LOS
CALENDARIOS DE LA VIDA DE JOSÉ MARRERO Y CASTRO
AUTORA DEL TEXTO: IRINA-ROXANA
GEORGESCU.
Autor de los libros:
José Marrero y Castro.
Anuario, Las Edades, Las lunas,
Ediciones Idea - Ediciones Aguere.
El
poeta contemporáneo tiende a ser un autor obligado a divertir a un público
caprichoso y curioso, un “actor” motivado a buscar nuevas técnicas para seducir
al auditorio. En la Rumanía contemporánea, Elena Vlădăreanu propone en Habemus
bebe (2014) una especie de instalación de alto rendimiento, partiendo
de la condición de la maternidad y de la mujer artista. Al finalizar sus obras
completas, publicadas en 2015 bajo el título Subpoesía, la
poetisa Angela Marinescu aparece fotografiada desnuda, con el seno derecho
amputado, como consecuencia de una mastectomía; al poco tiempo, Răzvan Ţupa se
desnuda por completo durante una lectura pública, suscitando aplausos y
desaprobaciones a la vez. Al fin y al cabo, todo esto representa intentos de
“acabar” con la poesía, de afirmar y, especialmente, de revelar algo distinto,
de estremecer la percepción de la poesía llenando los intersticios de la
literatura y de la vida. Ya no se puede escribir poesía pura, en el sentido de
Mallarmé, porque la armonía hermética de los versos necesita un eco inmediato
para sobrevivir. La palabra debe traducir, invariable e inmediatamente, la
vida. Tampoco se trata de la “poesía desnuda”, en el sentido de Juan Ramón Jiménez de Eternidades
(1916-1917), sino de la poesía que se nutre de vida, de todo lo que implica la
vida: rutina, amor y muerte, sexualidad, traición, vulnerabilidad, fracaso,
dolor, valentía, impaciencia etc.
Concebido
bajo forma de un calendario poético, por el desarrollo del año mes a mes, el
volumen de poesía de José Marrero y Castro, que lleva un título que lo dice todo
– Anuario, revela, con ternura e ingenuidad, un calendario interior de
las propias inquietudes y curiosidades – lectoras, musicales, eróticas o
sociales. Formando parte de la trilogía poética del exilio interior que marca
un tiempo de las restauraciones y de los redescubrimientos de sí mismo, Anuario
(2011) sorprende – al lado de Las edades (2013) y Las lunas
(2014) – por un perpetuo tormento del tiempo entre los límites sonoros de la
materia, vibraciones continuas de los volúmenes y de las formas, de las ondas y
de las mareas incesantes del tiempo. Los distintos estados de agregación de la
materia representan los distintos estados de la poesía, que buscan la
orientación, la morfología, redefiniendo las propias manifestaciones, las
propias edades y los propios ritmos.
La
naturaleza – bajo todos sus aspectos, desde los vapores sólidos del tiempo
inestable hasta el estado volátil de los versos que se nutren de las asperezas
de lo cotidiano o de las incongruencias del sueño – acompaña casi como un himno
la epifanía curiosa de cada día: “Sobre la figura de porcelana/el brillo del
domingo/se abre paso/cautivo de una rendija/solar//recrea satélites//en
motas//flota entre ellas un ictíneo//discurre su derrota de ingravidez/bajo la
superficie/de una manta que funde/(igual que una capa de hielo ártico)/por
efecto de mis comodidades/la mañana//lluviosa//gris//que me ocurre//me acerco a
un libro de poemas/de doble lectura//(una lectura inocente y una
lectura/culpable)/me quedo/con la lectura culpable” (Enero). Los meses del año (como en el Anuario) o las fases
de la luna (sorprendidas de modo mágico en Las lunas) son formas de
representación de una aguda necesidad de tiempo – viviendo dentro del tiempo,
rechazándole al mismo tiempo las coerciones, rescatando, por reflexión y
afectos, pedazos de vida perdida. Vulnerable por aceptar el tiempo como fuerza
irreprensible, el poeta no se deja aplastar por el tiempo, sino lo incorpora
por medio de una ósmosis personal: “Los miércoles de febrero/son/ecuador de
monotonía/que atraviesa un puerto/de montaña//que no acaba//o te sueño//el
ictíneo emergió en una fiesta/inexplicable/el caleidoscopio/se acercó a la
superficie/y se transformó en periscopio/y el ictíneo/se hizo amarillo//y Los
Beatles/se hicieron famosos” (Febrero).
