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domingo, 3 de septiembre de 2017

ROJO, EL COLOR DEL CÍRCULO

ROJO, EL COLOR DEL CÍRCULO
POR: EDUARDO SANGUINETTI,
FILÓSOFO
Estamos ante una historia -la argentina- dibujada y construida entre otros, por los integrantes del tan mentado Círculo Rojo… “rojo” el color de la sangre… conformado por banqueros, dueños de medios, sus loros mediáticos, gurúes de cualquier latitud, empresarios monopólicos, dirigentes sindicales, los que decidieron siempre en Argentina, los enemigos de la soberanía del pueblo argentino, los que monopolizan la noticia falaz, los que hoy apuntalan el desastroso gobierno de Macri, vendiendo realidades obtusas y oportunistas.

A partir de allí, cobra sentido la necesidad epistemológica y hermenéutica de definir y establecer una nueva lectura: estamos ante una realidad compleja, y dentro de registros y códigos de saberes que fueron dejados de lado. La historia argentina es algo menos que la interpretación que hasta hoy declara la unicidad del conocimiento humano, al devenir de una comunidad como la argentina, tan proclive a lo epidérmico, frívolo y al aparente goce de lo inmediato… tendencias instaladas por los arrastrados empleados de los líderes del Círculo Rojo.

Argentina hoy es una cultura de lo epidérmico, de lo degradado que se perpetúa y hago mención puntualmente en la relación político-cultural que divide y desorienta al pueblo a través de la especulación y la perversión del simulacro de una comunidad, en ejercicio de sus derechos y garantías, instancias estériles y simuladas. Manifiesto esto con contundencia, pues hace a nuestra existencia personal y cultural, la actitud de los poderes que toman pautas y acciones propias de monarcas de reinos inexistentes, apostando siempre a Golpes de Estado inmediatos, si el pueblo acciona en favor de su vida en libertad e igualdad.

Argentina intenta construirse, cual ilustración en espejo, de una cultura desdibujada, y ausente ‘en calidad de ser’, además de estar excluida de la denominada ‘Cultura de Hoy’ en el contexto de las naciones, donde la diferencia hace a cada nación inclusiva.

Las nociones de tiempo, de espacio, de intereses y de adoración se hicieron diferentes. El paradigma de la cultura ha obviado que la historia de este país ha sido sufragada en base a esclavitud a las tendencias del primer mundo y las imperiales, al tráfico de modas y modos que hicieron que las nuevas generaciones pierdan todo referente de una historia que tuvo espacio de trascendencia en la ‘Imagen del Mundo’.

El interés se remite solo a clasificar, a hacer accesible la cultura extraña; no hay historia sino la que el imperio señala como cierta, y en ese espacio anhelante de Argentina se impone el olvido. Se olvidó la tolerancia, la diferencia, el diálogo entre iguales. Argentina no es otra cosa sino egoísmo, avidez, intemperancia, dilación, psicopatías, grandes expectativas de fama y éxito, devenidas en prostitución y delito, perpetrado por ‘los peores’.

La riqueza cultural se defenestró por varias vías: una, la del saber universitario y trascendente, presentido y seducido cada vez más por las corporaciones del imperio; y por otro lado la conducta del dominado, inconforme con sus haberes. Por eso desde ese punto de nostalgias se le impondrá lo foráneo, sin resistencias de un pueblo sometido.


Argentina desde el presupuesto teórico de tierra arrasada de ideas y de ideales irá quedando con lo ‘no reconocido’. La civilidad se impone ­desde adentro­ en un esfuerzo de dominar mediante una ‘cultura de lo inmediato’ nuestra naturaleza; se trabaja con un discurso que nos segrega desde lo más recóndito de nuestras entrañas, caminando una existencia calculada, de dominación de lo material y económico.

Las consecuencias, plasmadas en una comunidad anestesiada, que ya no pide por el cumplimiento de una ‘justicia para todos’, el atractivo lo da la instancia de subir la cuesta de una pirámide social inexistente, vehículo de lazos económicos que exacerban los intereses egoístas que deshacen radicalmente los lazos comunitarios de la sociedad civil.

En Argentina, desde Jujuy hasta Tierra del Fuego, fueron erradicados del habla y de las neuronas los códigos de lo ‘nuestro’, quedando escrito como ‘huella’ un largo epitafio.

La historia argentina se erigió en altar de las cosas que jamás acontecieron. Se unificó el discurso y uno solo tiene espacio: ‘el oficial’. La voluntad y esfuerzo por retener lo propio pasó a ser sentenciado como terrorismo, como barbarie.

La soledad no llenó las heridas; habríamos de dormir sobre el dolor de la expulsión de lo propio y la imitación de lo ajeno. Somos una mala copia de una sustancia platónica, sin esqueleto, invertebrada, que había dejado el escándalo para sufragarse en las lágrimas de siempre, bajo la mirada atenta del Círculo Rojo.

