U N C I A
José Rivero Vivas
UNCIA
José Rivero Vivas
Sereno,
grave y con voz cadenciosa,
modula
Rodrigo el son a su nieto:
deja,
muchacho, estar hasta el final del día;
lírica
melodía,
de
eximida cantata, renueva el nostálgico recuerdo.
Ajeno
a fuga tras ardua derrota en histórico río,
franco
de llanto desolado por alcazaba y reino,
oferta,
artero trastrueque, un fogoso caballo
-quizá
humilde jumento-,
exonerada
vivencia, de blancas manos provisora
-virtuosa
actitud de libre conciencia-,
sin
as oneroso, sino el peso de mis alados sueños,
magnánimo
don, inepto para legar material riqueza
Cuando
nada conduce a la esmerada sanción
del
príncipe esplendente,
exhiben
deidades cúmulo incierto:
largos
años de cruda insolvencia es suma y compendio;
no
habrá de importar la cola del cometa,
en
angosto pasillo,
donde
huelgan las dependencias del edificio,
sin
que nadie se preocupe de poner remedio,
pírrica
solución,
al
pandemonio deliberadamente denso.
La
fiebre del metal precioso atrajo iniquidades
al
punto neurálgico de inmensa propiedad,
donde
rebotan añicos del cristal roto
en
aras felices de próvido salvamento.
Ninguno
habrá de ser eficiente
por
su aporte de precario puesto laborioso:
preferible
es mostrar desnudo el caos,
aunque
redunde en miscelánea de cursi desperfecto.
Detrás
del gran estanque,
donde
la variedad de flores endulza el tedio,
desalmada
se escucha trivial desaprobación supina
con
pretensión de inquino embargo del furor longevo.
Ignora
el mundo,
ufano
en su bondadosa ficción,
de
noches interminables el padecimiento;
de
suyo se desprende:
la
enorme cuantía de dificultoso trecho,
atesora
ciencia, valor y fruto:
suprema
dádiva, que el deslizar de la vida
sedimenta,
filtra y acopia fortuna en afable seno.
Rediviva
impronta en situación desesperada,
cual
forzoso repliegue del ánimo suspenso,
cuando
en avance se escucha el arrogante estímulo,
cuya
óptima presencia altera el hecho;
ceremonioso
impacto,
sujeto
a redes sociales el lúdico juego:
práctica
de menesteres y extensión rumbosa,
confusión
y amago de estéril enredo;
distribución
aplazada de bienes inmuebles,
tema
inalienable, surto para infundir miedo.
No
es cuestión de incidir entre los demás convictos,
mito
de ausencia, por debilidad palpita lejos.
Su
escualidez persiste, a pesar de exquisitos manjares,
desdoro
emancipado de odalisca en serrallo hermético.
Pintar
hoy la mies madura no implica
emulación
de aquel cuadro del holandés en tormento;
habrá
amantes que torpes decidan enojarse
antes
que hacer las paces
y
gozar efusivamente un amor sincero.
Pero
el áspero contexto tergiversa el encomio
y
premioso derruye la edificante enseña;
inútil
por tanto incitar odio, rencor y despecho
hacia
quien ladino dispone y aun mal decreta:
armas,
micrófono y pantalla son sus pertrechos,
a
más de artes y letras;
la
expedita legión, agazapada en su embuste,
coadyuva
al daño inflicto sobre el adicto ingenuo.
Engalanado
su esbelto y cimbreante talle,
vestido
de seda y recamado percal,
sola
aparece sobre el universo
a
la procura de dar sentido a tu rica juventud,
como
cosa propia de enseres prestos
a
resarcir la enmienda
de
injusta cruzada y fútil portento,
mengua
de gloria en seres que han tributado
al
goloso bienestar del que te sientes dueño.
Por
grima de tu sino,
negros
artífices mendazmente te arrebatan
la
cuenta sublime de este prodigioso ensueño.