Igualmente,
la intertextualidad se fusiona con la semántica del tiempo:
la metáfora de los sonetos de miel y de las palabras disueltas en el etéreo se
desenvuelve a veces al compás del jazz o del blues: “entonces pienso que el
jazz/y los sonetos/deben ser/primos hermanos de la pena/y soy feliz/porque
sueño/como un espectador” (Febrero).
La
trilogía poética llega a ser la reverberación de las edades del tiempo que
reflejan no solo la reiteración de la vida sino también lo esencial volátil, la
unidad orgánica, la efervescencia y la carnalidad de todas las estaciones. La
perennidad casi sensual de la sucesión de los días forma parte del mismo
paradigma de la restauración del tiempo a través de su humanización: realmente/marzo/era/improductivo/estrafalario//repetía/una
vez tras otra los mismos errores/y siempre sonreía/como una bailarina/que
aprendió/un minué/sirviendo el/té/un día de marzo/que cristalizó/de los/pies/a
la/cabeza//cristalizó/su pelo//cristalizó/su frente//cristalizaron/sus
mejillas/su boca/sus orejas/su nariz//cristalizó/su cuello/sus hombros/sus
brazos/su torso/sus colinas mansas/sus piernas/sus pies/su sexo/su sonrisa/su
sinceridad/su inocencia/su culpabilidad/su cordura/su locura/su fe/su
descreimiento/su vida//porque la primavera cristaliza/las miradas en
marzo/desde que el mundo/es mundo” (Marzo).
El mismo amor forma parte de la metamorfosis continua del tiempo interior que
destruye y recompone cuentos sobre sí mismo, sobre la realidad de la pareja,
sobre la añoranza y las lejanías celestiales: “El primer miércoles/me encontré
con ella//era una cerámica mediterránea/que guardaba en sus manos/las escotas
de los pesqueros/de todas las dársenas/como cardumen/que nos abrazada//pero los
peces/acabaron por ser metamorfosis de fango//se dispersó/como hace la espuma
aventada/a sotavento/con sus fosforescencias” (Abril).
El
mes de mayo del Anuario se transforma en puente lírico con Las lunas,
tanto por las metáforas del mes, como por lo concreto de la ciudad: “La noche
no cerraba sus ojos/y el ruido de la luna crecía/en el oído/como crece la
claridad cuando/amanece//los vecinos de la ciudad//cuadriculada//planificada
para aumentar su volumen de ausencia/se quejaban//y tuve que apagar aquella
claridad/es decir/dejé de gritar tu nombre//hoy/el vapor de mayo/ha
transcurrido//y la plaza es una charca de/paciencia/con una fuente
rota/donde/vertió el anhelo//su domingo” (Mayo).
En todo caso, el tiempo es solamente un constructo y la comprensión del tiempo
se convierte en una práctica culpable, de “la salida del tiempo”.
Otra
coordinada del volumen Anuario se relaciona con las numerosas
referencias a la música, llamadas a domar el tiempo (“Recuerdo a Ella
Fitzgerald/Sidney Bechet/Billie Holiday/Nina Simone//por la ventanilla del
chofer entraba un aire/Charlie Parker” – Julio). Muchas veces, la lectura de algunos sonetos,
algunas cartas antiguas o algunos apuntes se entrelaza inherentemente con la
música (“Suelo soñar que un sábado/es un día/para escuchar jazz/y leer sonetos”
– Febrero, “música de fondo”, “la misma
canción” – Agosto, “toca la lira/y
canta/el incendio del paraíso/terrenal” – Noviembre)
o, en los antípodas, con el silencio de metal del otoño, en el cual se sumergen
pequeñas obsesiones, espantos, la inminencia del fin (“donde podrías
escuchar/música/que todavía/no/ha sido” – Diciembre).
La
lectura es, en definitiva, un acto purificador, que vuelve a animar el mapa
íntimo del pasado, restituyendo a los archivos de la memoria algo prohibido -
la sustancia de la vida: “Leo tu carta/caligrafiada en un teclado
expandido/donde nadan las escamas/del primer leviatán//escrita con tinta de
años/bajo el pie de la espera/en una plaza/que en
mayo//sucedía//cautelosa//reflejo/de las Pléyades/paso lejano//solsticio/que
deambula/entre espigas transgénicas//importadas/para ser molidas//como se
muelen/las ciudades cuadriculadas/en las moliendas/de barrio//hoy recuerdo su
llegada” (Agosto). En las ciudades
perfectamente configuradas en su construcción, el tiempo lo destruye todo,
altera, pulveriza la armonía celestial y mundana.
