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jueves, 15 de febrero de 2018

REENCUENTRO

REENCUENTRO
José Rivero Vivas
         La parranda, integrada por hombres de diversa edad, estaba en su apogeo. Pablo, el solista, supo el cantar desde el principio, y logró atemperar su garganta, para no desgañitar frente al desafío que le presentaba el cantor de la otra isla, con sus folías soberbiamente entonadas, siguiendo el trino de las bandurrias, apoyadas en los bajos de la guitarra, a la que se unían el rasgueo del timplillo y las sonajas inmediatas de los ayes dolientes, del alma enardecida, de quien interpreta con timbre tembloroso, por el estremecimiento espontáneo de un querer la letra cuyo espíritu quebranta.
-Canten los demás -decía, Pablo, compungido.
     Cubierto de celo y plata, porque no sabía ceñirse corona de laurel con que celebrar el imperio naciente de las azucenas blancas, clamaba:
-Mejor fuera llorar al viento las mieses lisonjeras de una Orotava verde, que no alegrarse por un valle sembrado de casas, de bloques de arena y cemento, erigidos sobre las plataneras, las palmeras y las malvas.
Se irguió, Pablo, al final, queriendo recrear aquel cuento formidable, que nadie leía por parecer ofensivo contra la raza y el pueblo y todos esos ardores que se abrazan cuando se tiene conmovido el ánimo por la lectura de un pasaje patriótico, a gusto de todos y aun a disgusto de uno mismo, aunque no lo manifieste, para no caer en la insensatez de mostrarse desconsiderado y ganarse la animadversión de la gente, que no lo aprecia por fingir un valor, un estupendo ser entre los que más descuellan dentro y fuera de Canarias.
-¡Viva! -profieren, alborozados, durante los festejos.
Se divierten de esta suerte, creyendo que la mejor manera de solazarse es gritar desaforadamente, sin ritmo ni compás, carentes de melodía y vibración con que paliar la descompostura de quien trata de repentizar su estudio y se le trunca el intento; así anda Pablo, mustio y avergonzado, al mismo tiempo, por culpa de ese confiscado majadero, que ignora donde parar el relato que emprende sin más.
De pronto, entró Isolina. Con gesto imperceptible pidió permiso para cantar. La solicitud de aquella mujer, ya mayor y un tanto ajada en su presencia, no resultó de total agrado a los tocadores jóvenes, temerosos de que su arte sufriera mengua por causa de quien no suponían apta para participar. No obstante, continuaron adelante con el toque bien acordado de todo el conjunto. Al punto preciso, Isolina rompió:       
Buscó amparo en las folías,
una mujer desolada:
con hondo acento, decía;
de sentimiento lloraba.

Su voz, desgarrada, sonó armoniosa, en nítida afinación con los instrumentos. Alargaba cada verso hasta el momento oportuno de cesura, de modo que hubiera espacio antes de empezar el siguiente, con lo cual proporcionaba a su estilo un corte similar al practicado por los maestros del cante flamenco. Al terminar su copla, se produjo un silencio profundo, sólo interrumpido por las cuerdas en sordo rumor; pero nadie osó iniciar el estribillo ni aplaudir ni hacer siquiera un comentario.
Isolina se retiró sigilosamente, sin decir palabra. Los componentes del grupo, y las personas circundantes, alzaron sus copas, bebieron, carraspearon y, a poco, se restableció el ambiente; aunque, algo flotaba en el aire que los mantenía pendientes del significado de aquella estrofa y la intensa emoción expresada por la mujer.
-No sabía que Isolina cantara -dijo, uno de ellos, intrigado.
Entonces, Pablo, con voz empañada por cierto halo de misterio, aclaró:
-Antes cantaba, divinamente bien, acompañada por su hijo, al timple, y su marido, a la guitarra. Procedentes de Punta del Hidalgo, se establecieron aquí en años de penuria y miseria, de escasa pesca y riesgo en el mar.
         -¿Solían ir de parranda?
         -Mucho. Después de su tragedia, es la primera vez que canta.
-Quién sabe por qué -lanzó su augurio un miembro de la pequeña rondalla.
*
         -¿Fue grave, abuelo, lo sucedido entonces?
-Sí, hijo... Muy grave.
-¿No has vuelto a cantar desde esa fiesta?
-No he tenido ganas.
Pablo suspira. Mira extasiado al horizonte, respira hondo y percibe cierto atisbo de serenidad que embriaga su ser. Luego, da la mano a su nieto, y, lentamente, se aparta del lugar que le inspiró la triste rememoración que lo sume en infinita nostalgia.
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REENCUENTRO
José Rivero Vivas
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(Del libro: El laurimor.
Obra: C.10 (a.10)
Hacia  1994-6
Publicado en junio de 2007,
ISBN 84-95657-25-7
D.L.: TF: 233/2007
Editorial Benchomo
Islas Canarias)
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GLOSA a REENCUENTRO,
Cuento que integra el volumen EL LAURIMOR
de José Rivero Vivas Obra: C.10 (a.10)
Publicado en junio de 2007
Editorial Benchomo - Islas Canarias)
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REENCUENTRO: un relato en cuyo argumento se basa una definición de Las Folías, implícita en la copla que canta la mujer que se une a la parranda.
Las Folías es un canto lleno de tristeza y nostalgia, con cierto fondo filosófico que le da carácter y proporciona enjundia al cantar.
En el Canto Canario, Las Folías viene a ser algo así como La Soleá en el cante flamenco; más austera musicalmente, pero sentida también en sus palabras. Sucede que, al abundar en fiestas y agasajos, se trivializa su significado y se desdora el fulgor de su alma, aun cuando, en su esencia, prevalece indemne el aura de su melancolía.
En la actualidad suele interpretarse con pretensión de bel canto. Sin embargo, en su concepción más íntima, Las Folías, copla en virtud plural, se ensancha en profundo y abierto horizonte, al tiempo que toma una dimensión infinitamente sencilla.
José Rivero Vivas
Londres, enero de 2001
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