Tu
negligencia y falta absoluta de ávida previsión,
te
lleva a considerar estar en posesión de la clave
-omnímoda sapiencia-,
merced
a ese rabioso juguete de excepcional apego.
En
tono fastidioso y aire accidental esparcido,
colmado
de impaciencia, de insensibilidad y remedo,
con
talante insolente, cruel, harto irrespetuoso,
increpas
a tu ancestro.
Palabras
de mentes juiciosas, claro denuncian:
de
noche, en ambiente endurecido por el frío,
tratas
de hallar apoyo en gente insulsa,
alienada
en su predio
la
diosa rubicunda del estío.
Al
amanecer del demoledor perfil inacabado,
con
infame sevicia escarneces su senil aspecto,
y,
en simple alternativa a la horrenda visión depauperada,
poso
ennegrecido en fondo abisal,
pretendes,
a su ominosa traza, dar pulcro aderezo.
Cuán
omiso reflejo
propugna
esa indigna gestión de tu medianía social:
facundia
desbocada hacia el abuelo
cuyo
patrimonio no comporta finca ni dinero.
Privado
de región o menceyato,
quito
es de condado y honor de guanarteme
-siquiera
figura de page o palafrenero-,
en
prieta sociedad, víctima de su egoísmo,
no
luce paladín
arco
de albo valido ni de audaz caballero
Impávido
fomentas aquel antiguo vicio
de
escudriñar travieso
al
que hambriento de acumulación desmedida,
repudia
a quien batallas gana después de muerto;
tal
desmesura conlleva herir su fibra íntima,
sin
obtener indulgencia en su recto proceso.
Cautivo
del desencanto derramado en torno,
inocente
recurres
a
la connivencia de astros de humo angélico,
solapada
cohorte de barniz y oropel,
que
entusiasmada se adhiere a nubes sedientas;
confirmado
su principio de insaciable elenco,
sumiso
se pliega al dador dorado
-enmarcada
sombra de equis gobierno-,
lícita
representación de mixto ejercicio:
autor
del fementido vaivén que vibra enhiesto,
entrega
y sinrazón
de
una ética disoluta para maquinar su medro.
Ríe,
chico; ama, flirtea y degusta
con
espontánea frescura y donoso recreo:
advenimiento
oportuno de mundo virtual;
hipérbole
jugosa
fascina
y empalaga con su ritmo frenético;
hoy
huraño te eriges
y
renuente desdeñas el elixir del cuento,
referido
a la comba esquiva de aire y primor,
inédita
procedencia del sector opuesto,
cuando
fue el adivino
quietamente
hallado sobre piedra angular,
refractada
su imagen, con focal centelleo,
en
nítida esfera de azul turquí.
Un
día después, ebrio,
suave
adelanta, en prímula oriental,
la
noche duradera del mítico unicornio;
salta
a la fina palestra, con cauto denuedo,
el
halo adormecido,
y
el ángel exhibe con imponderable celo
el
collar de zafiros engarzado:
obvio
predicamento
de
un ser delicado a la intemperie expuesto.
Vuela
el ave por encima de la cascada
cual
si buscara suplir la fusión hallada en mar y viento.
Reinstaurada
al fin la mota de paz,
deslumbra
la belleza de esa hembra,
lesa
de ardor guerrero,
sin
menoscabo de su altivo avío,
hostigado
en súcuba insolencia consentida.
A
sabiendas, no mató ella a nadie en concreto;
aunque
reza acusada, carece de coartada
y
se desvanece su frágil demostración de inocencia.
Mas,
docto y suspicaz, el indagador primero,
su
recurso es la ancha claraboya
cuyos
rayos de luz inundan el aposento:
soslayada
la encuesta,
presupone
cierta su estancia en bursátil gatuperio.
En
pleamar jubilosa
rebosante
de espuma y color añil intenso,
aparte
de náyade con quien departir extasiado
luengas
demoras de deprimente y pesada soledad
-escena
reprimida-,
van
cincelando mi semblante de multiforme asedio.
