PALABRAS PARA JUAN FRANCISCO
SANTANA DOMÍNGUEZ
PRESENTACIÓN DE SU
NOVELA TOBY
(8- 6 -2018)
Sucede a veces que la vida tiene a bien regalarte amigos,
son esos amigos en forma de seres especiales, que agradeces recibirlos como un
preciado tesoro y que el azar pone en tu camino – como es nuestro caso- un día
determinado en un Encuentro de Escritores, en La Laguna. Así considero la
amistad que me une a este gran escritor, Juan Francisco Santana Domínguez, al
que esta tarde tengo el honor de presentar su novela Toby, y al que agradezco profundamente que haya depositado su
confianza en mí para llevar a cabo estas palabras de presentación. No importa
que nuestra amistad sea reciente. Lo realmente importante es caer en la cuenta de que ha entrado en mi vida un
amigo que desprende grandes valores humanos, una persona íntegra en la que
habita el respeto, el que él inspira y el que muestra hacia los demás.
Nacido en la isla de Gran Canaria, Juan
Francisco Santana Domínguez es un incansable buscador del saber, una persona
rendida siempre al inagotable mundo del conocimiento, lo que ha hecho de él un
hombre sumamente culto y de gran formación intelectual que, por otra parte,
comparte con su condición de humildad, sencillez y cercanía.
Escritor,
historiador, antropólogo, biógrafo, profesor en la Universidad Nacional de
Educación a Distancia de Las Palmas de Gran Canaria, Doctor en Historia con Sobresaliente Cum Laude en la lectura de su
tesis Doctoral, realizada en Madrid, sobre el Municipio de San Lorenzo de
Tamaraceite, avalan su brillante trayectoria, a lo que hay que sumar numerosas
publicaciones que tienen que ver con el citado municipio, además de otros
títulos como su brillante y concienzudo
libro sobre Pino Ojeda: poeta y
Pintora, así como los poemarios Me recuerdo alzado y otros 100 poemas, publicado en Madrid, Los sueños de la conciencia,
publicado en Canarias, Prosapoeticando (2017),
publicado en Madrid, así como las
antologías Palabra y Verso, junto a
otro poetas. Y en otra interesante faceta, Juan Francisco Santana es también
protagonista en la película-documental “Alzados: Historia del Nacionalismo e
Independentismo en Canarias”, así como en el documental “Déjame ser”.
Y cuando todavía
estamos saboreando el buen hacer como poeta de su reciente libro Prosapoeticando,
Juan Francisco Santana Domínguez, nos sorprende con una magnífica novela: Toby (Ediciones
Aguere-Idea). Podríamos, sencillamente, decir sobre ella, que se trata de una
novela amena y entrañable, en la que sus páginas poseen el don de ansiar seguir
leyéndola con el mismo interés desde su primera página hasta la última, que su
lectura es una forma de invitarnos a sumergirnos en el pasado, el pasado de su
autor, que también es el nuestro, porque transcurre en nuestras islas,
concretamente en Gran Canaria, y eso nos lleva a acercarnos al entorno que
rodeaba al autor durante su infancia y hacer nuestras muchas de las descripciones
que Juan Francisco Santana relata en su novela, como si el lector fuera
invitado a recurrir también a su infancia.
Pero Toby es algo
más que esto, es algo más que una remembranza del pasado de su autor. Toby, que
alude al nombre de su perro, el que se convirtió en su amigo fiel, su compañero
de aventuras, su cómplice en sus andanzas por su entorno, nos ofrece, como
novela, una complejidad mayor que la que, a simple vista, podría considerarse
como la historia de su perro. En esta novela, Toby nos sirve de hilo conductor
para que hilemos toda la estructura narrativa. Es el testigo más inmediato de
una época de su autor en la que aparecen sus
familiares más cercanos a su hogar, -sus padres, sus abuelos y abuelas,
sus tíos-, las escuelas a las que acudió, sus amigos, sus maestros, los
paisajes que le sirvieron de escenario en su vida cotidiana y un sinfín de
elementos que van enriqueciendo progresivamente la novela.
En Toby, Juan
Francisco Santana va creando para el lector su particular Macondo, un mundo de
fantasía y realidad que se entremezclan de forma magistral hasta dar forma a
esa memoria infantil y mágica que él llama Tobunipol, donde no falta, en el
ámbito de su imaginación, su querido
unicornio, Uni, y un paisaje que le rodea, real e inmediato, que el autor sitúa,
en su fantasía de niño, en las Pirámides
de Egipto o el Kilimanjaro, donde no faltan elfos y hadas en los bosques que él
ve a través del cauce del barranco.
Podría
decirse que nuestro autor se propuso
hacer de su novela un conjunto de universos personales, divididos en diferentes categorías, pero universos al fin,
porque Juan Francisco Santana nos lleva a su infancia por diferentes caminos,
bien definidos y expresados, a través de paisajes, plantas, animales… Todo
aquello que conformó su vida cotidiana. De ahí que no le resulte indiferente
aquel barranco cercano a su casa, que desde su inocencia de niño lo veía como
un peligro deseado para asomarse e imaginar que se encontraba en otros lugares
a lo que le invitaba su imaginación, cuando no el polvorín de su tío Francisco,
que le acercaba tempranamente a indagar sobre los secretos y peligros de los
explosivos y la pólvora, desde la curiosidad de un niño.
