NUGACIÓN
JOSÉ RIVERO VIVAS
Obra: NL.20 (a.96)
Novela, 380 páginas
Autor: José Rivero Vivas
Director de arte: Marcelo López
Maquetación: Migdalia Morales
Ilustración de la cubierta:
Detalle de cinco mujeres en la calle,
Ernst Ludwig Kirchner.
(ISBN:
978-84-16404-29-2)
Ediciones IDEA, 2015
En la
lectura de esta obra, como en otras de característica similar, se ha de tener
presente que el nombre y apellido, del personaje que lo lleva, es un todo; es
decir, Blas Tierno, completo, no es lo mismo que Blas, incompleto. De igual
modo sucede con Eduvina Mir, Félix Vega, Livio Andrés; se hace excepción con
Ofelia, Hortensia y, a veces, con Eduvina Mir, por necesidad de medida en la
frase, y, ciertamente, no provoca error su alusión.
La
escena del atentado personal, cometido por la bella mujer sobre el indigno
individuo que la atosiga, es contada, por Livio Andrés, de manera que disgusta
a Félix Vega, quien se la traspasa según la versión transmitida por Blas
Tierno; molesto, le afea el desliz, por parecerle que es ella la víctima de lo
sucedido. Algo anticipa la negligencia de don Abelardo, cura párroco del
pueblo, en el cuidado de las almas, quebrantadas muchas de ellas ante la tiranía
ejercida por Segundo Parra, hombre fuerte de don Gonzalo Álvarez, propietario mayor
de Morbruno, pequeño enclave, cercano a Villadalia, donde se dio un racimo de
lindas muchachas, finas de aspecto y modales, pese al duro esfuerzo
desarrollado para ganar la subsistencia.
La
crónica deja entrever que la luz penetraba a través de la ventana... Pero, quien
mejor describe la escena es Livio Andrés; aunque Félix Vega lo imputa de contar
al revés. Segundo Parra se vale de su cercanía a don Gonzalo Álvarez y marca el
ritmo de Morbruno; su jefe, en el bar de Juan Pérez, le avisa de no insistir
con la muchacha, pero él saca a relucir su aventura con Araceli. Ufano y
petulante se para un día delante de la casa de Eduvina Mir, dando voces de
alabanza de sí mismo sobre cuántas mujeres le caen en semana, y muchos ríen su
exceso. El señor Gabriel, por el honor de la muchacha, sale con su escopeta y decidido
lo encañona. Segundo Parra balbuce y acoquinado se marcha. Blas Tierno, niño,
atónito contempló el altercado.
La charla
de Blas Tierno, adolescente, con Eduvina Mir, hembra de tronío, pone de
manifiesto su inclinación por ella en edad temprana. Al aceptar su invitación,
el chico se pregunta cómo pudo aquella mujer, tan bien puesta, romper con el
atavismo y salir en defensa de su honra. También sufrían las otras deidades la
impertinencia del lenguaraz individuo, con su turbia perorata, acorde con las
circunstancias impuestas. Mientras tanto, como las otras mujeres, cada una de
ellas se afanaba en su tarea: Consuelo cosía red, Rosaura y Susana iban al
campo con sus padres, Begoña zurcía ropa a doña Remigia. La ganancia era corta,
pero se libraban de la mirada de aquel tipo indeseable. ¿Qué ganas tenían de
permanecer en su presencia si, cuán aborrecible era, no cesaba de importunarlas
con su verborrea y su mentecatez supina, obligándolas a residir inmersas en
paroxismo? Un día, sin previo concierto, quebraron el vínculo familiar y se
esfumaron del lugar y sus contornos.
El
recorrido de Blas Tierno, por determinados sitios de Morbruno, aviva su
recuerdo de niño, con juegos y pillerías, además de los múltiples desconsuelos
y ansias insatisfechas, así como necesidad de alimento y diverso tipo de
escasez, padecidos en una situación incómoda y de graves consecuencias para el
diario acontecer del pueblo, donde don Nicanor, alcalde, pasea con doña
Araceli, su esposa, que se ve con don Gonzalo Álvarez, mientras su marido
debate en pleno municipal. Segundo Parra lo señala con indirectas, que desagradan
a don Gonzalo Álvarez, y le urge mostrarse firme con los recalcitrantes hasta
hacerlos hocicar y deponer su díscola actitud. Crecido en su papel de ejecutor,
acosa sin reparo a Eduvina Mir, a la par que dice fanfarronadas a su cuenta y
hace trizas su honor. Don Gonzalo Álvarez lo pone sobre aviso, temiendo el
temple de la muchacha, heredado de Gabriel y Narcisa, sus padres, quienes
callan respetuosos, pero alzan su mentón y miran fijo.
