EL «OTRO» CONCIERTO
VASCO (1)
Un repaso a las
claves y las circunstancias culturales e históricas que explican el concierto
social del País Vasco y su decisiva influencia en las actuales e innovadoras
políticas de desarrollo territorial en el contexto de la “tercera generación de
políticas de desarrollo regional”.
Jaime Izquierdo
Hay en Euskadi dos
tipos de concierto. Uno, el más conocido, es el que se refiere a la relación
financiera entre el Estado y el gobierno autónomo, en el que se incluye el
llamado «cupo vasco». Y el otro, más desconocido, es el concierto que la
sociedad vasca, su sistema local de empresas y los distintos ámbitos locales y
autonómicos de gobierno —tanto institucionales como sociales de naturaleza cultural, comunal y consuetudinaria— han articulado internamente
para armonizarse entre sí.
Si alguien cree que
el desarrollo social, cultural, tecnológico y económico alcanzado por el País
Vasco se debe principalmente al concierto financiero se equivoca. Es precisamente
el otro concierto, en apariencia más intangible y ciertamente más
invisibilizado, la causa principal. La forma de tributación no justificaría por
sí sola la eficiencia con la que el País Vasco compite en un mundo globalizado.
El concierto económico, sin el otro concierto, no hubiera servido para gran
cosa. Es más, no hace falta ir muy lejos para comprobar como regiones que han
recibido cuantiosas inversiones públicas y transferencias de rentas del Estado
no han sabido, o no han podido, utilizar el capital financiero para
superar el final
del modelo de
industrialización primaria y
han quedado sumidas
en el
«desconcierto». Un
buen concierto social, empresarial e institucional en la comunidad —sea del
ámbito territorial que sea— es el que crea las bases para construir un
eficiente y bien estructurado ecosistema de innovación y desarrollo local. Sin
ese armazón prioritario el dinero público no sirve de mucho.
El economista
chileno Sergio Boisier (1992) defiende la trascendencia decisiva del concierto
social cuando dice que la “construcción política de la región, en relación al
establecimiento del aparato político y administrativo, es algo que puede
hacerse incluso por decreto; la construcción social, por el contrario, debe
hacerse desde y con la embrionaria sociedad regional. Construir socialmente una
región significa potenciar su capacidad de autoorganización, transformando una
comunidad inanimada, segmentada por intereses sectoriales, poco perceptiva de
su identidad territorial y, en definitiva, pasiva, en otra organizada,
cohesionada, consciente de la identidad sociedad-región, capaz de movilizarse
tras proyectos políticos colectivos, es decir, capaz de transformarse en sujeto
de su propio desarrollo”.
Tres generaciones
de política regional
En las sucesivas
generaciones de política regional del siglo XX, el País Vasco ha estado siempre
en la vanguardia. En la primera generación, en los tiempos de las políticas de
concentración de los polos de desarrollo de iniciativa estatal —a mediados de
siglo— a la par que tuvo lugar la inversión pública en la siderurgia, surgieron
unas singulares y atrevidas iniciativas endógenas de industrialización que
apuntaban en la dirección comunitaria. El movimiento local de industrialización
cooperativa del valle de Mondragón es, sin duda, el mejor ejemplo.
