DIVAGACIONES DE UNA
MAÑANA DE OTOÑO
DUNIA SÁNCHEZ
Son las 7, el
despliegue de los párpados solapados al letargo es de manera lenta. Una mirada
cae en la cuenta que hay que desperezarse, sumirse en la historia venidera de
las últimas estrellas. Ella, se mira al
espejo aunque el frío invierno le atice se halla desnuda. Sin más se vuelve
hacia la ventana y ahí el océano. Cachalotes aún danzando con la madrugada, con
los que suspiran por la belleza de un mundo pacífico, de una madre tierra
consumida la perfecta luna. No se sabe lo que piensa, está sola. Ella y cada
habitación vacía de un tono blanco tirando al desgaste de los años. Se viste,
se le ha caído un botón de la camisa. Va hacía su caja de costura y lo
remienda, ya está lista para el salto a la calle, a ese ambiente helado
meciéndola en su andar. Las luces todavía andan encendidas, las aceras vacías,
rodeadas de una calma que la hace respirar. Alguien precoz ensaya con un violín
en alguna de las viviendas de su barrio. Lo escucha, le gusta esa tonada
temprano bajo la senda de la nada. Se detiene, qué misterio guardará esa
música, si se le puede llamar música…Los últimos astros se van, se pierdan ante
el amanecer, un horizonte broncíneo rompe sus ojos que atentamente observan la hermosura de este nuevo día. Su
estado de ánimo es de entereza, de seguridad, de la seriedad que sus pasos a
través de la ciudad. No se pregunta nada solo medita en que todas las auroras
deberían de ser así, pacíficas, llenas del encanto de algún pájaro extraviado
en esta estación. Vuelve a su casa, bajo su techo escribe algo, a alguien
después se ducha. Otra vez la desnudez en su piel. Agua fría que corre por su
carne, por sus sentidos. Se siente bien, restaurada para comenzar una nueva
jornada donde las prisas dejarán a un lado las emociones de esos momentos en su
silencio, en su soledad.
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