La
juventud, subyugada por cuanto artilugio electrónico abastece el mercado,
desconoce aquel hito gigante de un acaecer deplorable; mientras los mayores,
niños en su momento, se sumen en olvido y aposta ignoran las secuelas del caso.
Ver noticias en la pequeña pantalla no rinde servicio a la nación, procedan de
cualquier parte, ciudad o espacio viral, donde la caducidad del ser se agrega a
su incontenible deseo y cae el héroe a los pies de su víctima resucitada.
Desolado en su amparo, Blas Tierno busca en quien volcar su interior henchido
de nostalgia, y recurre a Félix Vega, pariente lejano, a quien tuvo ocasión de
conocer en casa de Clara, su madre, una tarde que rumboso fue a tirarle los
tejos, aunque no tuvo éxito en la solicitud de su requiebro.
Ello,
unido al recuerdo del serio percance protagonizado por Eduvina Mir, juntamente
con su experiencia allende el mar, forma un cuerpo narrativo susceptible de ser
novelado por profesional literario. Implicado en el tema, Félix Vega,
consciente de la magnitud del evento, tras el comportamiento observado
posteriormente por los vecinos, pretende archivarlo a su juicio en soporte
sonoro; como el resultado fuera impreciso -lo cual significa equívoco en
cualquier período y región-,recurre a Livio Andrés, que emprende su reseña de
los hechos con propios comentarios, sumado a cuanto oye en torno, además de lo
transmitido por los medios de comunicación, influidos por la copiosa
producción, en diverso alarde, de los estudios cinematográficos instalados en
órbita preponderante de señera nación.
Era
Blas Tierno niño todavía para apreciar tanta beldad en el reducido espacio de
Morbruno. Su leyenda quedó enmarcada en la memoria de los habitantes del
pueblo, entre los que más de un muchacho bebía los vientos por alguna de ellas.
Contemplando su fineza, extrañaba de su quehacer que pusieran la sopa al fuego,
lavaran la ropa y limpiaran primorosamente sus casas. Claro es que, entregadas
a la tarea del hogar, se libraban del campo, cual si se cuidaran para un
favorable matrimonio. Blas Tierno, zagalote, repartía entonces el correo, momento
que Eduvina Mir aprovechaba para preguntarle por un mensaje de amor; demanda
que sin duda influyó en la terneza del muchacho hacia ella. Comienza el día y
Félix Vega alega sobre los hechos que Livio Andrés narra, dando confirmación a
una época pretérita, cuando todas aquellas chicas, que soñaban con un mundo mejor,
en su momento salieron en busca de más amplios horizontes. Blas Tierno les fue
a la zaga, con intención de averiguar el destino de Eduvina Mir, una vez en
libertad, al tiempo de indagar la historia de todas y cada una; su pesquisa lo
condujo a Madrid, Santander, París, Estocolmo y Londres, donde tiene una pelea
en Kensington, de la que sale bien librado, a pesar del arma blanca que estuvo
a punto de cercenar su entraña. Ileso, coge un autobús hasta Westbourne Grove, área
de su ocasional residencia. Sereno al cabo, tras la pasión de su deseo
frustrado, surge, con ira desnaturalizada, el sentimiento de ajenidad propio de
aquel escritor, amigo suyo, a quien vio, en múltiples etapas, durante su viaje
de París a Escandinavia. Lejos de establecer contacto, el agasajo deviene real
cuando alude a su afinidad con quien escribe de madrugada.
Livio
Andrés persiste en su comisión, diseñando su tributo para no claudicar ante
nadie. Llega a casa alterado, se mete en su habitación y empieza a Gemir.