El argentino, convertido en ‘homo economicus’, devenido en empresa, en rédito y materia concreta de intercambio financiero, se manifiesta, cual Pokemones, segregando su propio ser, que sería actuar como motor de la historia. Síntesis y subordinación espontánea, y un elemento que es su principio de disociación: el interés y el egoísmo. Pero hay otro lazo disociativo: la mecánica económica que impone el desequilibrio, las desigualdades, las diferencias. En ese conjunto los hombres, como los animales, dan libre curso a su naturaleza sin advertir sus metas. ‘Llegan a fines que no son capaces de prever.’ ‘La sociedad es una bendición’. En todas las circunstancias, el gobierno no es, a lo sumo, más que un mal necesario, intolerable, a la medida y forma que el Círculo Rojo disponga.

No son voces de odio ni de venganza, ni de rígidas doctrinas ideológicas las que vienen de los movimientos indígenas contra la situación de hambre y suma pobreza en la que están empantanadas sus existencias. Tampoco se proponen como ejemplo; no disparan balas, simplemente actúan, disparan las mismas viejas verdades; se asumen como habitantes de un país que se dice demócrata y simplemente declaran: “Está usted en territorio en rebeldía. Aquí manda el pueblo y el gobierno obedece”, lo manifiestan con parsimonia y dignidad etnias diversas como tobas, mocovíes, wichis, mapuches y otras. Mi visión la hice in situ y confraternicé con algunos de ellos, quienes me manifestaron que se ven censurados y reprimidos, en poder habitar las tierras de sus ancestros, expropiadas como sus tradiciones y costumbres ancestrales, por los señores feudales modelo siglo XXI, instalados por líderes del Círculo Rojo.

Es la rebeldía y la dignidad contra esta simulación de democracia que hemos consentido, contra esta falsa ilusión de futuro bienestar popular siempre prometido, siempre postergado, pero siempre usufructuado sin medida por los que se han arrogado la facultad de decidir por nosotros. Puede parecer exagerado, pero no lo es: el movimiento indígena y de las diferentes etnias que se instalaron en Argentina, significa el regreso del hombre al centro de las decisiones. No es que ellos lo hayan descubierto, pero lo que en otros ha sido un ideal, ellos sencillamente lo están implementado… desde su espacio de privilegio, el Círculo Rojo intentando sembrar miedo y fraguar la realidad.

Lo he manifestado hace unos años en un Congreso sobre “Ecología y Revolución”, que el Círculo Rojo me lo ha cobrado con atentado a mi vida y censura automática… manifesté: “Acá, ahora, la pobreza es un arma que ha sido elegida por nuestros pueblos para dos cosas: para evidenciar que no es asistencialismo lo que buscamos, y para demostrar, con el ejemplo propio, que es posible gobernar y gobernarse sin el parásito que se dice gobernante (“Parte de la autonomía indígena (de la que habla, por cierto, la llamada Ley) es la capacidad de autogobernarse, es decir, de conducir el desarrollo armónico de un grupo social”.

La incapacidad y desinterés notorio del gobierno de “conducir el desarrollo armónico” del grupo social; sin hambres ni hambreadores, sin pueblos, hombres, ni culturas que se dicen “superiores” mientras otros son calificados de “inferiores”, es la gran crisis interna que sufre actualmente la democracia supuestamente “representativa” en el mundo; y en las propias superpotencias occidentales, tan orientalizadas en las cortezas, dejando de lado lo esencial, el núcleo, no se asimila a la política devastadora del Círculo Rojo.

Ningún votante en Argentina, que se sepa, se siente después personalmente responsable de las decisiones políticas y económicas que toman en su nombre el gobierno y legisladores, y de los crímenes de guerra que los mismos cometen. Su lugar ha sido ocupado por las fuerzas anónimas, y cada vez más lejanas, de un economicismo que dicta a los gobiernos el rumbo inexorable del país.

El ciudadano pasó a la historia, el político también. “Si uno de los motivos de la caída del comunismo fue un mecanismo planificador que olvidó cualquier propósito humanista, el neoliberalismo reserva a los políticos el mero papel de policías y jueces del mercado, sin permitirle salirse de pautas predeterminadas por los centros de poder económico y financiero”.

Pero ahora es el propio ser humano el que empieza a ser un estorbo para este neoliberalismo global, creado por el Círculo Rojo, a plena luz del día.

Muchas voluntades lúcidas han resuelto continuar siendo dueños de su destino, el centro de las decisiones políticas, culturales y económicas que se dictan en el mundo. Vamos por el Cambio de Paradigma, que la humanidad en sentido esencial y original precisa.

El Círculo Rojo, buscará confrontar eliminando a quienes desobedecemos políticas de exclusión, represión y estafa… razón de más, para denunciar día a día el accionar del denominado stablishment, que todo lo malogra.

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