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viernes, 21 de abril de 2017

LA SIMIENTE DEL FUEGO DE RAMIRO ROSÓN



LA SIMIENTE DEL FUEGO 
DE RAMIRO ROSÓN
POR ANTONIO PRAENA

Se cruzan en mi mesa de lectura (bueno, no es una mesa, sino un palé que recogí en la calle) los dos volúmenes de “Teoría de la expresión poética”, de Carlos Bousoño, obra considerada como la última gran publicación en español que abordó el hecho poético en sí, y la presencia paciente de poemarios de jóvenes autores, alguno de los cuales ha despertado mi interés desde una primera cata.

Vayamos hoy con “La simiente del fuego”, de Ramiro Rosón (coeditado por Idea y Aguere). Lo primero que llama nuestra atención es la elegancia reposada y clara de este poemario; una escritura madura para la edad de su autor que denota cómo el saber hacer está asimilado y es hora ya de trascender la hacia el riesgo de la propia voz y el propio universo poético.

Ramiro Rosón parte de una escritura clásica y formalmente contenida que da primacía al contenido sobre la forma. Quizá precisamente porque tiene algo importante que decir.

En efecto, sorteando esa tendencia juvenil a llegar y querer parecer poeta, que nos afecta cuando somos jóvenes, esa tentación del “miradme, soy joven, terrible y nunca habéis escuchado algo parecido” por la que todos hemos pasado, a sus escasos veintitantos, Ramiro Rosón mira sin prejuicio ni complejo la condición trascendente del mundo y el ser humano, incluyendo su realidad religiosa, con la particularidad de que, a pesar de los indudables matices cristianos que presenta, no sabemos y no nos importan las creencias del autor: Ramiro ha erigido un texto verdadero que se sostiene en sí mismo.

Al arte le basta el arte en cuanto a arte se refiere. Recogiendo lo que Bousoño manifiesta en el citado clásico, “el narrador poemático es un sueño del autor sin comillas, y el `autor´ entrecomillado es un sueño del lector”. Lo que, en otro orden de cosas, viene a significar que “la relación entre poema y vida se parece a la relación que media entre dos líneas paralelas, que sin tocarse nunca, cada una de ellas sigue las evoluciones de la otra”.

El hecho es el poema y está ahí. Rosón llega a él por la vía poética misma, al margen de la especulación, la cual, en poesía, suele y quizá debe ser un "a posteriori".

Y ya que este blog pretende explorar la posible relación entre arte y fe, resulta satisfactorio encontrar un acercamiento al hecho cristiano en campos ajenos al lenguaje y la simbólica tradicionales religiosos. En el fondo, es el argumento más consistente acerca de la validez del Evangelio y de la atracción que Jesús de Nazaret sigue suscitando sobre la mirada humana, en este caso, una mirada joven. Intuimos en los versos de Ramiro Rosón que no le condiciona lo que la teología pudiera pensar de su escritura, pero tampoco lo que el resto de las voces poéticas puedan criticar, un parnaso donde esconder las creencias o determinados vuelos trascendentes a veces es un requisito para medrar literariamente.


Está bien que así sea la independencia de Ramiro Rosón, porque la misión del poeta es otra bien distinta a la de agradar y triunfar. Nuestro vate vuela libre sin más alas que las de la búsqueda  y la belleza.

“La simiente del fuego” es un libro que, desde su título, asciende. Parte de bien adentro en la tierra, como la semilla, aunque pronto muestra su aspiración de fuego. Tiende el fuego a las estrellas, aunque en ese viaje se las haya de ver con la disolución. Al fin y al cabo, el vuelo es eso que queda tras lo que se marcha porque su esencia es movimiento.

Ramiro escribe desde su Canarias natal para, desde una situación de soledad personal y cierto aislamiento literario, huir y llegar al lector por la única brecha abierta, esa grieta por la que todo se escapa (hay una grieta en todo, nos decía Leonard Cohen) y gracias a la cual somos redimidos.

Cipreses, garzas, catedrales, bosques sagrados, vencejos; incluso las afirmaciones cristianas de la Resurrección y Asunción, desprovistas de categorías teológicas, dan tensión y magnitud a los poemas. Todo -desde la voz de las cosas a la interioridad del hombre que escucha y escribe- nos dice que es inútil acallar el llamado del Misterio. Lo cual nada de extraño tiene, a no ser su cualidad de absoluta otredad. De lo contrario, no sería misterio y no estaríamos así, más fuera de nosotros mismos que dentro.

Ser poeta es encontrar preguntas y Ramiro Rosón las encuentra. Luego no hay más que resolver el silogismo… Si bien, al avanzar por su obra, descubrimos que queremos más: que rompa más, que se desconozca más, que transgreda más los límites del discurso. Pero ello es promesa que intuimos cerca, pues es el mismo texto el que nos la despierta, y eso ya es milagro. En realidad, este libro recoge un periodo creativo de 8 años y se percibe en él la evolución y cada vez más clara conciencia de este autor pese a su juventud. Es un poemario que se sitúa entre “Tratado de la luz”, de 2008, y una inminente publicación en la que las intuidas evoluciones estéticas eclosionarán con fuerza. Lo esperamos.

Para contrapeso, concluyamos diciendo que el carácter sapiencial y limpiamente poético de este libro no excluye el compromiso más concreto y directo. Antes bien, éste es una conclusión directa y necesaria de la mirada contemplativamente laica de Rosón. Véase, si no, el poema “Inmigrantes”, con cuyos versos finales invitamos a la lectura de “La simiente del fuego”:

“Los hombres que los miren como espejos

lavarán las infamias de la tierra;

los hombres que los miren como espejos

serán alondras puras en el alba.”


 

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