Mis
ojos reducen fulgor y sus pupilas languidecen
a
la vista de aquel lindo romero,
falto
su aliño del más preciado ingrediente.
Mi
frente se exhibe sin eficaz pulimento,
ahíta
de espasmos, abandonada
a
la demoledora acción de lluvia, de sol y de cieno;
maravillosa
pócima de fúlgida ilusión,
zanjada
en conmoción por inocuo motivo escénico.
Nunca
fui de rutilante mirada
ni
acrecentó mi pasión por velado misterio;
componentes
de antiguo óvalo mis mejillas,
aguzadas
muestran mi faz en su preconcepto:
se
pierden hundidas en rasos hoyos decrépitos;
hay
cierto impacto notorio en el mentón, que desproporciona,
rompe
el compás y la armonía en lapso adusto y señero.
Antes
de visar idónea satisfacción
busca
hallar condimento
en
tierno romance nunca de amante logrado;
brillante
escarapela de excelso grado imprime
bodas
celebérrimas en mitos y leyendas:
de
un cansino icono, tal fuera el debate a su respecto.
Deplorable
compostura de hombre ya caduco,
jungla
fue ayer la que hoy es árida y desértica ladera,
donde
algún cacto persevera de tono gris, ceniciento.
La
impermeabilidad,
con
la cual oyera lo no rogado,
desaparece
paulatina, segura, de firme arresto.
Esta
es mi prima efigie:
la
estampa que de mí, mi rostro y mi cuerpo
fraguan
las horas de tácita existencia desventurada:
la
senectud, horizonte angosto, extiende su feudo,
memoria
equinoccial de arribada extrema.
Aun
cuando no me arredre su dictamen,
me
aflige la rúbrica de avanzar hacia lo inerte y yerto,
aprensión
definitoria, inexorable aunque humana.
Angustia,
empero, contemplar la triste mudanza
sin
que la voluntad participe del imperioso gesto.
La
florecida retama expande su aroma
desde
la cumbre nunca hollada
hasta
las aristas del valle de reposo austero.
La
dama disipa su enojo con sutil elegancia,
vívida
querencia de inusitado desvelo;
no
es marquesa la señora, aunque selecta luce;
ajena
a realeza, aristocracia y pamema,
sosegada
pondera el grácil efecto
del
modoso escrutinio,
cuando
su figura seduce a quien la mira discreto.
Sola
navega en airosa fragata,
con
dotación adiestrada como hueste bélica,
por
mares distantes, altos, abiertos,
disimulada
su cara tras las ondas de su cabello.
Temeroso
de aproximarte a su vera auténtica,
inconsciente
rehaces el trauma de este cuenco
donde
apenas cabe el hervido de gofio,
del
antepasado guanche mejor alimento.
El
sello milagroso de unos ojos rasgados,
difusa
raíz inusual de fluir esotérico,
es
magia trascendente en la integridad del ser,
resonancia
especulativa de siglo pretérito;
diferido
su aura en la carrera emprendida,
establece
coordenadas de mimo y contento,
oda
que el suspiro canta al oído
del
alma acongojada tras honda turbación,
audacia
pasional y pálido bosquejo,
estado
de frustración incontestable,
en
que has de volcar energía sobre tu anhelo
de
constante deriva,
y
lanzar sonriente tu síntesis completa,
vivo
discurso al vuelo,
por
ignorar la mísera cláusula insidiosa:
condiciona
el erario de tu frugal herencia,
recibida,
no obstante, en agrado y noble asiento.
En
prueba de muy solidario vínculo,
atiende
pues a la espléndida encomienda:
Revive
complaciente tus heráldicos fueros,
erguido
encima de esta inverecunda epopeya,
y
eleva dignamente tu almo sentir al cielo.
______
José Rivero Vivas
UNCIA
Santa Cruz de Tenerife
Islas Canarias
Marzo de 2018
_________
No hay comentarios:
Publicar un comentario