LORCA Y LOS NOVIOS DE
LA MUERTE
DAVID TORRES
No
se ve a muchos políticos españoles acudiendo al teatro, a un concierto, al
cine, a la ópera o a la presentación de un libro. La mayoría son alérgicos a la
cultura, incluido el ministerio de Cultura, que fue okupado a lo largo de
varias décadas por ejemplares del rango de Esperanza Aguirre, Mariano Rajoy o
Carmen Calvo, por no hablar de los últimos fichajes, Ignacio Wert o Méndez de
Vigo. Quizá hacen bien en alejarse de bibliotecas, pinacotecas y conservatorios,
porque les podría suceder lo mismo que a Alfonso Guerra, quien un día se puso a
declarar su amor incondicional por Antonio Machado con unos versos de Miguel
Hernández.
En
esto, como en tantas otras cosas, los políticos -salvo raras excepciones como
Jorge Semprún o Luis Alberto de Cuenca- no hacen más que seguir las principales
tendencias callejeras. El pueblo español -el mismo que una vez pidió unas
cadenas bien gordas y todavía no se las ha quitado de encima- siempre ha tenido
menos afición por los libros que por los toros, hasta el punto de que cuando se
conocieron José Ortega y Gasset y Rafael el Gallo, el célebre mataor le
preguntó en qué trabajaba. Ortega le explicó que era filósofo y que se dedicaba
mayormente a pensar, y entonces el Gallo apuntilló: “Tié que haber gente pa
tó“. En la Feria del Libro de Málaga asistí a un remake de esta anécdota,
cuando el único paseante que se acercó hasta la caseta en la hora y media que
estuve sentado allí me dijo: “Sabe, es que nosotros no somos mucho de leer.
Somos más de estar por la calle”.
Curiosamente,
fue Ernest Hemingway el que acuñó en diversos libros y fotografías los tópicos
hispánicos de la juerga, la bota de vino, la barrera en Las Ventas, la
borrachera y los sanfermines. El franquismo pretendía imponer la visión de
España como “reserva espiritual de Occidente” pero al final acabó triunfando la
metáfora de Hemingway de España como botellón pueblerino universal. La pasada
Semana Santa la metáfora del botellón volvió a cumplirse en la cochambrosa imagen
de cuatro ministros en activo cantando a coro “Soy el novio de la muerte” ante
el Cristo de la Legión en Málaga. Estaban la ministra de Defensa, María Dolores
de Cospedal; el ministro de Interior, Juan Ignacio Zoido; el de Justicia,
Rafael Catalá; y el de Cultura, Iñigo Méndez de Vigo; y los cuatro se sabían la
letra al dedillo.
Vivimos
en un país bárbaro donde un gran poeta fue fusilado por orden de un general
genocida y todavía no se sabe -ni se quiere saber- dónde fue enterrado
exactamente el poeta, mientras que el general genocida sigue descansando a los
pies de la Macarena. Estos días la barbarie ha vuelto a escribir una página
infame al pintar los seis palotes de la esvástica nazi en la frente de la
estatua de Federico García Lorca en el bulevar de la Constitución en Granada.
Millán-Astray, fundador de la Legión, compuso el lema definitivo de esa España
de charanga y pandereta que continúa cantando a voz en grito sus tercos
escupitajos a la belleza, la poesía y la verdad: “¡Abajo la inteligencia, viva
la muerte!”
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