TEMBLOR
DUNIA
SANCHEZ
Temblor, palabras
al viento. Tú de espaldas a mí. Yo de espalda a ti. Sigo con el tintineo de tu
sudor en mis espaldas. No sé lo que sientes tu…nuestras carnes no hablan, solo
silencio. Aquí estamos, no se a donde lanzas tus ojos, tal vez a una hoja
muerta de tu álbum de fotos, tal vez un libro de antaño que ya estás cansada de
leer y leer. Temblor, palabras evaporadas. La incomodidad sin embargo no viene.
Me gusta sentirte así, callada.
Las fotos no
sirven, supongo que lo estarás pensando. Solo presta cierto aroma del ayer, un
ayer concluso en el hoy. Tanto hemos cambiado y no obstante no me molesta que
estés apoyada en mi girando y girando en tu cavilar, intentando preguntar qué
pasa por mi cabeza. La nada. Solo, la nada vaga incesantemente me escuece, me
embarga en un estado de armonía al estar apoyada en tu espalda. Así, estática,
la quietud de mis manos que solo ojean viejas estampas que no sirven de nada.
Lo viejo no sirve.
El ahora. Sí, el ahora es lo que prima, lo que conjuga con este momento de
armonía. Solo escucho el mar cercano. Un mar inagotable, plastificado en su
mayor maldición pero fuerte, embellecedor de esta habitación donde nos
encontramos de espaldas, de espaldas sudorosas y ventanas abiertas. Es julio.
El verano revienta,
viene con su cálida sonrisa, con sus nubles cenizas pero secas, con su aliento
a polvo. Nuestras vidas son paralelas, ahora fotos luego, libros después, el
despuntar de la noche con su hermosa linda y el cambio de la marea. También
escucho el mar, el mar profundo, el mar de los muertos, el mar de la sangre, el
mar del dolor, el mar del encallamiento, el mar de arrecifes blancos, el mar de
la basura, el mar de los náufragos. Pero también, no obstante, siente el mar de
nuestros cuerpos cuando se sumergen en lo hondo en la visita a su mundo, un
mundo colorido, expresivo, vivo.
Somos parte de él.
Somos parte de él.
Es julio y el mar
nos invita a ser testigos de su brío, de su nobleza, de su poder. Vamos.
Sí, vamos. Tú y yo.
Yo y tú envueltas en un mismo fular de estrellas. Paralelas a las líneas del
tiempo, fugaces cuando la noche penetra en nuestros vientres. Pero no nos
miremos, no hace falta.
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