RUBALCABA SE PRESENTA A
LAS PRIMARIAS
JUAN CARLOS ESCUDIER
En un país
donde la mediocridad siembra los campos, detectar esa astucia que algunos
consideran exponente de una inteligencia perversa no deja de ser reconfortante.
Es la manera en la que hay que interpretar la candidatura de Patxi López a la
secretaría general del PSOE, una delicatessen de panadería cocida desde las
sombras por un repostero de talento, tan genial como tenebroso. López es la
obra original de Alfredo Pérez Rubalcaba, lince entre los ciegos, aceite en el
agua, insumergible submarino.
El envite
lanzado este domingo es el último lance de una partida que había comenzado
meses atrás, antes incluso de que Pedro Sánchez fuera forzado a dimitir, y en
la que el exlehendakari se ha limitado a sostener las cartas. Otros jugaban por
él. En la operación ha participado activamente Rodolfo Ares, el escudero de
Rubalcaba, clave en algunos episodios determinantes, desde el fracaso de las
negociaciones con Podemos al tumultuoso comité federal que decapitó al
secretario general. No ha habido un solo sanchista que no haya recibido la
llamada de Ares para sugerir cuál debería ser el camino a tomar ante las
decisiones de la Gestora, y tan convincente debió de resultar que no han sido
pocos los que ya militan entre sus filas.
Mientras esto
ocurría, López se aprestaba a abrillantar su imagen con sidol. Prudentemente
alejado de los Brutos del golpe de mano, mantuvo hasta el final el no a la
investidura de Rajoy y ha estado puntualmente informado de los pasos de los
conjurados gracias a la presencia de algunos de sus peones de confianza en la
maquinaria de Ferraz. El expresidente del Congreso se ha proclamado heredero de
lo que nadie le había testado: la voz de la militancia -la que reniega de los
barones y maldice la hora en la que se regaló el Gobierno al PP- a la que ayer
mismo se dirigió al anunciar su candidatura. Había que actuar rápido porque
quien da primero da dos veces.
Su movimiento
ha descolocado al sultanismo, que en última instancia aspiraba a que Susana
Díaz fuera entronizada a la búlgara y sin oposición, y, al tiempo, ocupa buena
parte del territorio que parecía reservarse el desaparecido Sánchez o, al
menos, su cuenta de twitter. Adiestrado en las artes de la puñalada por la
espalda, el socialismo rociero ha de elegir ahora entre dar la batalla en campo
abierto, con lo que cortan algunas espadas, o proponer algún enjuague que, con
la excusa de la unidad, conduzca a una obligada bicefalia. Igual de difícil lo
tiene Sánchez. Si se opone a López será acusado de anteponer sus intereses
personales a los del partido y favorecer a su enemiga del sur; y si se integra
entre sus filas podrá negociar compensaciones pero habrá rendido su último
servicio. Afuera siempre hace mucho frío y la segunda opción es cien por cien
lana virgen.
Condenado como
Fouché a no ser nunca el protagonista de sus creaciones, Rubalcaba se ha
resignado a mover los hilos de ese gran teatro de guiñoles que es el PSOE. De
ese profesor de Física que dirigió los destinos de los 18 años más convulsos de
la historia de Francia, decía Taylleyrand, el otro gran cínico sin escrúpulos
de la época, que si despreciaba a la humanidad era porque la conocía demasiado
bien. Y si hay dos personas a las que Rubalcaba cree conocer íntimamente es a
Sánchez y a Díaz, a los que ha servido con su mejor vajilla la más fría de sus
venganzas.
“No es un
hombre guapo, en absoluto. De cuerpo enjuto, casi fantasmagóricamente flaco, un
rostro huesudo y estrecho de líneas angulosas, feo y desagradable. Afilada la
nariz, afilada y estrecha también la siempre cerrada boca, con frialdad de pez
los ojos bajo unos párpados pesados, casi somnolientos, las pupilas de un gris
gatuno como cristales redondos. Todo en este rostro, todo en este hombre está
por así decirlo tenuemente dosificado de sustancia vital: parece un hombre bajo
una luz de gas, pálido y verdoso (…) Todo el que lo ve tiene la impresión de
que este hombre no tiene la sangre caliente, roja y en movimiento. Y, de hecho,
también espiritualmente, pertenece a la raza de los seres de sangre fría”.
Añádase una barba y cualquier parecido entre el intrigante Rubalcaba y el
retrato que de Fouché hacía Stefan Zwig será algo más que una simple
coincidencia.
Las
circunstancias han querido que López, del que se admira más su bonhomía que su
perspicacia, sea el instrumento de quien malogró su oportunidad de manejar las
riendas del PSOE y necesita disponer de personas interpuestas que entonen sus
guiones. Más listo, más brillante y mejor orador que el resto, a Rubalcaba
nunca le quiso la cámara. Esa es su maldición y lo que le ha convertido en el
gran superviviente.
“Los girondinos
caen, Fouché sigue; los jacobinos son ahuyentados, Fouché sigue; el Directorio,
el Consulado, el Imperio, la monarquía y otra vez el Imperio desaparecen y
sucumben; pero él siempre permanece”, escribía Zweig. Hoy, como Rubalcaba, se
hubiera presentado a las primarias.
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