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lunes, 4 de septiembre de 2017

EL YOUTUBER COMO TONTO DE PUEBLO

EL YOUTUBER COMO TONTO
 DE PUEBLO
DAVID TORRES
La tecnología proporciona una pátina de modernidad a categorías laborales bastante antiguas. Por ejemplo, los youtubers, los haters y los influencers ya existían mucho antes de la invención de internet. En concreto, la figura del youtuber existía desde hace décadas, sólo que antes se lo denominaba “tonto de pueblo” y también vivía de lo mismo. Es cierto que los tontos de pueblo andaban muy lejos del dineral que pueden agenciarse algunos youtubers de fama mundial; por lo general, después de varias horas de actuación, no se llevaban más que unas monedas, un poco de lástima y dos o tres collejas. Pero también es verdad que por un youtuber que alcanza la gloria y se dedica a hacer anuncios de refrescos y a petarlo en las redes sociales, hay centenares que se quedan en la cuneta y se ganan una hostia en la jeta. En esto, los canales de video se parecen bastante a los gimnasios de boxeo: por cada campeón mundial hay centenares, quizá miles, que terminan en el hospital, en el cementerio o en casa de sus padres, tomando la sopa boba.

En Almuñécar, un hermoso pueblo de la costa granadina en el que descansaba de mis vacaciones en Motril, había a comienzos de los ochenta un tonto de pueblo certificado cuyas principales características eran los andares patizambos, la mandíbula adelantada un palmo y una marquesina con pelos en el entrecejo. Lo llamaban el Neanderthal, el Cromagnon y, más frecuentemente, el Hombre Prehistórico: bastaba darle una voz para que saliera corriendo detrás de la chiquillería que huía deliciosamente aterrorizada. Hoy, de haber subido los videos de aquellas persecuciones a youtube, el pobre hombre no sólo sería un fenómeno viral y estaría haciendo anuncios de refrescos sino que hasta podría haber fundado un partido político.

En cuanto a la tarea de provocar y dirigir corrientes de opinión, poco tenían que envidiarle a cualquier influencer de hoy día el párroco, el sacristán o el cura de pueblo. De hecho, hay arzobispos al estilo de Cañizares que incluso en la actualidad disfrutan de su propia pasarela de moda. Truenan contra la homosexualidad, el ateísmo y los matrimonios gays utilizando el púlpito con tarifa plana, aunque no tienen tanto éxito como sus homólogos islamistas, que son capaces de influenciar a sus seguidores a varios continentes de distancia.

El fenómeno del hater estuvo mucho tiempo circunscrito a la crítica literaria, musical y artística: abundaban los haters del impresionismo, del conceptismo, de Mahler y de Wagner. Pero también los había que se dedicaban a la política y así Cicerón fue hater de Catilina, Quevedo del Conde Duque de Olivares y Savonarola de todo el mundo. Aunque parece novedosa, la técnica de los youtubers está establecida desde tiempos remotos: aprovecharse a fondo de la hilaridad y la simpatía que ocasiona su aparición para vaciar los bolsillos del público. Un amigo me contó su estupor cuando conoció al tonto del pueblo en la barra de una discoteca: el tonto entró por la puerta, la gente se echó a reír, el tonto sobó a todas las tías que pudo, bebió a morro de cinco cubatas, gorroneó un cigarrillo y salió otra vez entre vítores. Góngora, quizá el youtuber más indescifrable que haya existido, lo explicó en un estribillo resplandeciente: “Ande yo caliente y ríase la gente”.



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