Pero en sus paisajes
aparecen también tajarales, aulagas, tabaibas, tuneras, parrales, higueras,
durazneros… Y hasta las piedras ocupan un lugar destacado. Conversaba con
ellas, al entender que poseían su propio lenguaje, que le lleva a citar la
Piedra Filosofal, de la que opina que ésta “está en los seres humanos”.
Pero no es Toby el
único animal que rodea su infancia. Junto a su inseparable compañero de
aventuras, Juan Francisco Santana nos va dejando un extenso elenco de
personajes de su universo animal, de los que va dejando constancia. No faltan
los lagartos, a los que le gustaba acercarse como si de amigos se tratara,
especialmente uno al que no dudaba en ofrecerle alimento. Pero también forman
parte de sus páginas los cuervos, cernícalos, pardelas, grillos, pájaros,
periquitos, pavos, gallinas, palomas y hasta un ratón blanco, sin olvidar los
perros guardianes del polvorín.
Tampoco nos pasa
desapercibido el universo del sentido del olfato en Toby. Son muchos los
recuerdos que nuestro autor lleva a las páginas de su novela a través de los
olores. Todos ellos se encuentran ocupando un lugar concreto de algún momento
determinado de su infancia. Quizá uno de los más arraigados a sus recuerdos sea
el olor del carburo, unido a los efectos que su luz desprendía y de la que
dice: “El color de aquellas luces era como salido de un cuento de hadas”. Era
la misma luz con la que su tío Francisco hacía proyectar en la pared, bajo el
efecto de sus sombras, figuras de
animales con historia. Pero había otros aromas en aquel entorno que vuelven a
su memoria narrativa. De su casa, la que
consideraba un remanso de paz, guarda el olor del perejil, cilantro,
hierbabuena, hierbaluisa… Y no falta el recuerdo de los sabores, los que le
llevan a la leche escaldada, el gofio amasado, el pan con chorizo, dulces y
galletas de las monjas del Císter…
Y en mi recorrido
por Toby y sus múltiples mundos, no puedo eludir la presencia de los personajes
más arraigados a su historia: su familia. En uno de los poemas que nuestro
autor va intercalando en su novela, destacaría estos versos dedicados a su
madre:
“Emocionado y
aferrado a tus manos
cruzamos el
arco iris de la espera
encontrando
allí, entre mis pasos,
los besos que
siempre me diste”.
Pero hay un personaje, un familiar muy
cercano, al que Juan Francisco Santana alude con especial interés y al que le
unía fuertes lazos: Su tía Lola, de la que dice que “le gustaba coleccionar
sonrisas” y a la que se refiere como aquella persona que le inculcó, de forma
certera, los valores de la vida y sus valiosas enseñanzas. Sus consejos
quedaron con él –cito- “como si hubiesen sido tatuados en mi ser”. Siempre la
vio como a la Ternura –con mayúscula-, y su admiración y cariño hacia ella le
hace escribir líneas tan entrañables y poéticas como: “Parecía que siempre
venía de ver a las hadas y caminar entre jazmines”.
En definitiva, podríamos seguir
extendiéndonos en múltiples apartados que van conformando la novela que hoy
presentamos, todos ellos con un papel significativo y trascendental para
conocer todos los entresijos que guarda Toby en sus páginas. Así, podríamos
mencionar el paso del coprotagonista de la novela, el propio autor y su perro,
por la escuela –que fueron varias-, detenernos en aquellas tablas de
multiplicar que se resistían, en aquel mal compañero, “mataperros”, en D.
Ignacio, el cura, quien le llevó a plantearse, siguiendo un diálogo con Toby,
crearse su propio dios, su experiencia en los cines en las tardes de domingo,
las tiendas de su entorno, aquellas tiendas de “aceite y vinagre”, como la de
su admirada y muy recordada Carmita, su pasión por los comics, sin dejar de
mencionar su interés precoz por nuestros ancestros y el respeto por sus huellas
arqueológicas. Tampoco omite en su novela la presencia de la medicina
tradicional y el poder o don de las curanderas con sus remedios caseros, como
fue el caso de Francisquita.
Y termino mis palabras con el ferviente deseo
de que, a través de ellas, haya conseguido acercarles a la excelente novela que
hoy presentamos e invitarles a su lectura, no sin antes dedicarle a Toby las
palabras con las que Juan Francisco Santana le define: “guardián, acompañante,
protector, asesor o amigo”. Pero, sobre todo, quisiera trasladar el amor que
nuestro autor le profesaba a Toby, por el que pide poder morar, eternamente, en
sus ojos, los que le hablan. Y lo hace con estas palabras, que no necesitan de
las mías:” Me alarga la vida tu mirada”.
¡Enhorabuena por tu novela, mi querido amigo
Juan Francisco!
Cecilia
Álvarez
Muy agradecido a la poeta y amiga Cecilia Álvarez por su hermosa presentación. Miles de gracias y me faltan palabras para agradecer tu enorme trabajo. Un abrazo GRANDE.
ResponderEliminarHe vuelto a leer, a día de hoy, tus palabras dedicadas a Toby y no dejo de pensar y, por ende, agradecer, profundamente, el trabajo realizado, la profundidad de la lectura y el tiempo dedicado. Miles de gracias Cecilia Álvarez, POETA y AMIGA.
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