DE SU VOZ
CECILIA DOMÍNGUEZ LUIS
Se escribe y se publica
mucha poesía. Para ser más exactos, se publican muchos libros de poemas de
heterogénea y variada calidad. Algunos- todo hay que decirlo-carentes de ella.
La causa principal no es
otra que la falta de lectura. Se escribe mucho, pero se lee poco, y eso se
nota.
La proliferación de
lugares comunes, el verso “emotivo”, esa necesidad de llamar la atención acercándose
a lo escabroso (como si eso fuera una novedad), o a una supuesta transgresión,
proceden más del desconocimiento que de otra cosa.
Pienso que los lectores
de poesía no buscamos solo el “gran hallazgo”, sino también el trabajo serio y
concienzudo del lenguaje, la reflexión, las emociones, la sinceridad.
Por eso, a veces tenemos
la suerte de encontrar algunos libros que nos hacer persistir en la búsqueda,
pensando que una buena poesía es posible.
Desde luego, no se
pretende que, en un poeta que empieza, suenen las campanas de la genialidad,
pero el encontrarnos con libros como El
azar de una tarde cualquiera, de Julio Gil-Roldán, o La simiente del fuego de Ramiro Rosón, nos llena de optimismo. Un
optimismo prudente, pero esperanzador, al fin y al cabo.
En el caso de Julio
Gil-Roldán (1980, La Laguna), diré que la primera vez que entré en contacto con
su poesía fue en un recital que, junto a otros poetas, ofreció en la librería
de mujeres. Confieso que, de lo que allí
se leyó, fue la poesía de este joven autor la que atrajo mi atención, sobre
todo porque se notaba que había muchas lecturas detrás.
Ahora, en su primer
libro publicado, el poeta nos va mostrando su manera de descubrir su propio yo
a través de la palabra que es, a su vez, herencia de otras que le precedieron.
Como se dice en la contracubierta, el libro está escrito en secuencias, en el
que no importa el tiempo en que fueron escritos los poemas, pero sí el presente
en el que se leen. O al menos es esa una de las preocupaciones del autor.
Sus autogeografías que,
en número de doce, constituyen uno de los núcleos del libro, están dirigidas a
un tú, alter ego del poeta o a un posible e hipotético lector que puede ser el
poeta mismo. Con ellas se reafirma en la vida y en la pertenencia a un lugar,
sabiendo que el tic-tac del tiempo no se detiene, que corre, a veces a favor, otras
en contra nuestra, pero que, inevitablemente, pasa, aunque tal vez la palabra
pueda hacer el milagro de detenerlo o, al menos, reflejar el instante, porque
“mis palabras sobre el papel son la prueba de que estás” y “siempre que leas
esto, lo estarás leyendo en este instante.”
Todos somos azar, pero
un azar que necesita del otro y del tiempo para hacerse presente, tangible,
despojado de la máscara y el mito.
Poemas, pues, que surgen
de una reflexión de un momento concreto que el autor recuerda y vuelve a
traernos, despojado de todo lo que pueda contaminarlo, siempre con la duda- tan
valiosa, por otro lado-sobre el alcance de lo que escribe, pero en la que, a mi
parecer, insiste demasiado, como si de esta manera conjurase los fantasmas de
sus inseguridades
Un primer libro que
tiene el valor de lo iniciático, en el sentido que puede ser el primer paso a
nuevos e importantes descubrimientos.
Por su parte, Ramiro
Rosón, a pesar de su juventud (Santa Cruz 1989), este es su segundo libro de
poemas publicado que fue, además premio Emeterio Gutiérrez Albelo 2014.
Si hay algo que me llama
la atención en este libro es esa especie de excavación que hace el poeta en la
música, en la poesía y en sí mismo.
Una labor de exploración
acerca de la poesía que realmente conmueve al poeta y en la que, al parecer,
cobran gran importancia los sonidos, la musicalidad. No es casual que los
últimos poemas del libro estén dedicados, precisamente, a tres compositores, de
muy diversas tendencias.
Además aparecen ecos de
otras voces en “esos días de angustia de la ciudad cansada” que nos recuerdan a
Cernuda, Aleixandre, Valente, Gutiérrez Albelo, o a Lorca con el verso “aurora
con jirones de sangre” que nos llevan a los del Poeta en Nueva York. Lo que
habla en favor del poeta, pues ha sabido dejarse llevar por esos fragmentos que
ha atesorado en sus lecturas.
Dividido en dos partes,
desde el primer poema, ese sentido del ritmo, conseguido a través de la mezcla
de endecasílabos y heptasílabos, nos lleva a la intención del poeta de
construir una música del lenguaje, en la que la intuición del momento vaya más
allá de la propia experiencia del instante mismo. Tal vez, precisamente este
sentido tan estricto de la medida en los versos, pueda ir en detrimento de la
expresividad del poema.
Se suceden una gran
variedad de temas: el amor, el paisaje, el ubi sunt, los temas religiosos. Y,
con esta variedad temática llegamos a una segunda parte en la que el poeta se
detiene a contemplar la ciudad, sus árboles, sus pájaros. Una contemplación que
lo lleva a preguntarse quién es esa persona que escribe, - “Me pregunto quién
soy, desamparado”-sabiendo que para conseguir alguna respuesta necesita
buscarse en las cosas y, de esta manera, encontrarse a sí mismo.
Intuición y tradición,
búsqueda interior que se vuelve hacia afuera o viceversa, son las
características que, a mi entender, definen este libro.
Estamos, pues, ante dos
poetas que salen en busca de su voz. Son estos sus primeros pasos en el difícil
y seductor camino de la poesía. Solo me queda desearles que no bajen la
guardia.
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