MARIANO Y ALBERT, PELEA
DE TORTOLITOS
DAVID TORRES
La
última encuesta del CIS mostraba a Ciudadanos convertida en la segunda fuerza
política, por delante incluso del PSOE, con lo cual el panorama ideológico
español, habitualmente volcado a la derecha, ha dado otro excitante giro a la
derecha. El centro está ya tan sobrecargado, de Errejón a Rafael Hernando, que
el hemiciclo podría hundirse en cualquier momento y provocar un socavón que se
tragara las Cortes, la Diputación Provincial y el ala noble del Hotel Palace.
Si antes ya era difícil distinguir entre el PP y el PSOE, ahora el problema se
triplica con la irrupción estelar de los naranjitos, que se parecen a los
populares como un premio Planeta a otro premio Planeta. Afortunadamente, hace
tiempo que fundaron otro partido y le pusieron un nombre alternativo para
diferenciarse de sus progenitores, porque si no, no habría manera.
Al
igual que Freud aconsejaba matar al padre con el fin de culminar un buen Edipo,
era fatal que Ciudadanos se levantara en armas contra el PP, aunque fuese en
términos simbólicos. Es lo que hizo ayer Albert Rivera en una dramática
pantomima durante la sesión de control del Congreso de los Diputados: ponerse
en pie ante Mariano y estamparle en la cara que hasta aquí hemos llegado.
Después, continuarán juntos el viaje, como hace Albert siempre que se le
necesita. Allá donde los esqueletos de la derecha más corrupta de Europa se
caen por la inercia de su propia podre, allá acude un albañil de Ciudadanos a
aguantar el tenderete y que la mierda siga circulando a través de los circuitos
democráticos. El gobierno de la Comunidad de Madrid, cuyas tuberías han
terminado por reventar después de dos décadas de acumular zurullos, puede
permitirse el lujo de continuar en pie gracias al firme sostén de Ciudadanos,
un partido implacable con la corrupción. Que no placa ni una caquita, vamos.
Con
esta maniobra psicoanalítica y fortalecido por las recientes encuestas del CIS,
Albert se despojaba por fin de sus complejos de hijo único, postulándose como
jefe de la oposición y candidato al trono paterno. Ha dicho en voz alta que ya
no va a apoyarle en la aplicación del artículo 155 y Mariano, más padrazo que
nunca, le ha respondido que se comporten con la misma lealtad que la gente del
PSOE, que parecen uña y carne, cuando no parecen uña y roña. Ha quedado claro
que Albert se ha ganado a pulso el nombramiento honorífico de jefe de la
oposición, lo cual tiene mucho mérito porque oposición antes no había ninguna
y, para lo que hace y para lo que se opone, el jefe actual, Pedro Sánchez, bien
podría estar trabajando de encargado de planta de unos grandes almacenes a
tiempo completo. O de maniquí en el escaparate.
Con
todo, las desavenencias entre Mariano y Albert son más zarzueleras que otra
cosa, una pelea de tortolitos en la que ya se sabe que los amores reñidos son
los más queridos. Pudiera parecer que estamos desbarrando la metáfora al meter
el incesto en medio del complejo de Edipo, pero es que lo de Ciudadanos y el
PP, más que rivalidad, es hemofilia. La operación de reciclaje con que la nueva
derecha va carcomiendo a la vieja derecha resulta muy similar a la campaña
publicitaria con que la misma empresa que financiaba a la Coca Cola se inventó
la Pepsi Cola con el fin de no dejar atrás ni un solo cliente. Afortunadamente,
los clientes habituales de ambas formaciones son tan ingenuos que hasta
encuentran diferencias entre ambas. Según las últimas encuestas, cuatro de cada
diez votantes han perdido la confianza en el PP. Los seis restantes han perdido
las gafas.
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