ROBOTS SEXUALES: ¿ESTAMOS
EN EL BUEN CAMINO?
DAVID BOLLERO
Hace casi un año
comenzó a mostrarse al público Samantha, el primer robot sexual que llegaba al
mercado. Se exhibió en una feria tecnológica y el tiempo que estuvo a merced de
los cavernícolas que por allí pasaron le bastó para que terminara con los
pechos, las piernas y los brazos medio desmontados, sucia y con dos dedos
rotos. Ahí es nada.
El debate moral
acerca de este tipo de ingenios es más que evidente. ¿Realmente es una buena
idea facilitar a ciertos hombres una vía para comportarse con una robot como la
ley no permite con una mujer real? Evidentemente, antes de que sucedan hechos
tan miserables y cuasi impunes como los de La Manada con una joven es
preferible que la víctima sea un robot, pero ¿avanzamos así en amueblar
nuestras mentes como debieran?
A fin de cuentas,
uno de los máximos beneficios que encuentran los hombres en estas robots es
que, salvo que ellos quieran, no les pueden responder, criticar o despreciar.
Compañías como Synthea
Amatus ya está comercializando estos tipos de robot sexuales femeninos, a
partir de unos 2.300 euros (6.000 euros con Inteligencia Artificial). El
argumento de venta es que es mucho más que la evolución tecnológica de una
muñeca hinchable. Estas robots pueden conversar, hacer chistes… y, obviamente,
mantener relaciones sexuales cuando quiera, y únicamente cuando quiera, su
propietario.
Imaginen una
familia en la que el padre cuenta con su propia robot sexual, a la que utiliza
a su libre albedrío, a la que controla con absoluta sumisión por parte de la
máquina de apariencia humana. ¿Qué mensaje se transmite a los hijos sobre cómo
tratar a las mujeres, sobre cómo valorar las relaciones? Ya a principios de año
abordamos en este mismo espacio cómo la Inteligencia Artificial estaba creando
a la perfecta mujer sumisa para aquellos hombres que la desean.
Es cierto que
existen robots sexuales masculinos, pero la oferta es rídicula comparada con la
de robots femeninas. A princios de año conocíamos a Henry, un robot sexual de
RealDoll que, a partir de unos 9.000 euros, ofrece un buen rendimiento sexual
al tiempo que es capaz de ser romántico, recitar poemas de amor o conversar con
sentido del humor.
Por otro lado,
igual de peligroso es un segundo argumento de venta de estas robots sexuales:
para personas con discapacidad que tienen dificultades para relacionarse con
las mujeres. ¿Ese es el tipo de soluciones que queremos fomentar? ¿Acaso esa
máquina resuelve el problema de base, que es el aislamiento al que pueden
llegar a condenar la sociedad a este tipo de personas?
Cíclicamente y cada
vez con más frecuencia, surge el debate sobre la robo-ética. Sin embargo, ésta
siempre es aplicada a las máquinas pero, ¿dónde queda la de los seres humanos
frente a estos ingenios?
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