ELLAS. CAPÍTULO 12
DUNIA SÁNCHEZ
Y de golpe la luz incide en este taxi. Voy a mi casa. Hoy no
veré a mis hijos antes de irse a la escuela. Me da lástima, una especie
impotencia que me abate. No, no los veos. Estúpido trabajo. Estúpidas mujeres.
A quien se le ocurre ir a la cumbre a tan precoces horas. La bajada ha sido
dura. Serpentear por estas carreteras ya con la radio apagada y dando
bocinazos. O duermen o no están cuando llego. Niños sin padre me considero yo.
Solo su madre es vertical educación en ellos. Extrañas mujeres. Para que concurrir
con el final del invierno en esas alturas. Serían amantes. No es que tenga
prejuicios, pero se me hace raro que dos mujeres sean nido del amor. Había algo
que no me gustaba en ellas, era como si fueran huída acelerada. Por qué huir.
No entiendo. Cada uno es como es aunque parezca contradictorio a nuestras
creencias. Ahora me espera mi mujer. La dibujo en mi cabeza con chillidos que
toda la vecindad escuchará. Me echará la culpa a mi todo. Soy culpable de no
atender a mis hijos. Soy culpable de no escucharla. Pero está tan arisca cuando
llego que caigo y caigo. Hola Evum. Su espalda es señal de que algo no marcha
bien. Vete, me dice. Me pregunta donde he estado ¡Qué responder¡ El trabajo, el
traer algo de dinero para proseguir en la educación y manutención de estas
paredes que ahora me engarrotan. Da puñetazos sobre la mesa de la cocina.
Acuéstate, me dice con desprecio. Me siento cobarde, soy no más que el barro
que piso. Vago hasta la habitación. La cama está sin hacer, qué más da y me
tiro en ella. Intento explicarle que ha
sido una noche muy agitada, seres antagonistas a mis ideas han pisado el taxi y
yo he de cumplir. Por muy distintos a nosotros que fueran eran buena gente que
incluso me ha dejado una buena propina. Ven Evum, le digo. Da un portazo y me
deja el café sobre la mesilla donde el tic-tac de un reloj me marca los años
que me queda de esta manera de existir. Y mis hijos, tengo dos. Dos pequeñines
que pasan y pasan tiempo en el colegio. Yo los veo poco solo cuando libro. Hago
un esfuerzo y los saco al parque, donde ellos quieran. Después la distancia por
el trabajo, es injusto. Sé que ella lleva todo yo, de aquí para allá en busca
de un cliente. No comprende que tengo que mantener esta casa, nuestros hijos y
a ella. La irá se desata, escucho el romper de platos en la cocina mientras
friega. No, no puedo descansar, perturba mi tranquilidad. Me levanto y voy a la
cocina. Sus ojos cegados a los míos. Le dejo los billetes al lado de ella. Los
escupe. No sé por qué siento dolor, siento descender en el enojo y le grito.
Sí, grito. Yo…sí yo, en esta mierda de ciudad buscando tu bienestar, el
equilibrio en esta familia y tu escupes…¡Sí escupes lo que te doy¡ Estoy harto,
muy harto de esta situación. Malagradecida, eres una maldita mujer. Ella calla.
Me voy y me vuelvo acostar. Me arrepiento de estas palabras será el
aburrimiento de idénticas jornadas, siempre lo mismo. Me da rabia su opinión,
que esto en la carretera en busca de no sé qué. Desde la cama veo el día. Hoy
será limpio, sin nubarrones y vientos infectantes más de mi contrariedad.
Respiro hondo, intento calmarme y en esa calma encuentro el necesitado letargo.
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