1 Publicado en La Nueva España el 22 de abril de 2018.
Con la creación del
Estado de las Autonomías —década de los ochenta— se producen dos procesos
simultáneos: por una parte se inicia la reconversión de las industrias creadas
con la primera generación y, por otra, se da paso a una segunda generación de
políticas de desarrollo regional que fijará su atención en los emergentes
procesos endógenos y en el nuevo papel del territorio. Boisier define a las
regiones, en el ámbito de esta segunda generación de políticas regionales, como
“cuasi estados y cuasi empresas”. Cuasi estados, porque van a tener una amplia
capacidad de competencias para diseñar sus propios procesos de desarrollo
territorial, y cuasi empresas, porque tendrán que organizarse con habilidades
propias de la empresa para hacer que el triángulo gobierno-sistema regional de
empresas-sociedad sea capaz de competir en los mercados exteriores y
posicionarse con liderazgo en los interiores. El achatarramiento de la
industria pesada del gran Bilbao para dar paso a un nuevo modelo de ciudad; la
expansión del modelo cooperativo industrial de Mondragón hacia nuevas áreas de
actividad y la consolidación del «otro concierto» en la sociedad vasca, son los
principales referentes de esta segunda generación que nuevamente Euskadi
culmina con éxito.
Mondragón, un
entorno empresarial de
cooperativas innovadoras de
última generación en
un valle similar,
en lo topográfico, a los valles
de la cuenca minera asturiana.
El mundo se
encuentra ahora en los prolegómenos de la tercera generación de políticas
regionales. Y los vascos, otra vez, están al frente de ella. En palabras de
Bert Helmsing, la principal característica
de esta nueva generación estriba en que la orientación del modelo será
netamente territorial y no requerirá necesariamente más recursos sino aumentar
«la racionalidad sistémica en el uso de los mismos» en la búsqueda de un nuevo
orden local y en la contribución a nuevo orden global a favor de la igualdad,
la equidad, la cooperación, la colaboración, la innovación permanente, la
solidaridad, la nueva relación entre la ciudad y el campo y la integración
entre ecología y economía.
Ya no se trata de
crecer más, sino de crecer mejor aunque sea menos. Ya no se trata de acumular,
sino de redistribuir. Ya no se trata de poner el objetivo en el dinero, sino en
la comunidad. Ya no se trata de segregar el territorio creando espacios para el
desarrollo y espacios para la conservación, sino de hacer que el desarrollo y
la conservación sean la misma cosa y se expresen en el territorio respetando y
actualizando su historia local. Ya no se trata de separar lo urbano y lo rural,
sino de integrar y respetar las distintas identidades locales y estimular las
sinergias entre territorios. Ya no se trata de ordenarse por sectores
económicos, sino hacer que estos creen sinergias y capital relacional
propiciando la interdependencia de distintas áreas de actividad empresarial. Ya
no se trata de formar exclusivamente para la «habilidad» sino de hacerlo antes
«para la sensibilidad», como dice el que fuera Lehendakari y ahora investigador
social en la Universidad del País Vasco, Juan José Ibarretxe. Ya no se trata
solo de que tu empresa vaya bien, sino que le vaya bien a la comunidad donde tu
empresa está inserta y si puedes hacer algo por ella, hazlo.
Los principios activos del «otro» concierto vasco
Para encontrar
referentes en esta forma de interpretar el desarrollo regional, de nuevo hay
que poner la vista en Euskadi. El resto de las comunidades del Estado, y el
Estado mismo, haríamos bien en relacionarnos con los vascos para aprender a
concertar y a cocinar el desarrollo comunitario de nuestros territorios. Seguro
que los vascos nos recibirán con los brazos abiertos si les pedimos que nos
echen una mano para enlazar con la tercera generación de política local o
regional.
Ni que decir tiene
que si en la segunda generación resultó esencial la triangulación gobierno-sistema
regional/local de empresas-sociedad, en la tercera lo será aún más. Y esa
triangulación solo se consigue a través de un concierto, de una partitura
afinada —un proyecto regional— pensada para crear una obra sinfónica en la que
suenen armónicamente, en una misma sintonía, todos y cada uno de los músicos
—actores sociales y políticos, ciudadanía e instituciones— del país.
Una de las claves
para entender la organización del modelo vasco estriba, por decirlo de manera
sintética, en que la idea de concierto se estructuró utilizando como hilo
conductor la cultura y la historia locales. Y cultura e historia las hay en
todos los pueblos de España, solo que no todos hemos sabido utilizarlas para
desarrollarnos y evolucionar.
