VOY A VIOLARTE, BABY
POR: JULIO CÉSAR LONDOÑO
En el mundo hay
miles de millones de sujetos que usamos estimulantes y no violamos ni
asesinamos niñas ni mujeres. El que es caballero sigue siéndolo aunque se tome
diez copas. El guache es guache aunque solo tome agüita de valeriana.
Cuesta creer
que un ser humano sea capaz de cometer un hecho tan atroz. Podemos tranquilizar
la conciencia social pensando que se trata de un (1) individuo defectuoso, sí,
pero ¿cómo explicar que haya recibido la colaboración de muchas personas
perfectamente normales?
Por ejemplo la
hermana del asesino, que lavó el cuerpo de la niña con agua y luego lo ungió
con aceite para camuflar los fluidos del asesino y confundir al legista. Por
ejemplo el hermano abogado, que sugirió el uso del aceite y le aconsejó a
Rafael que se metiera cuatro pases de cocaína para provocar una taquicardia y
ser internado en una clínica.
A propósito, el
“atenuante” de que el sujeto estaba drogado es ridículo. En el mundo hay miles
de millones de sujetos que usamos estimulantes y no violamos ni asesinamos
niñas ni mujeres. El que es caballero sigue siéndolo aunque se tome diez copas.
El guache es guache aunque solo tome agüita de valeriana.
Una duda: ¿los
Uribe Noguera son una familia o un colectivo que opera en concierto para
delinquir? Parecen un equipo perfectamente sincronizado, con roles bien
asignados: hay un señor violento que viola, golpea y asfixia; hay una señora
fría que manipula la escena del crimen, y un intelectual que los asesora y se
encarga de la coartada, los detalles técnicos y las sustancias adecuadas.
Cómo entender
que en una clínica, donde la atención es lenta para cualquier paciente que no
esté clasificado como triage uno o dos, vuelen a internar al asesino en la UCI
y le practiquen un proceso delicado, un cateterismo expres, sin necesitarlo.
¿Cuántos días y
trámites debe cumplir un enfermo real para recibir estos cuidados? ¿Cuántos han
muerto sin recibirlos porque les faltó un sello o unos pesos? La clínica
incurrió en una práctica criminal de complicidad por encubrimiento al
proporcionarle al asesino excusas conducentes a impedir su captura y coartadas
para atenuar su responsabilidad.
Cómo entender
que algunos medios hayan tratado de ocultar la noticia y que luego insistan en
que el asesino es un “prestante arquitecto” y la víctima una “indígena
desplazada”.
Todavía falta
la cereza del pastel: la colaboración de la sociedad, la aprobación popular de
canciones que cosifican la mujer como objeto puramente sexual, en el mejor de
los casos, o como saco de boxeo, en el peor, o ambas cosas, el combo completo:
“A ella le gusta que le den duro y se la coman” (Jiggy Drama).
“Si sigues con
esa actitud voy a violarte, así que no te pongas alzadita” (Jiggy Drama).
“Ella se vuelve
loca cuando le meto agresivo, cuando la cojo por el pelo, la pego a la pared y
le digo que la voya a mandar pa’ intensivos”. (Alex y Fido).
Este tipo de
joyas líricas pululan en el reguetón. Las niñas se las saben de memoria y las
cantan como loritas. Sus padres les pagan la boleta para los conciertos de
Maluma, el ídolo reguetonero, y los más ricos lo contratan para celebrar los 15
de la niña.
En nuestras
narices, estos ídolos “sado” están avalando socialmente el maltrato a la mujer.
Ellos venden mierda explosiva y nosotros la compramos sin chistar.
Si estas son
las partituras de la educación sentimental de los niños, y la sociedad quiere
madurarlos biches con reinados infantiles y moda precoz, y los adultos son una
suerte de coreografía zombie que ni oye, ni ve, ni entiende, lo raro es que no
haya millares de Yulianas en los cementerios. O quizá las hay y nadie, ni los
atareados medios, ni sus zombies padres, se han enterado.
Este artículo
fue publicado en El Espectador
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