LOS SIETE MAGNÍFICOS DEL PP
JUAN CARLOS ESCUDIER
No se encuentran,
la verdad sea dicha, parecidos razonables entre los siete candidatos de las
primarias del PP y aquellos siete magníficos, franquistas de los pies a la
cabeza, que dieron origen a la vieja Alianza Popular. Fraga, quien como se
cansaba de decir José María de Areilza, era un animal político “pero muy
animal”, había amagado primero con un partido propio hasta que debió de
convencerse que el centro le quedaba algo lejos y montó un zoológico completo
con otros seis animales políticos de la dictadura. Entre ellos había censores
(Enrique Thomas de Carranza), miembros del Opus (López Rodó), y hasta
intelectuales de la autocracia como Fernández de la Mora, que defendía que
España no necesitaba Constitución porque era un Estado perfectamente
constituido. Para justificar esta santa alianza, especialmente con López Rodó,
Fraga dijo en inglés aquello de que la política hace extraños compañeros de
cama.
Tan increíbles como
sus integrantes fue el manifiesto fundacional, en el que Alianza Popular se
declaraba “populista, centrista y conservadora”, rechazaba la ruptura con el
régimen anterior y exigía respeto para su obra de casi medio siglo, manifestaba
su oposición a la legalización de “grupos comunistas, terroristas o
separatistas”, y se proponía defender valores como la unidad de la patria, el
orden público, la familia, la monarquía, la moral pública y la libre empresa.
El punto octavo merece ser transcrito íntegramente: “El Estado de Derecho que
propugnamos no admitirá desigualdades injustas ni privilegios y promoverá al
máximo la justicia social y la igualdad de oportunidades. La lucha contra la
especulación y la corrupción será un objetivo permanente”. Ahí se les fue la
mano a los magníficos.
Pues bien, salvando
distancias siderales, si uno tararea la música encontrará ecos lejanos de aquel
manifiesto en las proclamas de algunos de estos peregrinantes precandidatos
populares, desde la apasionada defensa de la unidad de España, las críticas a
un Gobierno “constituido gracias a los independentistas catalanes y con apoyo
incluso de Bildu”, y los mandobles a Ciudadanos, que viene a ser el trasunto de
aquella pujante UCD, con Rivera en el papel de Suárez pero con los trapecios
más desarrollados.
Más allá de estos
apuntes, para un partido de inquebrantable tradición dactilar estas primarias
deberían representar una orgía democrática, una gran cama redonda de propuestas
en las que apreciar las diferencias entre los aspirantes. Sin posibilidad de
confrontar públicamente los distintos proyectos, si es que se tienen, el debate
se ha reducido a quién de ellos tiene más posibilidades de ganar las próximas
elecciones, ya sea porque lo dicen las encuestas o porque ya han obtenido la
victoria en algunos comicios.
En este desierto de
ideas, tan solo despunta Margallo, que para eso presume de ser el más listo del
grupo y de Eurasia, y que como se sabe el Moisés que no llegará a la tierra
prometida va pregonando pactos de Estado, reformas de la Constitución y no deja
de poner a caldo a Santamaría, Cospedal y al “chico de Aznar”, de quien las
malas lenguas aseguran que aprovechará estas primarias para sacarse el
doctorado.
A Casado, sin
embargo, hay que reconocerle el papel de agitador de la campaña. Frente a la
imagen marmórea de sus oponentes, el joven Pablo se está hinchando a dar golpes
de efecto y a alimentar las redes sociales con un álbum de fotos de modelo de
pasarela. Con su frenética actividad quiere convencer a la militancia –cuyo
número, por cierto, es otra de las grandes mentiras del PP- de que la apuesta
es generacional y que en su función de criado de tantos amos –Aguirre, Aznar,
Rajoy- es el único que evitará la fragmentación del partido y el que podrá
sentar juntos en sus mítines al estadista bajito y al registrador de la
propiedad. Los suyos le han fabricado un eslogan que es casi un tomo del
Espasa: “No es el candidato favorito de la izquierda, pero es el favorito de
los afiliados al PP; no es el preferido por Ciudadanos, pero es el preferido de
los que se fueron del PP a Cs; no les gusta nada a los nacionalistas, pero les
encanta a los españoles”. Impresionante.
Sólo dos de
aquellos siete magníficos votaron a favor de la Constitución y sólo dos de los
actuales pasaran el filtro de una segunda vuelta de las primarias, donde podría
darse el caso de que el favorito o favorita de los afiliados fuera tumbado por
los delegados del aparato del partido. De darse el caso, se habría cosechado un
magnífico disparate.
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