PERSONAS CON DERECHOS
EN UN MAR EN GUERRA
HELENA MALENO
Con el
Aquarius se me viene a la memoria imágenes no tan lejanas de barcos llenos de
personas huyendo de guerras, hacinadas y buscando un puerto seguro. El periplo
de esta embarcación y la situación de las fronteras europeas son cada vez más
una realidad propia de una ficción distópica. Y como toda buena narrativa
apocalíptica, también en este caso se
muestra una falsa sociedad feliz, que se sostiene sobre el sufrimiento y el
dolor de los otros.
El
Ministro del Interior italiano, el racista Matteo Salvini, digno personaje de
una distopía, aplaude el "buen corazón del gobierno español" por
ofrecerse a la acogida de las 629 personas rescatadas en el Mediterráneo por el
buque Aquarius. Entre risas el mandatario italiano hace referencia al discurso
del "buenismo" , que tan socorrido es cuando los xenófobos hablan de
personas en movimiento. Pero es que situaciones como la del Aquarius deben ser
resueltas con los marcos legales de Defensa de los Derechos Humanos.
Europa
lleva tiempo violando la Convención de la Organización Internacional Marítima,
así como la de Hamburgo de 1979. La
omisión de socorro a náufragos es un delito, pero desgraciadamente es una
realidad cuando los que se ahogan son personas migrantes. No es una cuestión de
buenismo, ni de regalarles la vida, ni de salvársela, ni de ser omnipotentes y
decidir quién vive y quién muere en el Mediterráneo. Es le pese a quien le pese
una cuestión de derechos en un mar en guerra.
El cierre
de los puertos italianos al Aquarius ha sido calificado como una
"victoria" también por el ministro italiano. Puede ser la primera vez
que de forma más prepotente se escenifica desde un dirigente europeo la guerra
de fronteras. Estamos acostumbradas a verla en las trincheras mismas, batallada
por los funcionarios del control fronterizo que responden a las órdenes de los
dirigentes.
En las
vallas de Ceuta y Melilla se decide a cada salto qué cortes de las concertinas
son lo suficientemente profundos para no efectuar una devolución en caliente. Y
nos hemos acostumbrado a ver escenas terribles de personas apaleadas devueltas
a un país tercero.
En todo
el Mediterráneo el auxilio a embarcaciones en peligro es atravesado por los
Convenios bilaterales con países terceros a los que Europa paga por hacerse
cargo de las personas como si fuesen mercancías. Dando prioridad al control
migratorio por encima del derecho a la vida. En algunas de esas transacciones
se ha asistido durante estos años, de forma impasible, a la pérdida de vidas
humanas.
Le
agradezco a Salvini la obscenidad de su discurso bélico porque tengo esperanza
de que sirva para abrirnos mucho más los ojos. Está dispuesto a dejar morir a
629 personas y a muchas más, ante la tibia reacción de los dirigentes europeos,
que finalmente son responsables de los crímenes de las fronteras.
Por otro
lado también he visto muestras de felicidad en las redes por la reacción del
gobierno español y la de alcaldes y dirigentes de otros territorios del estado.
Me escribía una amiga en un mensaje: "Estoy emocionada con la acogida del
barco italiano. Qué bien, por una vez puedo estar orgullosa de mi país".
Celebro
el ofrecimiento, una luz en medio de tanta oscuridad, pero son tantos años con
procesos de "acogida" desafortunados, dolorosos y racistas, que sólo espero, en esta ocasión,
se repare el daño que se les está haciendo a las personas del Aquarius. Y lo
deseo de corazón tras ver deambular, en las últimas semanas, por las calles de
distintas ciudades del estado a personas recién llegadas en pateras a Andalucía
y que han sido abandonadas tras ser filiadas por la policía.
Han
estado durmiendo en el suelo en las Ramblas de Almería, hicieron de la Plaza de
Catalunya en Barcelona su cama durante varios días, y anduvieron sin rumbo
desde la comisaría de Algeciras para refugiarse en las inmediaciones de la estación
de autobuses. En Granada las
organizaciones sociales tuvieron que organizarse para buscar un lugar digno a
más de 60 personas trasladadas desde la patera llegada a Motril a las calles de
la ciudad.
Recuerdo
todas las llamadas que nos han hecho preguntándonos a dónde podían ir, o quién
les podría orientar en ese mundo nuevo al que habían llegado. Otra vez la
distopía, como si el sistema de acogida hubiese desbordado y no pudiese dar
respuesta a la situación.
Porque
les ha gustado desde hace treinta años a los políticos españoles la palabra
"avalancha", y así se han instalado en ella, sin previsiones, sin
políticas que hagan de los derechos humanos para todas las personas la bandera
de una democracia que se precie.
Y tras
las políticas de la "avalancha" y la "guerra de fronteras",
vienen las de la "explotación". No quiero acabar este artículo sin un
recuerdo a la memoria de Soumaila Sacko, defensor de derechos de las personas
migrantes y jornalero, asesinado por el racismo en Italia. Sacko luchaba por
aquellos que trabajan como esclavos en jornadas de 12 horas cobrando 25 euros
al día. Luchas que se repiten también en el estado español, como aquella que
han iniciado las jornaleras marroquíes de Huelva.
Mi
reconocimiento a estas luchas y a la memoria de las víctimas. Porque por muchos
Salvinis que aparezcan, crecerán más Sackos para darles respuesta.
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