CAGARSE EN DIOS Y EN LORCA
DAVID TORRES
Luis Buñuel cuenta
en sus memorias que, en plena guerra civil, cuando cruzaba la frontera hacia
Francia, un guardia anarquista lo detuvo y le pidió los papeles. Como los que
llevaba encima no bastaban, y como temía que lo echasen para atrás, Buñuel
improvisó a voz en grito una blasfemia acojonante, un reguero de barbaridades
escatológicas que englobaba a Dios, a Jesucristo, a la Virgen María y a todos
los santos. El guardia lo miró, impertérrito, asintió con la cabeza y lo dejó
seguir adelante como si hubiese dado una contraseña.
Seguramente, de
encontrarse en la misma situación, Willy Toledo se hubiera quedado a pescar
truchas en un pueblo de Gerona. Hoy blasfemamos muy mal, muy tibiamente y muy
poco. En 1967 un joven le pidió una dedicatoria a Fernando Arrabal y se
encontró con esta frase: “Me cago en Dios, en la patria y todo lo demás”.
Escandalizado, el joven le enseñó la dedicatoria a su padre, que era capitán de
la marina y que consideró que en la generalización final iban incluidas
goletas, velas y anclas. De mano en mano, la dedicatoria llegó hasta Franco
(que probablemente también estaba en el lote) y Arrabal fue condenado a tres
meses de prisión, aunque el tribunal pedía doce años, gracias a las presiones
internacionales.
Ahora no hace falta
un capitán de la marina ni un dictador con mala leche: basta un grupo de
leguleyos meapilas para procesar a un señor por soltar ante micrófonos y
cámaras una simple blasfemia, elemental y muy española, la típica de cuando te
pegas en el dedo un martillazo. Cagarse en Dios casi debería estar considerado
excepción cultural typical spanish, como la paella, los toros o el Valle de los
Caídos, que es una blasfemia monumental de varias toneladas que ofende a
cualquier agnóstico con sensibilidad y a cualquier católico con dos dedos de
frente.
Por esas
casualidades del calendario judicial, esta vuelta a la Edad Media ha coincidido
con la condena de un año de cárcel y 1.080 euros de multa a otro señor por el
delito de decir gilipolleces. En concreto, el buen hombre escribió en un tuit:
“El asesinato de Federico García Lorca está justificado desde el minuto uno por
maricón. He dicho”. Y al peregrino argumento de que, con ese mensaje, el buen
hombre estaba difundiendo una ideología homófoba, podría responderse a los
jueces si en la libertad de expresión no va incorporada así mismo la difusión
de ideas nocivas, equívocas y retrógradas. O si no, de qué iban a vivir
Salvador Sostres, Arcadi Espada y Jiménez Losantos.
No se puede prohibir
el Mein Kampf por la misma razón que no se pueden prohibir el racismo, el
machismo o la homofobia. Porque, por mucho que nos joda, ése es el principio
fundamental de la libertad de expresión y de pensamiento: que se pueda decir y
pensar cualquier cosa. Escribir que Lorca merecía la muerte por maricón o que
los homosexuales son enfermos no añade una sola verdad sobre los homosexuales o
sobre Lorca, pero sí que descubre muchas cosas sobre la mente del pobre idiota
que sostenga tales patrañas. También hay gente que cree que la Tierra es plana.
Y sostener que los comentarios homófobos o los chistes machistas y xenófobos
normalizan la violencia contra ciertos colectivos es dar argumentos a esos
jueces medievales que consideran que una blasfemia es delito. Porque en la
actualidad son miles los musulmanes, budistas y cristianos que son asesinados
en virtud de sus creencias religiosas. Lo dijo Jesucristo con implacable
lógica: “Si tu ojo derecho te escandaliza, arrancátelo”. El tuyo, no el de
Willy Toledo ni el de ese pobre lerdo que ni siquiera habrá leído un verso de
Lorca.
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