EL AVIÓN OFICIAL DE PEDRO SÁNCHEZ
JUAN CARLOS ESCUDIER
Desde que Alfonso
Guerra le dio por usar un Mystère de las Fuerza Aérea para evitarse una cola de
vehículos en la frontera portuguesa, los socialistas en el Gobierno han sido
objeto de especial vigilancia por parte de la oposición a cuenta del uso que
hacen de los aviones oficiales. A Zapatero se le puso a caldo con algo de razón
por llevarse a sus niñas a la Casa Blanca para que se hicieran fotos con Obama
y, ya puestos, aprovecharan para irse de compras a Nueva York, y ahora a Pedro
Sánchez le piden cuentas por irse volando con su señora a Benicàssim a ver a
The Killers y usar al presidente valenciano Ximo Puig como coartada.
Este es un tema muy
sensible para la opinión pública pero sólo cuando el PP no está en el poder. Es
sabido que Rajoy por no generar gasto a las arcas del Estado usaba un patinete
para irse todos los puentes a Pontevedra a trotar por Ribadumia o que los
populares fueron los primeros en pedir responsabilidades a Monago por hacer que
el Senado le pagara sus vuelos a Canarias para ver a su novia. En este tema son
tan estrictos que no pasan ni una.
Para no perderse
conviene recordar algunas cuestiones previas. La primera es que, aunque nos
pese, el presidente del Gobierno lo es en cualquier circunstancia, incluso en
el retrete o en un concierto de rock. Es de suponer, por tanto, que cualquiera
de sus desplazamientos se somete a los criterios de su equipo de seguridad, que
determina la opción más conveniente para su protección y la que menos
incomodidades genere a los infortunados ciudadanos que pudieran coincidir con
él, pongamos que en el Metro.
Se dirá que una
cosa es acudir a un acto institucional y otra muy distinta ir a tararear el
Under the gun de Brandon Flowers, pero es que en estos casos resulta casi
imposible distinguir entre lo público y lo privado. De hecho, no hay actividad
privada del presidente que no acabe siendo pública y hasta la elección de sus
calzoncillos tendría relevancia llegado el momento para determinadas
audiencias. Después de años de reflexiones sobre el síndrome de la Moncloa y el
encastillamiento de sus inquilinos con la consiguiente pérdida del sentido de
la realidad, parece más conveniente que sea el presidente el que se desplace a
ver a The Killers y que no sean éstos los que toquen en palacio en una sesión
privada.
Finalmente, está el
tema del coste que supone el uso del avión, que dada la competencia del
anterior ministro de Hacienda estará perfectamente presupuestado y que,
posiblemente, sea más económico que el dispositivo de escoltas -con sus dietas
y alojamiento-, necesario para acompañar desde Madrid a Sánchez en tren,
autobús o en BlaBlaCar. Podemos ponernos tiquismiquis y decidir, por ejemplo,
que los banquetes que se ofrecen a las visitas de Estado son un dispendio
inasumible que podría evitarse repartiendo bocadillos de mortadela a los jefes
de Estado o sanísimas piezas de fruta si alguno padece de intolerancia al
gluten. Es una opción que se ha descartado sobre la que nadie ha exigido
explicaciones.
Por todas estas
cosas y hasta por la huella de carbono que ha dejado el avión ha preguntado
también Ciudadanos, que bien podría haber recurrido a su fichaje estrella
Manuel Valls para pedir una opinión autorizada. A Valls se la liaron parda por
llevarse a sus hijos en avión oficial a la final de la Champions de 2015 en
Berlín en la que el Barcelona se impuso a la Juventus. El entonces primer
ministro francés defendió su derecho a usar el aparato por el cargo que
ostentaba, aunque finalmente dijo que pagaría de su bolsillo el desplazamientos
de sus dos niños, para los que estimó un coste de 2.500 euros.
Es loable que la
oposición vigile los actos del Gobierno porque para eso está. Sin embargo,
sería conveniente establecer criterios uniformes para juzgarlos. Quizás haya
que prohibir por ley que los bienes públicos, como son los aviones oficiales,
sean polivalentes y sirvan para atender las obligaciones formales del puesto y
la pasión musical del presidente y de su esposa. Y que en esa misma norma se
especificaran las modalidades de transporte obligatorias en función de la
distancia o de la naturaleza de los eventos, algunos de los cuales podrían no
ser aceptables si no exigen etiqueta. Entre tanto, está permitido montar un
escándalo por una tontada, que de algo habrá que escribir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario