VIENTO...
DUNIA SÁNCHEZ
Viento. Son las
seis de la mañana. Todo oscuridad, todo callado al compás del tic-tac del
tiempo. Giro ralentizada contra la voracidad de la calima. Sé que puedo llegar.
En la reconditez de las ramas rotas busco la mirada incierta del mañana, un
mañana confuso. Sé que puedo escalar los desagradables interrogantes de un
cementerio cercano. La tos me acusa, sin
embargo, sigo. Sirio me acompaña, me vigila en cada zancada retorcida en las
manos del viento. El viento. Acusada de perdedora, de mordientes aventuras a
ras del vacío. No. Sudo, un sudor extinguido a medida que avanza. Calles mudas,
solo el viento. Pasan coches con luces de agonía de una jornada que quiere
comenzar. Las farolas aún encendidas dan lumbre a mis pensamientos- pesados,
tuertos- yertos en el menear del agotamiento. No hay cansancio. A veces parezco
desfallecer, mentiras obradas de la luna aun ahí con su caricia al sol
venidero. La luz del día empieza a divisarse, una luz disfrazada de arena de un
continente cercano. Viento. Regreso, tengo que alcanzar mi techo. Tiemblan
bruscamente los árboles. Les temo, espacio de la nada donde me muevo. Cierro la
puerta, el zumbido penetra en las ventanas de esta casa. Ahora me ducho, agua
fría que galopa por mi piel. Así, rápido. Viento. Escucho música acompañada por
el viento, siempre por el viento. Schubert en su melancolía, en su doncella
perdida. Viento
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