Ofelia, su madre, le pregunta el motivo. Trastorno bipolar, responde. Luego, en
un bloc desusado, vierte sus escritos, conforme habla con Félix Vega; aunque,
perspicaz, no trata de esclarecer lo expuesto, sino lo tergiversa con intención
de anular todo rastro de verosimilitud y vivencia, como si tuviera miedo de
instalarse en la parte opuesta al proceso legal que la sociedad reclama, tras
anuncio del referendo por la independencia de Villadalia. Cuando Hortensia
pregona el premio de incontables millones, Livio Andrés pregunta por el
agraciado; un autor de completo haber, musita, según oyó en Radio Primitiva.
Félix Vega, decorador en Villadalia, satisfecho de su economía, mira a su primo
Blas Tierno, recién llegado de la rica Europa, y sonríe al ver su aspecto. Lo paradójico
es que Blas Tierno no viene a su casa en solicitud de ayuda, sino a exigir pago
por la historia que le cuenta, para que la traslade a Livio Andrés, hijo de
Ofelia, pariente lejana de ambos.
Nereida,
novia de Félix Vega, es prima de Consuelo, con quien paseó su figura en el
Sardinero, con intención de hallar partido que la aupara en sociedad y la
librara de retornar a Morbruno. Nereida rompió el noviazgo en un baile, porque
él llevaba corbata cuando no se estilaba. De noche se pone a cenar, olvidada de
la ingesta anterior; luego, de pie sobre la mesa, inicia su discurso de
reconocimiento a quienes colaboraron con sus traviesos amantes. Félix Vega le
pide moderación, y ella lo llama cursi. Otros, en su análisis de la situación,
descubren que nadie conoce todo en plenitud. En ese momento el señor Gabriel
baja del monte con su rebaño. Le sale al paso don Gonzalo Álvarez. El diálogo entablado
entre ellos se fundamenta en evasivas, como en franca huida de la verdad. Segundo
Parra continuó su ascenso, mientras el señor Gabriel cavilaba sobre cuánto
hacedor malogrado, ignorado de los suyos propios. Entonces Narcisa, su mujer,
hizo referencia a la cosecha de años atrás, cuando los silos de don Gonzalo Álvarez
rebosaron por el tejado, aunque no hubo en Morbruno quien participara de aquel
emporio.
Hortensia,
hija de Micaela y resobrina de Eduvina Mir, lleva tiempo frente a las olas, y
Livio Andrés, henchido de lectura y reflexión, recuerda aquella femme d’Algérie, que contempla extasiada
el desierto, según el cuento de Albert Camus. A su regreso del acantilado, Hortensia
se vio sorprendida por un hombre de dos metros, que sin mediar palabra la condujo
a la mansión de unos potentados de Villadalia, descendientes de don Gonzalo
Álvarez. Don Abelardo le recrimina dejar el lecho para inspeccionar la noche
estrellada; entonces aprovecha Livio Andrés, con sus heridas restañadas, para
ir a su casa en solicitud de amante favor. En este desaforado asunto, no
importa que nadie piense o reflexione sobre el diario discurrir en planos de
inclinación imperceptible.
Sin
expresa agresividad, por necesidad de torpe desahogo, sino deseo de satisfacer
la posibilidad de hacer un condumio excelente con cierta dosis de ambiciones y
acomodo, Eduvina Mir sale en persecución de unas niñas que le esconden un
dedal; a partir de ese momento germina la obcecación de Segundo Parra por la
muchacha, y da repelús constatar que el mundo continúe por igual derrotero,
aunque la variable se sustente en característica actual. Así, en confusión y
desorden, va Livio Andrés transcribiendo cuanto, con mayor o menor fidelidad,
Félix Vega le refiere, además de añadir cuanto oye y capta de los demás o
imagina quizá en su mente calenturienta. Ahora es Antonio Parra, nieto de
Segundo, quien cautiva a Nereida y la lleva por sendas de relación social y
notoriedad.
Es
evidente que a nadie seduce la meditación de quien no ha sido designado para el
menester. Manténgase el ser dentro del marco asignado y no trate de sacar los
pies de los límites establecidos, por obvio imperativo, aun cuando la opresión
ejercida en torno a sí mismo no cuente con el agravante de descalificación para
sacudirse el polvo de los años ni la tirria del presente. Es preferible el
silencio a permanecer entontecido por esa emisora, que no hace más que
transmitir bondades del potentado, ante quien se inclinan los más, presumiendo
de juventud y modernidad en la concepción de la compensatoria relación entre
seres de una misma comunidad. A lo que Livio Andrés opone su cáustica despedida
del milenio, donde una banda de muchachos pugna por agrupar una constelación de
estrellas; Félix Vega, estupefacto ante su vanagloria, le amonesta por el
alarde esgrimido para exhibición de su aptitud.
