EL SUBMARINO DE GILA
DAVID TORRES
No importa que en
España llevemos un montón de años sin Miguel Gila porque en España el
ministerio de Defensa sigue contestando al teléfono. Tras el paso de Pedro
Morenés y de María Dolores de Cospedal por el cargo, aquel monólogo delirante
de Gila sobre cañones que venían sin agujero y un tanque que consistía en un
enano subido a un 600 que insultaba en vez de disparar (“no mata, pero
desmoraliza”) ha sido ampliamente rebasado por la realidad, no digamos ya por
los presupuestos.
Morenés, un hombre
que se vendía armas a sí mismo comprándolas con nuestro propio dinero (se
calcula que el centenar largo de contratos que consiguieron sus empresas
durante su etapa como ministro nos acabaron costando más de 115 millones de
euros), podría incorporar sin demasiados problemas al señor Emilio, el
encargado de la fábrica de armas, a quien Gila llamaba para hacer las
reclamaciones. “¿Está el señor Emilio, el ingeniero? Que se ponga”. El proyecto
del submarino español, el S-80, ya fue el hazmerreír en los círculos
internacionales de construcción naval hace cinco años, cuando se descubrió que
aquel diseño, desarrollado por Técnicas Reunidas y Abengoa, y presentado a
bombo y platillo por Morenés y Navantia como “el más avanzado del mundo” tenía
un pequeño inconveniente: era muy grande sí, pero no flotaba.
Gila lo había
profetizado décadas atrás con precisión milimétrica: “Otra cosa. El submarino
que mandaron el martes: de color, divino, pero no flota. Nada, lo echamos al
fondo del mar después de comer y todavía no ha subido. No me diga que era un
barco, con el trabajo que nos costó hundirlo. Pero con una cosa de ese precio
se manda por lo menos un folleto”. Más de un lustro depués, el precio de esta
divertidísima chapuza casi alcanza ya los 4.000 millones, el doble del
presupuesto inicial, pero lo mejor es, efectivamente, el folleto. Cospedal,
célebre por pulirse más de 4 millones de euros públicos en adecentar iglesias
del ejército y alimentar curas castrenses, logró rizar el rizo del disparate
con una sorprendente vuelta de tuerca. Con la falta que nos hacen los curas,
ahora también los submarinos.
El moderno
sumergible, rebautizado ahora S-80 Plus después de varios años de concienzudos
análisis y mejoras (uno se imagina a los técnicos e ingenieros poniendo
perdidos los planos entre litronas y bocatas de anchoas) ha solventado sus
problemas de estructura mediante un aumento significativo -más de diez metros-
en la eslora, la incorporación de 16 cuadernas y el aumento de desplazamiento
hasta las 3.000 toneladas. Eso sí, se olvidaron sacar el metro. Con lo que
ahora el submarino sí flota, pero no cabe en el muelle de la base naval de
Cartagena, de manera que habrá que dragar y ampliar las instalaciones, lo cual
nos va a salir por otra broma de 16 millones de euros.
No estoy muy seguro
de si hay que decir “el submarino no cabe” o “el submarino no entra”, supongo
que depende del punto de vista del submarino o del muelle. Lo cierto es que el
inequívoco perfil fálico del S-80 Plus ha desembocado en el gatillazo, como en
aquella película italiana, El bello Antonio, en el que un hermoso joven
regresaba a Catania para casarse con una muchacha de infarto sólo para dar
mucha lástima. La impotencia parecía doblemente inverosímil ya que el marido
era nada más que Marcello Mastroianni y la esposa nada menos que Claudia
Cardinale. En sus memorias, Mastroianni contaba que el personaje terminó por
rebautizar a un acorazado magnífico al que llevaron al desguace sin haber
pegado un solo cañonazo ni haber entrado jamás en combate. Los italianos lo
llamaron “Il bell’ Antonio“, aunque los españoles podíamos llamar a nuestro
submarino “Nacho Vidal”, “Paquete de torero” o “Atraca como puedas”.
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