Esa posición de
pensamiento estratégico les ha permitido a los vascos enlazar el pasado con el
presente para avanzar hacia el futuro combinando las raíces con las alas. El
caserío con la cibernética. Los cinco puntos de anclaje para vertebrar una
sociedad comprometida con el desarrollo de su territorio son:
Cohesión. Las
comunidades campesinas históricas
—aldeas o caseríos—
desarrollaron valores sociales y
fórmulas de cohesión interna, funcionales y rituales, gracias a las cuales
consiguieron sobrevivir en condiciones muy hostiles. El éxito de los pueblos
radicaba en mantener la cohesión interna de la comunidad, el prestigio de la
casa y la coherencia entre el dicho y el hecho. Y eso a los vascos no se les ha
olvidado. Las andechas, las sextaferias o las veceras asturianas, o el auzolan
de los vascos, no han
pasado a la
historia en Euskadi.
Se han quedado
en ella actualizadas
y contextualizadas para mutar de lo rural a lo industrial y para
vincular a los vascos que viven en el país y a los de la diáspora. La cuadrilla,
o la sociedad gastronómica, son
expresión lúdica de ese espíritu de cohesión que se da en la moderna
sociedad urbana vasca pero que se enraíza en la historia más antigua de un
pueblo donde la palabra tenía más valor que el papel.
Cooperación. El movimiento
cooperativo vasco tiene en la corporación Mondragón su buque insignia y el
mayor grupo cooperativo del mundo. Pero lo cooperativo no es solo una fórmula
de organización empresarial sino un distintivo de la sociedad vasca que empapa
a las instituciones y a las formas de organización administrativa, separadas,
como ocurre en todos los sitios, por ámbitos territoriales — gobierno regional,
diputaciones y municipios—
y sectoriales —departamentos administrativos— pero muy integradas, y
orquestadas, en la acción conjunta, como en pocos lugares del Estado. El
trabajo en equipo, la cohesión y la colaboración, los mimbres de la concertación, son marca cultural de la casa
no solo en el ámbito empresarial sino en el institucional del País Vasco.
Veneración. Que se
expresa por el respeto, casi reverencial, por el trabajo de sus antepasados en
el caserío o en el taller. La modernización de las estructuras empresariales o
institucionales busca siempre la coherencia, pocas veces la ruptura y nunca el desprecio,
con el trabajo realizado antaño. Eso permite evolucionar sin volver al pasado y
es la clave para que el progreso se haga sin quiebras. La veneración por el
trabajo de los antepasados explica, en parte, la convivencia en un mismo
territorio de pastores y tecnólogos de última generación. La confortable
quesería de Idiazabal en la sierra de Aralar, con oveja latxa a pasto tal como
se ha hecho toda la vida, y la ahora multinacional compañía auxiliar de
ferrocarril (CAF) nacida hace un siglo en el valle de Beasain.
Innovación. La
veneración por el trabajo de los antepasados no supone anclarse en el pasado.
La innovación es la actualización del conocimiento para que lo que funcionó en
el pasado funcione en el futuro. CAF, por seguir en el ejemplo, sigue en el
negocio de la movilidad, pero ya no hace carros tirados por bueyes, sino trenes
de alta velocidad. Los pastores siguen alimentando a sus ovejas con el pasto
milenario de la sierra de Aralar, pero gracias al acero inoxidable y el control
de los procesos que transforman la leche en queso de calidad, han proyectado
hacia el futuro sus “quesos de puertu” (mendiko gazta) a la vez que manejan el
paisaje de la sierra.
Superación. La
relación generacional funciona en los dos sentidos: las nuevas generaciones
sienten veneración por el trabajo
de sus antepasados y, las
generaciones del pasado,
querrían que las jóvenes las
hubieran superado. En
cierto sentido, superar
lo alcanzado por
los antepasados es también una forma de agradecimiento y veneración. La maestría consiste en eso: en
superar lo aprehendido del pasado y en alentar al futuro para que supere al
presente.
