LAS NIÑAS AUTÓMATAS
UN RELATO DE TERROR DONDE LA SANGRE
ES
AZUL POR ESTAR HELADA
LIVINGSTONE85
Dos
niñas nacieron en un palacio donde habitaba una dinastía real extremadamente
decadente. Las taras, vicios y traiciones de sus distintas generaciones, llevaron
a que el pueblo se desembarazase de la dinastía en varias ocasiones. La última
parecía la definitiva, pero un pequeño dictador les devolvió el trono, que
mantienen hasta hoy.
Emparentó
con el último eslabón de dicha dinastía una mujer pretenciosa y taimada hasta
extremos inimaginables. Y se convirtió en reina. Parecía tener complejo de
plebeya y, por tal causa, intentaba reafirmar con cada acto su condición de
soberana. Medía cada gesto para parecer superior. Acaparaba las mejores galas,
vestidos y joyas buscando una explosión de ostentación que tapase sus complejos
y carencias. En su persona se sumaban una sed insaciable de halagos, pleitesía,
riqueza y protagonismo, y un miedo atroz a ser cuestionada por no dar la talla.
Por ello, hizo un pacto con el diablo gracias al que dejó de ser mujer y se
transformó en autómata de sonrisa pintada. El diablo le prometió que, así, cada
uno de sus actos alcanzaría la perfección que se esperaba de ella. Pero a nadie
le gusta mirar a un ser muerto.
La
reina engendró dos hijas. Muchos dicen que la niñez es la primavera de la vida,
y es cierto. Es la edad de la espontaneidad, la alegría, el descubrimiento
constante, la autenticidad y la libertad más pura. La chispa luminosa de un
niño es capaz de devolver el brillo de unos ojos apagados. Porque no finge, no
es pretencioso, no ansía someter ni acaparar, ni quiere vasallos. Solamente
desea disfrutar de su niñez.
Por
eso, cuando las niñas fueron mostradas al pueblo, todos vieron con horror que
no eran humanas, sino autómatas. Sus sonrisas, falsas e inertes, estaban
pintadas en su rostro como sucedía con el de su madre, sin que tuviesen
libertad para variar el gesto. Sus ojos muertos guardaban un universo de
vanidad y desdén. Sus brazos, como los de un robot, tenían programados sus
movimientos: saludar y extender la mano para ser besada. Las niñas, en
definitiva, habían nacido muertas, sustituyendo el don de la infancia por la
maldición de ser muñeco alimentado por los vicios de su madre.
Y
así, cuando esta dinastía cambió su decrépita y envilecida humanidad por un
corazón de tuercas y engranajes, firmó su final y abrió el camino hacia una
república de seres humanos. Pero esta ya es otra historia.
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