AMENÁBAR Y LOS NOVIOS
DE LA MUERTE
ANÍBAL MALVAR
En plena
fiebre de exaltación patriótica española (la Moncloa, como el Alcázar, no se
rinde), una asociación de veteranos de la legión ha amenazado al cineasta
Alejandro Amenábar con llevarlo a los tribunales si no cambia el guión de la
película que acaba de empezar a rodar en Salamanca.
Os doy
unos segundos para tomaros las sales.
Resulta
que Amenábar se ha puesto a rodar la historia del fundador del cuerpo, mi
paisano coruñés José Millán Astray, y su
trifulca universitaria con el pensador Miguel de Unamuno, aquella que nos quedó
en la memoria por la frase del militar (“Muera la inteligencia, viva la
Muerte”) y la respuesta del cátedro: “Venceréis, pero no convenceréis”.
En todo
caso, hay que reconocer a los veteranos legionarios que se han ido civilizando
en parte, pues en lugar de mandarle a Amenábar un glorioso tercio con su
gloriosa cabra, se han conformado con enviarle un burofax. Si la película no
les gusta, la llevarán a los tribunales, y tal y como andan últimamente
nuestros tribunales no será de extrañar que el director de Los Otros acabe en
el trullo como un vulgar rapero o periodista.
En el
colmo de las ganas de colaborar, los legionarios se han ofrecido a Amenábar
como supervisores del guión (otra vez las sales), cual hacían los simpáticos
censores franquistas y posfranquistas que vigilaban la recta moralidad
ideológica en los platós de Cifesa.
No me
cabe duda de que los legionarios se han venido arriba, entre otras
circunstancias, tras asistir este abril a la escena en la que podíamos ver a
cuatro ministros –incluido el de Cultura– entonando en Málaga su himno oficioso
El novio de la Muerte.
Ya Manuel
Vázquez Montalbán nos advertía hace años de que este himno, hoy tan marcialote
y macho, fue en origen un cuplé interpretado por Lola Montes, lo que hace que
uno imagine a los veteranos legionarios cantándoselo a Amenábar uniformados de
cupletistas. Sería, también, lo coherente desde un punto de vista histórico.
Amenazan
los legionarios, además, a la productora de la película, Movistar +, a la que
solicitan “que atempere cualquier exceso de Amenábar y que valore las
consecuencias comerciales que tendría para su actividad empresarial el dar
pábulo a un mito que ha sido desmentido a todos los niveles”. Lo que no
especifican es cómo se sustanciarán esas “consecuencias comerciales”, si con
una asonada, el fusilamiento de los espectadores del filme, o el despliegue de
los tercios y sus cabras a las puertas de las salas de exhibición. En España todo
es posible.
El caso
es que esta pintoresca amenaza de la Legión a la libertad de expresión ya ni
siquiera nos extraña. Hemos interiorizado la regresión (y la represión) hasta
el punto de que convivimos plácidamente con la censura y con sentencias disparatadas
contra raperos y documentalistas, y de todo el acervo cultural patrio vamos
eliminando de nuestro vocabulario artístico toda expresión que exceda el “a por
ellos, oé”. Méndez de Vigo anda buscando por toda España al primero que lo
entonó para otorgarle un sillón en la Real Academia. El A por ellos es hoy
nuestra más preciada herencia cultural.
El otro
día el grupo ALE-Los Verdes nos invitó a varios periodistas, escritores,
trabajadores de televisiones públicas, raperos y artistas en general con causas
pendientes o ya condenados para que habláramos en Bruselas, en el Parlamento,
de la situación de la libertad de expresión en España. Fue la primera vez que
un músico europeo condenado por una canción compareció en la egregia sede. Ni
en los países más ultra de nuestra atribulada Europa se había dado antes un
caso semejante, nos dijeron. Ahora, a los artistas y creadores ya no solo les
enviamos a jueces sin bozal, sino que también se les une la Legión española.
Mariano hoy está en horas bajas, pero nadie le puede negar que ha hecho bien
este trabajo, ay, españoles. Hoy nuestro país ya ha reescrito a Machado, y no
vivimos entre una España que muere y otra España que bosteza. Hoy solo hay dos
tipos de españoles: los silenciosos y los silenciados.
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