ELLAS. CAPÍTULO 28
DUNIA SÁNCHEZ
Evoca
la ida, el desencuentro. Sabe quién soy pero ahora no. Está con su familia
sumergido en un océano plano cuyo horizonte se vuelve gris. Aguas cristalinas
nadan en una mañana rehaciendo el plúmbico de su corpulencia. Me voy a la orilla por una escalinata ausente
de ellos. Camino agotado de tantas horas que han pasado en mi frente, el sudor
me cae. Tal vez un baño en esta maravillosa playa donde ahora comienza a
chispear. Saco mi libreta pequeña del bolsillo de la chaqueta y antes de
desnudarme con la lluvia borrando toda señal de mis pisadas escribo. No quiero
la destrucción de mis versos por lo que me pongo la chaqueta encima de mi
cabeza. Ellos, ahí, ya se van. Mejor, los niños pueden enfermar.
Frágil.
Solemne
vuelo a la oscuridad.
Jaulas
oprimiendo mis piernas.
Ausente,
enfrascado en el delirio
De
los desiertos
Encapuchados
de aislamiento.
Horizontes
carcomidos
Por
haces metálicos oxidados.
Frío.
Rebelión
de mis huesos
Ante
mis apagados ojos.
En
mi corazón se enquista
La
memoria retorcida, perdida
En
los yermos rayos de un sol
Eliminado
por pasos eclipsados.
Guardo
este poema en un papel que sigue y sigue dentro de mi maleta. Pongo la chaqueta
encima de ella y con la lentitud de las nubes grises me desnudo. Aguas antes
cristalina con el verdor y azul de la atracción ahora son pesadas, un líquido
salinoso envuelto en fealdad. Qué más me da, me dirijo a ella. Paulatinamente
me voy introduciendo en todo su poder, en toda su altanería de renunciar a los
seres. Océano de ahogados, náufragos en busca de la esperanza, de mágicos
resoplidos limando su futuro y el de sus allegados. Huyen de las guerras, del
desfase de un pueblo a otro en cuanto al
porvenir. Gélido mar que entona mis sentidos, parezco despertar de los
lodazales de mis pilares. Pardelas plateadas se asoman a mis ojos, ojos blancos
en el sudor inextinguible de la soledad. Considero esta mi casa. Sí, en un
breve tiempo me resguarda de las intangibles alas de la libertad. No, no soy
autónomo y más en el paso de los años. Desagradecida memoria. Depender de otras
miradas que irán tatuando la pena de mi sombra, sombra negra de mi ayer. No
saldré de este océano quieto hasta que la lluvia se detenga, se detenga y me
diga el por qué…¡Ay Anne¡…no tengo a nadie. Confío en ti, en el suculento
abrazo del compañerismo, de la amistad. Tengo que afrontar el abismo, muralla
inaccesible donde impera la bestialidad de la enfermedad. Yo, joven aún…no hay
que fiarse de ello. Desconfío de ti, de ti vida. Me has engañado, maltratado en
como erguir mis estaciones. Mis lágrimas se mezclan con este mar que no me
escucha ¡Dame la lanza de féretros a ras de mi esencia¡ Para qué vivir ya.
Pardelas plateadas de ojos enlutados me acechan, me enseñan la dirección en
donde extinguir mi respiración ¡Ay Anne¡
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