Más
que esto, el volumen puede beneficiarse de una doble lectura – culpable e
inocente – pero, proyectándose sobre sí misma, la lectura se convierte en acto
sacrificial, de introspección continua en la profundidad del ser humano, donde
los puntos de referencia ya no existen; tampoco el tiempo. “Es peligroso/leer
poemas/de doble lectura/y quedarse/con la lectura inocente//apalancada/en un
montón de estrofas que no van más allá/de una cadencia entregada al sosiego/de
los sedimentos//calentadas las tardes con pulpa/de lágrimas//al borde del
abismo de un amor codicioso/que entregará su causa/(su atavío)/en la frontera
de un jardín/sobre la cerca de lo predecible//desdichado año//estéril júbilo de
complicidad/desalmada//simple” (Diciembre).
Pero en Las lunas, el amor se
convierte en la promesa de la vida: “Ella es cielo./Da color al manto que
navego.// Yo amo/con destreza de marino/el pulso delicado/de sus
gestos.//Reflejo del cielo,/el compás fabrica/singladuras y arribadas/a la
luna” (Luna del marinero enamorado).
El poema alude intertextualmente al soneto 45 de Pablo Neruda, cuyos primeros
versos sorprenden la ternura del tiempo que vuelve hacia sí mismo,
ingiriéndoselo todo: “No estés lejos de mí un
sólo día, porque cómo,/porque, no sé decírtelo, es largo el día,/y te estaré
esperando como en las estaciones/cuando en alguna parte se durmieron los
trenes.”
El
volumen de José Marrero Castro se convierte en un viaje interior hacia las
profundidades de la existencia, persiguiendo, a la vez, los rumores animados de
la ciudad atravesada por líneas, plazas, cruces, demasiado ordenados, absurdos
en su geometría inverosímil, cruzados por gente que no cesa de moverse
automáticamente. Solo la adrenalina de un amor reprimido, gastado parcialmente,
a través del juego de palabras, de los sonidos suaves de los Beatles o de las
voces vibrantes de una canción de otro tiempo traspasa con obstinación el orden
del mundo, derrotando el tiempo. El submarino de Monturiol es solo un pretexto
libresco para sumergirse en este tiempo de las indeterminaciones del destino.
Pero, ¿quiénes son Narcís Monturiol, Isaac Peral, Julio Verne (“la experiencia
de las 20 000 leguas/ de su último viaje)? ¿No son los álter egos de él que
descubre el mundo desde su submarino, obligado a ir en piloto automático
(“piloto automático”), acompañado por Viernes (Viernes, “como el amigo de
Robinson Crusoe”), imágenes de los temerarios de unas épocas acabadas? Se
trata, finalmente, de un viaje lleno de observaciones, de melancolías, de
esperas vanas, de ambigüedades, de convenios; al fin y al cabo, otra definición
de la vida misma, con todas sus sinuosidades.
Irina
Roxana Georgescu.
Rumanía, 1986. Doctora en Filología por la
Universidad de Bucarest. Dedicó su tesis doctoral a la influencia de la crítica
occidental en la crítica literaria rumana posbélica (1960-1980). Trabajó como
redactora de lengua francesa en la revista de estudios literarios y culturales Euresis
(2009-2013). Actualmente, trabaja como profesora de lengua rumana y como
especialista de evaluación en el área de Humanidades, dentro del
Departamento de Exámenes Nacionales e Internacionales del Ministerio de
Educación de Rumania.
En 2009, participó, junto a otros 185
autores, en el proyecto propuesto por la editorial Vellant de “volver a
definir” y “volver a escribir”, como lectores, a través de dibujos,
comentarios, notas o subrayados, el volumen de cuentos del escritor mexicano
Guillermo Arriaga, Retorno 201, lanzado con motivo de la Feria
Internacional del Libro del mismo año.
Presente en los volúmenes colectivos: La
literatura y lo político (coordinado por Mircea Anghelescu, Universidad de Bucarest, 2010), Afinidades Imagen – Texto II (coordinado
por Elena Ionescu, Ruxandra
Iordache, Universidad de Bucarest, 2011), Qu’en est-il de la littérature «beur» au féminin? (coordinado por Najib Redouane,
Yvette Bénayoun-Szmidt, París, L’Harmattan, 2012), Cartografías
literarias: regional, nacional, europeo, global, (coordinado por Adriana Babeți, Dumitru Tucan, Gabriela
Glăvan, Radu Pavel Gheo, Universidad de Oeste, Timişoara, 2016), Mahi Binebine (coordinado
por Najib Redouane, Yvette Bénayoun-Szmidt, Bernadette Rey Mimoso-Ruiz, París,
L’Harmattan, 2016) etc.
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