Instalaciones de Orona Ideo en el parque tecnológico
de Hernani (Guipúzcoa)
de Hernani (Guipúzcoa)
Un ecosistema de innovación empresarial, social y territorial:
el ejemplo de Orona Ideo
La sociedad
cooperativa Orona, cuyo principal objeto social es la construcción y
mantenimiento de ascensores, creó en 2013 la Fundación Orona para reimpulsar un
proyecto socio- empresarial, dentro de un «ecosistema de innovación»
denominando Orona Ideo que aúna empresa, centro de investigación y universidad.
En palabras de Xabier Mutuberria, su director general, el objetivo es el
Esquema de la
procedencia de los alimentos del
Restaurante Ø 200 de Orona Ideo
Restaurante Ø 200 de Orona Ideo
Solo en el contexto
de una comunidad dispuesta a avanzar en la tercera generación de políticas de
desarrollo territorial puede entenderse esta iniciativa que surge de un entorno
empresarial: motu proprio, una cooperativa
que se dedica
a fabricar y
vender ascensores en
más de 100
países utilizando tecnología punta se implica y se compromete con la
sociedad en su conjunto y con el medio rural en particular.
Para muestra del
estilo baste decir que los trabajadores de Orona, en la sede de Hernani, comen
en un comedor de empresa, denominado Ø 200 (Diámetro 200), que es abastecido
principalmente por una red de unos 1600 productores y baserris (caseríos), asentados
en un radio máximo de 100 kilómetros de la sede de la Fundación, e integrantes
de Lur Lan Baserritar Elkartea, una asociación de pequeños agricultores.
La revolución
neolítica vasca —organizada en su última expresión sobre el caserío— aliada con
la revolución industrial —que mutó sucesivamente de la herrería, a la
siderurgia, al taller de calderería y a la tecnología domótica—, vinculan lo
más antiguo de los vascos —los productos de la tierra— con lo más moderno —un
parque tecnológico postindustrial— en el que, además, se encuentran,
compartiendo mesa y mantel, los trabajadores de Orona con los jóvenes
estudiantes de ingeniería con los que están hibridando la experiencia de unos y
la ilusión de los otros.
A eso es a lo que
llamamos ahora un «ecosistema de innovación» y serán esos ecosistemas,
relacionándose entre sí y con las instituciones, los que darán la prosperidad a
las regiones. Orona no solo quiere hacer ascensores para mover a sus clientes,
sino que quiere contribuir a «elevar» la calidad de vida de la sociedad y el
territorio al que pertenece.
Sobre la pared del
comedor destacan las fotos de los fundadores de un pequeño taller de
calderería, germen de la
actual Orona, y un
esquema con el origen y la
procedencia de los alimentos. El concierto vasco es, sobre todo,
hacer que suene en armonía lo más vanguardista con lo de toda la vida. Y cuando
lo de toda la vida —el campo— encuentra una forma de expresión en la sociedad
contemporánea —un parque tecnológico—, lo de toda la vida se convierte en lo
nunca visto, lo más innovador.
Los cinco
ingredientes con los que la sociedad vasca cocina su futuro —cohesión, cooperación, veneración, innovación
y superación— se sientan en la mesa en la que comparto un plato de Zurrukutuna
—una sopa de ajo con pescado— con Fermín Leizaola, el etnógrafo de la Sociedad
Aranzadi, y varios
miembros de la
Asociación de caseros
de Mutriku que
han venido a las
instalaciones al parque tecnológico de Orona a participar en una jornada sobre
la conservación de los bosques en Euskadi. El concierto vasco, el verdadero, el
genuino, es este: el que concita en esta mesa a robles, paisanos y ascensores.
¡Ojalá cundiese esa forma de hacer en nuestra “patria querida”!
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