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martes, 9 de enero de 2018

CRUZAR LA LÍNEA (CUADERNO DE VIAJE AL PAÍS DE WHITMAN)

CRUZAR LA LÍNEA (CUADERNO DE VIAJE AL PAÍS DE WHITMAN)
Sol LeWitt, Straight Brushstrokes in All Directions (1993)
Special thanks to Gerald & Rossy
and all the FEIPOL family
  
Soy un huérfano / Y aquí estoy / en el centro de toda la belleza
Frank O´Hara

Salida de casa con el vértigo renovado del viaje. Las maletas a la espalda, volver de nuevo al camino como una odisea repetida hacia sí mismo. Los campos abiertos del norte mexicano quedan a la vista durante siete largas horas sin detención, alevosía contemplativa del espacio circundante, con música de fondo un travelling personal que dona sentidos ocultos al movimiento.

La idea latente, reiterativa, obsesiva de que el cuadro es la realidad, mimetismo inverso, aquellas pinturas con sus verdes cinéticos valen para una memoria del tránsito. El pasajero hace al paisaje. Espejos, autorretrato, este diario en curso rumbo al país de Whitman.

Luces de Monterrey por primera vez. Los peldaños telúricos de la Sierra Madre Oriental, el corredor hacia otras tierras en Nuevo León: lluvia salvífica, hogar de acogida entre libros de Margarito Cuéllar, soñolencia placentera. El viajero en la noche transita otros lares, el sueño es más real, tocar a tientas el vacío.

Puente Internacional: La Línea, Río Bravo al otro lado del cristal. Hay otro tiempo distinto entre las hojas de hierba, el país del viejo poeta de barbas blancas tan amado. Estos lugares conservan el mediodía de la siesta del último fauno a pesar del dramatismo del muro. Y pregunto por los indios de las películas, la guerra de independencia, esta luna tejana palpada al fin mientras hace tiralíneas con la bandera a media asta de Bicentenary Road.

En McAllen todos los caminos llevan al Walmart: bioconsumo, merchandising, shopping war. Sigo como una promesa de libertad el rumbo espontáneo de los perros callejeros y de los mirlos en el jardín a pesar de las videocámaras. Aquí entendí los derroteros ambientales que llevaron la soga al cuello de Foster Wallace.

Observar a distancia y con prudencia metódica los movimientos de un veterano de Vietnam, al mediodía con su gorra del 2000 mientras rebusca entre libros a dólar en la public library algo que misteriosamente y sin mucha fe le devuelva su infancia doblemente perdida.

Whataburgers. La señora chicana que dispensa las burger a los clientes me dice que me deje de cuentos y tome un vaso para beber algo refrescante. Ella va y viene como esa madre latina de los United States que cada día deja el hogar con destino al job sin derechos y sin descanso y sin futuro. Todavía sonríe en mi memoria.

USA es un calor extraño. Casi de suspensión del alisio a toda costa, parecido al vapor seco de los parkings comerciales. Miro alrededor y el calor tejano enseña los dientes y calla.

A ras de suelo, leaves of grass. Entre las cuadrículas de casas en McAllen existen lugares libres que en pequeñísimas escalas acontecen como una vida paralela. Esas partículas cósmicas de las hojas de hierba que prosiguen la biorritmia propia de todas las mañanas. Por encima de la sombra verde que acoge a la magia de los grillos irrumpen los motores y el eco de motores y más motores que alejan las hojas de hierba hacia el libro de nuevo, los poemas.

Las primeras noches de sueño en United States han sido plomizas, muy coherentes, de un tirón. Sin más huellas que las de un cuadro abstracto de Sol LeWitt.

The lone star. Considerando la extensión total del Estado de Texas su bandera responde a la soledad amplia y diáfana que cada uno de sus habitantes asume de por vida. Una sola estrella como símbolo cosmovisional. Cerca del muro de Trump, de este lado, los dreamers hacen suyo el brillo solitario estelar de la bandera tejana: todas las estrellas de cada uno y juntas a la vez mantienen la vigilia hacia el sueño.

A la hora punta del atardecer / entre los jardines de Hackberry Road: un pájaro/ corona con sigilo las sombras venideras/ y lejos, muy lejos / los jóvenes tejanos lanzan a canasta / sin importarles este sol /del poema.

La imagen al trasluz de la casa de enfrente y bajo la seda de la cortina: césped, camino, tejados. Imagino todas las tardes del mundo por medio de esta ventana, los hogares de la federación vistos con la misma pátina de una veladura otoñal con sunset minimalista. Un país que palpita con mayor profundidad en sus fotografías. Adorar todavía más a Hopper.

Noche latina en Havana Club. El baile contagia el roce, los cuerpos cercanos proyectan una gravitación especial, las chicas de McAllen bailan en solitario como turistas que huyen de la tristeza del invierno. Una gran familia a ritmo de cumbia, latin people, azúcar en la sangre, orgullo continental.

Imposible estar en este lugar y no tener presente a La Bestia, la cerrazón de un cielo que se hace tragedia para miles y miles y miles de solitarios robinsones centroamericanos que prosiguen la humacera de un futuro incierto. Escuché a la presidenta de Las Patronas hablar de la esperanza, era la humanidad entre nosotros, susurrando al oído.

Retorno a casa. Los paisajes de Nuevo León con la velocidad de un camino sin vuelta atrás. El sentimiento inédito de estar ya de vuelta en casa, un paso sentido con absoluta franqueza. En la primera parada vi a una señora vendiendo tacos del infierno, las gentes de Monterrey estás más acostumbrados al vínculo con fronteras terrenales. Una vez en casa, la huasteca: longevidad de la roca, las montañas son reino vertical, alpinismo de lo bello, espíritus huicholes como refugio de la mirada, final del viaje, poetas.

Acercarse ahora al cuaderno de viajes como un clavadista a su trampolín.




Samir Delgado, 2018

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