COSPEDALA DE LA MANCHA
DAVID TORRES
En un
lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que
gobernaba una dama de las de finiquito en diferido, mantilla en ristre,
simulación flaca y tesorero corredor. El tono quijotesco, mal que nos pese, es
el único que le cuadra a la enloquecida y delirante sucesión de disparates en
que se embarcó la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, ante la
comisión de investigación de la financiación ilegal del PP. Fue una galopada de
exabruptos contra viento y marea, contra el sentido común, contra el dictamen
de los jueces y contra la realidad; una actuación quijotesca en todos los
sentidos excepto los de la nobleza y la justicia, los ideales que movían a don
Quijote a enderezar entuertos. Cospedal, como el resto del PP, siempre ha sido
más del cura y de Sancho Panza.
Aun así,
sin prepararlo ni pretenderlo, le ha salido el mejor homenaje involuntario al
Quijote en mucho tiempo, una odisea de despropósitos en que cabalgó contra
molinos de viento que en realidad eran gigantes. La estrategia de transmutar la
realidad mediante un acto de magia verbal es uno de los grandes hallazgos de
Cervantes, un malabarismo que repitieron luego las tristes heroínas de la
novela decimonónica -Emma Bovary, Ana Karenina, Ana Ozores, Effie Briest- hasta
que el ideal romántico se hacía pedazos. Como ellas, Cospedal se empeña en
creer que un registrador de la propiedad barbudo y ceniciento es un príncipe
azul; como don Quijote, se empecina en negar las evidencias, la caja B, los
ordenadores destrozados a martillazos, o incluso que su marido, López del
Hierro, sea el mismo López del Hierro que aparece en los papeles de Bárcenas.
“López
del Hierro hay muchos” dice Cospedala de la Mancha, evocando sin querer a aquel
“M. Rajoy” que tampoco era exactamente el M. Rajoy presidente del gobierno. El
momento de auténtico virtuosismo poético llegó cuando reconoció que el apartado
“D. Cospedal” en los papeles de Bárcenas se refiere a ella misma, sí, pero
sucede que los papeles de Bárcenas son falsos. Ahí tenemos al don Quijote
verdadero del manuscrito de Cide Hamete Benengeli y al don Quijote fraudulento
de Avellaneda, con sus trayectorias enfrentadas en un juego de espejos. A
medida que Cospedal hablaba y hablaba, los papeles de Bárcenas se iban elevando
al rango de una novela de caballerías real y fantástica al mismo tiempo-fantásticamente
real, realmente fantástica- donde el tesorero, los sobres, los empresarios, los
beneficiarios y hasta los jueces que han certificado su validez caen enredados
en la telaraña de un complejo laberinto literario.
Como en
el Quijote, el recurso definitivo siempre es obra de un encantador con muy mala
leche, ya sea el sabio Frestón o el tesorero Bárcenas, capaz de urdir un
montaje contable no ya ante la plana mayor del PP, con toda su lamentable corte
de ministros, secretarios y correveidiles, sino también ante la judicatura en
pleno. El Quijote, decía Antonio Rey Hazas, que fue profesor mío en la
Universidad Autónoma de Madrid, es como un camión de cuatro ejes: sigue rodando
a través de los siglos y aguanta lo que le echen, lecturas románticas, comunistas,
fascistas, posmodernistas. Hasta un cargamento entero de mierda del PP.
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