DE RAMIRO ROSÓN
POR
ANTONIO PRAENA
Se
cruzan en mi mesa de lectura (bueno, no es una mesa, sino un palé que recogí en
la calle) los dos volúmenes de “Teoría de la expresión poética”, de Carlos
Bousoño, obra considerada como la última gran publicación en español que abordó
el hecho poético en sí, y la presencia paciente de poemarios de jóvenes
autores, alguno de los cuales ha despertado mi interés desde una primera cata.
Vayamos
hoy con “La simiente del fuego”, de Ramiro Rosón (coeditado por Idea y Aguere).
Lo primero que llama nuestra atención es la elegancia reposada y clara de este
poemario; una escritura madura para la edad de su autor que denota cómo el
saber hacer está asimilado y es hora ya de trascender la hacia el riesgo de la
propia voz y el propio universo poético.
Ramiro
Rosón parte de una escritura clásica y formalmente contenida que da primacía al
contenido sobre la forma. Quizá precisamente porque tiene algo importante que
decir.
En
efecto, sorteando esa tendencia juvenil a llegar y querer parecer poeta, que
nos afecta cuando somos jóvenes, esa tentación del “miradme, soy joven,
terrible y nunca habéis escuchado algo parecido” por la que todos hemos pasado,
a sus escasos veintitantos, Ramiro Rosón mira sin prejuicio ni complejo la
condición trascendente del mundo y el ser humano, incluyendo su realidad
religiosa, con la particularidad de que, a pesar de los indudables matices
cristianos que presenta, no sabemos y no nos importan las creencias del autor:
Ramiro ha erigido un texto verdadero que se sostiene en sí mismo.
Al
arte le basta el arte en cuanto a arte se refiere. Recogiendo lo que Bousoño
manifiesta en el citado clásico, “el narrador poemático es un sueño del autor
sin comillas, y el `autor´ entrecomillado es un sueño del lector”. Lo que, en
otro orden de cosas, viene a significar que “la relación entre poema y vida se
parece a la relación que media entre dos líneas paralelas, que sin tocarse
nunca, cada una de ellas sigue las evoluciones de la otra”.
El
hecho es el poema y está ahí. Rosón llega a él por la vía poética misma, al
margen de la especulación, la cual, en poesía, suele y quizá debe ser un
"a posteriori".
Y
ya que este blog pretende explorar la posible relación entre arte y fe, resulta
satisfactorio encontrar un acercamiento al hecho cristiano en campos ajenos al
lenguaje y la simbólica tradicionales religiosos. En el fondo, es el argumento
más consistente acerca de la validez del Evangelio y de la atracción que Jesús
de Nazaret sigue suscitando sobre la mirada humana, en este caso, una mirada
joven. Intuimos en los versos de Ramiro Rosón que no le condiciona lo que la
teología pudiera pensar de su escritura, pero tampoco lo que el resto de las
voces poéticas puedan criticar, un parnaso donde esconder las creencias o
determinados vuelos trascendentes a veces es un requisito para medrar
literariamente.
Está
bien que así sea la independencia de Ramiro Rosón, porque la misión del poeta
es otra bien distinta a la de agradar y triunfar. Nuestro vate vuela libre sin
más alas que las de la búsqueda y la
belleza.
“La
simiente del fuego” es un libro que, desde su título, asciende. Parte de bien
adentro en la tierra, como la semilla, aunque pronto muestra su aspiración de
fuego. Tiende el fuego a las estrellas, aunque en ese viaje se las haya de ver
con la disolución. Al fin y al cabo, el vuelo es eso que queda tras lo que se
marcha porque su esencia es movimiento.
Ramiro
escribe desde su Canarias natal para, desde una situación de soledad personal y
cierto aislamiento literario, huir y llegar al lector por la única brecha
abierta, esa grieta por la que todo se escapa (hay una grieta en todo, nos
decía Leonard Cohen) y gracias a la cual somos redimidos.
Cipreses,
garzas, catedrales, bosques sagrados, vencejos; incluso las afirmaciones
cristianas de la Resurrección y Asunción, desprovistas de categorías
teológicas, dan tensión y magnitud a los poemas. Todo -desde la voz de las
cosas a la interioridad del hombre que escucha y escribe- nos dice que es
inútil acallar el llamado del Misterio. Lo cual nada de extraño tiene, a no ser
su cualidad de absoluta otredad. De lo contrario, no sería misterio y no
estaríamos así, más fuera de nosotros mismos que dentro.
Ser
poeta es encontrar preguntas y Ramiro Rosón las encuentra. Luego no hay más que
resolver el silogismo… Si bien, al avanzar por su obra, descubrimos que
queremos más: que rompa más, que se desconozca más, que transgreda más los
límites del discurso. Pero ello es promesa que intuimos cerca, pues es el mismo
texto el que nos la despierta, y eso ya es milagro. En realidad, este libro
recoge un periodo creativo de 8 años y se percibe en él la evolución y cada vez
más clara conciencia de este autor pese a su juventud. Es un poemario que se
sitúa entre “Tratado de la luz”, de 2008, y una inminente publicación en la que
las intuidas evoluciones estéticas eclosionarán con fuerza. Lo esperamos.
Para
contrapeso, concluyamos diciendo que el carácter sapiencial y limpiamente
poético de este libro no excluye el compromiso más concreto y directo. Antes
bien, éste es una conclusión directa y necesaria de la mirada
contemplativamente laica de Rosón. Véase, si no, el poema “Inmigrantes”, con
cuyos versos finales invitamos a la lectura de “La simiente del fuego”:
“Los hombres que los miren como espejos
lavarán las infamias de la tierra;
los hombres que los miren como espejos
serán alondras puras en el alba.”
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