LA MUJER DE ARENA (CONTINUACIÓN ,
NARRATIVA) 10
DUNIA SÁNCHEZ
El sol
después de subir a la cima más alta comenzaba a descender. La tarde los acogía
en ese ambiente de naturaleza viva en la nada.
- Soledad y silencio- dijo ella
- Soledad y silencio-dijo el- pero no
la percibo en mis adentros, es voluntariamente fuga en cada paso que doy por
esta austera tierra, no conozco más. Este paraje es como mi madre, como mis
ancestros. La magia y el hechizo se congregan en una hoguera donde las luciérnagas
treparán a la oscuridad. Aquí pasara la noche que se aproxima. Sí, aquí en la
tranquilidad de mis cavilaciones benevolentes y el callar del mundo ¿Y tú,
mujer extraña? ¿A dónde irás? No quieres comer algo o beber.
La noche
venía con sus estridentes estrellas infinitas. La noche se acoplaba en las
espaldas de ambos con una suave brisa. La mujer de arena miraba el firmamento.
Tendría que irse, abandonaría a ser árido y pacífico. El también asomo sus ojos
a ese techo de astros, cuando se dio cuenta ella no estaba. Lentamente
intentaba recordarla, examinarla, sacar alguna conclusión de quien podría ser.
No, no era un espejismo ni nada por el estilo. Solo era el resonar de las
desgarradores amarguras de la tierra. Es lo único que se le ocurría. Estaba cansado
y se tumbo mirando ese cosmos virgen, vertical, inexorable. Llego cierto brío a su corazón errante. La
melodía de ella ahora zumbaba a través de sus arterias ¡tanto¡ que el mismo la
cantó sin saber cómo en el silencio y la soledad. Le producía cierto ánimo, cierta emoción,
cierta alegría. El pequeño arroyuelo de aquella pequeña naturaleza lo
acompañaba, el rasguear de las palmeras
lo entusiasmaba a medida que la noche crecía, se alborotaba y era despeinada por
una brisa que aumentaba. Pero aún así,
las estrellas seguían ahí, en sus ojos pensativos. Sí, una extraña mujer, se
decía. Se durmió en el regazo de las
sensaciones de esa jornada. Mañana
continuaría su camino… CONTINUARÁ
CAPITULO
11
Volvió a su sitio. Espero el viento fuerte,
ese torbellino de arena que la hiciera partir hacia ese rostro agrietado,
escupido en el tallar del destino. De
nuevo la urbe, una urbe de cloacas secretas que nadie ve, solo, el que lo vive,
el que encogido de hombros y vitalidad se ahoga en lado más absurdo de esta
generación. En la inmensidad de la noche
sonámbula de calima y viento escucha el
gemido de un niño, una niña. Ella no sabía distinguir su sexo pero le daba lo
mismo. Solamente era una criatura engendrada de las ramificaciones de este
globo inestable. Una criatura con la inexistencia de la niñez, con la tangente
sombra de la nada. Ella en sus vagos
pasos se acercó. Miro sus pequeñas manos mientras en sueños era llanto ¡Sus
pequeñas manos¡ ensangrentadas, llena de llagas, esbozando suciedad y el dolor…mucho
dolor. Junto a él un fardo. Esa era su condición ser, su condición de almas
inocentes invocadas a lo obsoleto de los días, a la sonrisa truncada desde su
nacimiento. Más allá, en las periferias
de la ciudad, una mina. Una ciudad cargada de miseria, de incumplidas promesas
para la vida, de aberrantes hombres con su fusta e ignorantes de lo que es bondad, el
respeto. Solo el dinero, la maldita
cadenas del infierno que ellos mismos no pueden tocar. Acaricio su
frente. Fue en busca de algún pedazo de tela
y humedeciéndola con sus lágrimas se la pasó por la frente ¡Malditos¡
¡Malditos¡, se dijo ella. El invierno
y tú. Tú y el invierno. Aquí, tirado con
la brutal ira del tiempo que no se calma, con un envejecimiento precoz, con una
lucha nula en el andar de las horas. Pareces inerte, solo, un objeto de esas
sociedades que no comprenden, que no te ven o si lo saben, su memoria se hace
angosta, sus ojos se hacen carnívoros del poder, sus andares son soberbios en
el mal, en la conciencia de inteligencia negativa. No, no comprenden, no
piensan, no se ponen un su lugar. Aquí un niño rozando todavía con el mecer de
su respiración agitada la vida.
Lápidas barrunta que su sino será el olvido de su verticalidad. No, no le queda mucho. Silencioso, insonoro,
ausente y el pánico de enfrentarse a su
realidad. Castigado por nacer donde no
debía, por las miserables garras del poder demoníaco del hoy ¡ Malditos¡
¡Malditos sean¡…CONTINUARÁ
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