y orquestadas, en la acción conjunta, como en pocos lugares del Estado. El trabajo en equipo, la cohesión y la colaboración, los mimbres de la  concertación, son marca cultural de la casa no solo en el ámbito empresarial sino en el institucional del País Vasco.

Veneración. Que se expresa por el respeto, casi reverencial, por el trabajo de sus antepasados en el caserío o en el taller. La modernización de las estructuras empresariales o institucionales busca siempre la coherencia, pocas veces la ruptura y nunca el desprecio, con el trabajo realizado antaño. Eso permite evolucionar sin volver al pasado y es la clave para que el progreso se haga sin quiebras. La veneración por el trabajo de los antepasados explica, en parte, la convivencia en un mismo territorio de pastores y tecnólogos de última generación. La confortable quesería de Idiazabal en la sierra de Aralar, con oveja latxa a pasto tal como se ha hecho toda la vida, y la ahora multinacional compañía auxiliar de ferrocarril (CAF) nacida hace un siglo en el valle de Beasain.

Innovación. La veneración por el trabajo de los antepasados no supone anclarse en el pasado. La innovación es la actualización del conocimiento para que lo que funcionó en el pasado funcione en el futuro. CAF, por seguir en el ejemplo, sigue en el negocio de la movilidad, pero ya no hace carros tirados por bueyes, sino trenes de alta velocidad. Los pastores siguen alimentando a sus ovejas con el pasto milenario de la sierra de Aralar, pero gracias al acero inoxidable y el control de los procesos que transforman la leche en queso de calidad, han proyectado hacia el futuro sus “quesos de puertu” (mendiko gazta) a la vez que manejan el paisaje de la sierra.

Superación. La relación generacional funciona en los dos sentidos: las nuevas generaciones sienten veneración por  el  trabajo  de  sus antepasados y,  las  generaciones  del  pasado,  querrían que  las jóvenes  las  hubieran  superado.  En  cierto  sentido,  superar  lo  alcanzado  por  los  antepasados  es también una forma de agradecimiento y   veneración. La maestría consiste en eso: en superar lo aprehendido del pasado y en alentar al futuro para que supere al presente.


Instalaciones de Orona Ideo en el parque tecnológico 
de Hernani (Guipúzcoa)

Un ecosistema de innovación empresarial, social y territorial: el ejemplo de Orona Ideo

La sociedad cooperativa Orona, cuyo principal objeto social es la construcción y mantenimiento de ascensores, creó en 2013 la Fundación Orona para reimpulsar un proyecto socio- empresarial, dentro de un «ecosistema de innovación» denominando Orona Ideo que aúna empresa, centro de investigación y universidad. En palabras de Xabier Mutuberria, su director general, el objetivo es el
«desarrollo de espacios colaborativos y de intercambio con la sociedad y el entorno».



Esquema de la procedencia de los alimentos del 
Restaurante Ø 200 de Orona Ideo


Solo en el contexto de una comunidad dispuesta a avanzar en la tercera generación de políticas de desarrollo territorial puede entenderse esta iniciativa que surge de un entorno empresarial: motu proprio,  una  cooperativa  que  se  dedica  a  fabricar  y  vender  ascensores  en  más  de  100  países utilizando tecnología punta se implica y se compromete con la sociedad en su conjunto y con el medio rural en particular.

Para muestra del estilo baste decir que los trabajadores de Orona, en la sede de Hernani, comen en un comedor de empresa, denominado Ø 200 (Diámetro 200), que es abastecido principalmente por una red de unos 1600 productores y baserris (caseríos), asentados en un radio máximo de 100 kilómetros de la sede de la Fundación, e integrantes de Lur Lan Baserritar Elkartea, una asociación de pequeños agricultores.

La revolución neolítica vasca —organizada en su última expresión sobre el caserío— aliada con la revolución industrial —que mutó sucesivamente de la herrería, a la siderurgia, al taller de calderería y a la tecnología domótica—, vinculan lo más antiguo de los vascos —los productos de la tierra— con lo más moderno —un parque tecnológico postindustrial— en el que, además, se encuentran, compartiendo mesa y mantel, los trabajadores de Orona con los jóvenes estudiantes de ingeniería con los que están hibridando la experiencia de unos y la ilusión de los otros.

A eso es a lo que llamamos ahora un «ecosistema de innovación» y serán esos ecosistemas, relacionándose entre sí y con las instituciones, los que darán la prosperidad a las regiones. Orona no solo quiere hacer ascensores para mover a sus clientes, sino que quiere contribuir a «elevar» la calidad de vida de la sociedad y el territorio al que pertenece.

Sobre la pared del comedor destacan las fotos de los fundadores de un pequeño taller de calderería, germen  de  la  actual  Orona,  y  un esquema  con el origen y  la  procedencia de  los  alimentos. El concierto vasco es, sobre todo, hacer que suene en armonía lo más vanguardista con lo de toda la vida. Y cuando lo de toda la vida —el campo— encuentra una forma de expresión en la sociedad contemporánea —un parque tecnológico—, lo de toda la vida se convierte en lo nunca visto, lo más innovador.

Los cinco ingredientes con los que la sociedad vasca cocina su futuro  —cohesión, cooperación, veneración, innovación y superación— se sientan en la mesa en la que comparto un plato de Zurrukutuna —una sopa de ajo con pescado— con Fermín Leizaola, el etnógrafo de la Sociedad Aranzadi,  y  varios  miembros  de  la  Asociación  de  caseros  de  Mutriku  que  han  venido  a  las instalaciones al parque tecnológico de Orona a participar en una jornada sobre la conservación de los bosques en Euskadi. El concierto vasco, el verdadero, el genuino, es este: el que concita en esta mesa a robles, paisanos y ascensores. ¡Ojalá cundiese esa forma de hacer en nuestra “patria querida”!

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