Ofelia
censura a su hijo ciertos pasajes de su autoría, que en la intimidad de su
cuarto, a gritos y compungido, le oye a veces recitar. Al propio tiempo le
señala el despropósito de su abstracción en la obra, que supone el abandono de
la exuberante Hortensia, quien discrepa asimismo de su dedicación a la crónica
que elabora, por sentirse, como bello ejemplar, desestimada en su integridad
femenina. Un tanto ensombrecida, sin embargo, Ofelia le revela su relación con
Jaime, el menor de los hijos de don Gonzalo Álvarez; Livio Andrés, en silencio,
escucha su versión hasta el final, sin atisbo de reproche en su semblante.
En lo
sucesivo habrá de poner las palabras conforme su significado, tratando de que
no desentone su colocación en el texto; lo demás es cosa de esperar la ilusión
de quien tenga curiosidad por leer una observación personal, sin atenerse a lo
dispuesto por la correspondiente autoridad en estas lides, donde se augura que
la crítica está por encima del mismo autor. La idea general no implica duda
acerca de su capacidad en la materia, pero subraya que existe libre albedrío en
quien da a conocer su criterio sobre la obra que le incita el controvertido
alegato.
Después
de aquel diálogo entre Eduvina Mir y Blas Tierno, que osado la abraza y ella se
ofusca, aunque no se enfada, Livio Andrés parece agotado para seguir adelante;
así se lo hace ver Hortensia, y, Félix Vega, condolido, le advierte que su
inspiración se halla perdida después de conocido el lamentable estado de Blas
Tierno. Lo cierto es que, el final, un tanto intempestivo, puede parecer
embarazoso para la prevalencia de los personajes, por cuanto dan solidez al
relato, que en torno a ellos gira, libre y despejado. Su peculiaridad es
manifiesta; no obstante, Livio Andrés refleja buena disposición para enlazar
hechos entreverados de desazón y respiro.
*
Respecto
de esta novela, conforme la acepción de la voz que le da título, es posible
asegurar que no es burla ni es cosa increíble, aunque su primera impresión
pueda sugerir cierta confusión en su forma y desarrollo. Tampoco es un embuste
ni mucho menos una broma. Puede ser catalogada de escaso valor real, sin fuerza
ni efecto, de poca o ninguna consecuencia; pero no es nimia ni es vana, porque
las almas que aquí se mueven padecen una situación injusta, que les viene dada
por el hecho de haber nacido en el sector sin fortuna de la sociedad. Sin
embargo, no es aconsejable andar al acecho de quien se preocupa de aportar su
esfuerzo al núcleo poblacional que integra, siguiendo orden rigurosa de transformación
por parte de un comisionado ya destituido.
Ello
nos lleva a concluir que, lo referido por Blas Tierno a Félix Vega, que a su
vez transmite a Livio Andrés, quien hace de amanuense y redacta con viso
creativo esta crónica, plena de su aporte personal -aunque no parece
considerarse apto para enjuiciar el acto de Eduvina Mir, a la que envuelve en
misterio, condenada a sufrir agravio, igual que las otras chicas de Morbruno-,
pudiera hacer pensar en relato desordenado, falto de ilación y coherencia, en
una historia sencilla, sucedida en ámbito cerrado, de escasa dimensión y
relevancia; adscrita, no obstante, al calor del factor humano, en conexión con
el exterior asequible, trasciende su magnitud local y volátil reside en el
éter.
Luego
irán todos en fila a rendir pleitesía a quien mora lejos del hombre significado,
pese a su fama de insolvente, excluido absoluto del presupuesto nacional, donde
todo es contado al compás de la canción que golpea la melodía y la convierte en
pieza emblemática de los grupos selectos de la actualidad. Acaso tema alguno
soñar en letargo profundo, por haber salido en defensa de la asunción
pronosticada para una fecha primaveral, plena de encomio y aleluya diluida en
son de mítico arrebol.
SERVENTÍA
Obra: E.18
(a.106)
José Rivero Vivas
San Andrés, Tenerife.
Mayo de 2017
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