CRISTINA CIFUENTES, ANTEPENÚLTIMA PRESUNTA CORRUPTA
JOSÉ MARÍA CALLEJA
Escribir
sobre la corrupción del PP implica el riesgo de quedarse obsoleto en cuestión
de minutos: uno empieza con el anteúltimo caso de corrupción y cuando termina
el artículo ya hay un imputado más.
Cristina
Cifuentes, la presidenta de la Comunidad de Madrid, se había presentado como
adalid contra la corrupción de Ignacio González, su antecesor, e insultador, en
el cargo.
Denunció
Cifuentes la corrupción del PP en el Canal de Isabel II, ella decía segundo, y
eso parece que la eximía de cualquier responsabilidad en el continuum de la
corrupción del PP madrileño.
Cifuentes
había tenido el honor de ser vilipendiada por Marhuenda, que alardeaba de
haberla puesto primera en una encuesta inventada para que "las otras"
–se entiende que Soraya y Cospedal– la devoraran.
Marhuenda
tildaba a Cifuentes de ambiciosa, presumía de inventarse cosas contra ella y le
auguraba sufrimientos varios por poner en cuestión a sus "soldados"
del komsomol de la Razón, a Ignacio González, luz de donde el sol la toma en la
narrativa breve, hasta el punto de cobrar 4.500 euros por dos artículos en el
periódico de Marhuenda. Las aguas fétidas del Canal: de ida, publicidad en
masa; de vuelta, artículos a cien euros la palabra de Nacho, el amigo de Rafa.
Ahora,
la Guardia Civil sostiene que Cristina Cifuentes ha podido cometer delitos de
cohecho, malversación y prevaricación continuada, al realizar
"valoraciones arbitrarias" sobre la empresa de Arturo Fernández,
privilegiado por el PP, entre otras muchas cosas, en la concesión de la
cafetería y el comedor de la Asamblea de Madrid. (Arturo Fernández debería
estar en la cárcel hace tiempo por el café, ¿toner?, que servía en sus
infinitas empresas de catering de Madrid).
Arturo
Fernández, siempre presente en los casos de corrupciones madrileñas, había dado
160.000 euros a Fundescam, la Fundación del PP que se inflaba como los mofletes
de un trompetista de jazz cada vez que se acercaba una campaña electoral. Díaz
Ferrán también dio dinero a esa Fundación, como denunció en su día Público, en
papel, en la época de Ignacio Escolar. En aquel momento, el PP orgánico y sus
corifeos mediáticos salieron en tromba contra aquellas denuncias. Díaz Ferrán,
otro que inflaba a Fundescam y ahora en el talego, decía de Esperanza Aguirre:
"Es cojonuda". Ferrán se gastaba la pasta de las tarjetas black en
los restaurantes de Arturo Fernández. El propio Fernández se gastaba dinero de
las black en los restaurantes de sí mismo, caso de puro onanismo corrupto.
Bien,
la UCO, la Guardia Civil, sostiene ahora que
Cifuentes adjudicó contratos ilegales a Arturo Fernández como miembro
del Patronato de Fundescam; que se hicieron "valoraciones
arbitrarias" para dar contratos al insaciable Arturo Fernández, el del toner/café;
vaya, que Cifuentes participó en la financiación ilegal del PP de Madrid.
Si
Cifuentes se aplicara su propia doctrina, según la cual los altos cargos deben
dimitir si son imputados por corrupción, debería irse ya mismo, antes de acabar
este artículo, antes de que surja otro imputado. No lo hará. Está metida en una
carrera en la que cada paso anticipa una ambición posterior y quiere ser algo
más que presidenta de la Comunidad, quién sabe si lehendakari de España.
Se
ha tenido que ir su viceconsejero de Medio Ambiente y Urbanismo, Miguel Ángel
Ruiz, exconsejero delegado de Arpegio, empresa corrupta, implicado en la
Púnica, una de las varias ramas de la polimorfa corrupción de Madrid.
Con
esta cosecha de imputados y encarcelados, no me extrañaría nada que en las
reuniones de las gentes del PP en Madrid, alguien dijera en el momento del
brindis: "No estamos todos, faltan los presos". Es probable que
algunos de sus dirigentes señalados salgan con muda cada mañana, por si acaso;
con el móvil del abogado en prevengan y, desde luego, sin decir una palabra en
conversaciones que teman ser mordidas por los guardias.
Mientras,
el fiscal general del Estado, José Manuel Maza, repudiado, se fuma un puro como
Rajoy y dice en la SER que la opinión de la gente le trae al fresco porque él
"cumple con la ley". Afirmación que supone que los diputados que le
repudian no son gente ni cumplen con a ley. Maza se siente en un "horno
crematorio", ahí es nada, ve a Moix como un hombre "valiente"
frente a la corrupción y no piensa dimitir por haberse hecho "el
sorprendido" cuando varios fiscales le avisaron de la existencia de
conversaciones que afectaban a Moix como fiscal deseado por los criminales
antes de que él lo nombrara. "Es cojonudo", dijo Ignacio González.
La
posición de Maza, de Moix, del propio Rafael Catalá, "Rafa" para los
encarcelados, da para una tesis que explique no solo el milagro de los panes y
los peces, también cómo se puede pasar de acusador por definición, a abogado
defensor de los corruptos por vocación.
¿Quién será el próximo imputado?
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