POR: EDUARDO
SANGUINETTI,
FILÓSOFO
Permanecemos en
un mundo asimilado a un estado de podredumbre jamás experimentada, carcomido
hasta la médula por el cáncer de la corrupción en todos los espacios: el
cultural, judicial, corporativo-empresarial, mediático, sindical y político.
Estado de
putrefacción que se ha propagado a todos los rincones del planeta, donde
asistimos al fin de una era, entre la simulación y el simulacro, la mentira y
la complicidad de los pueblos, que como única réplica a toda esta porquería,
marchan “ejerciendo el derecho a manifestarse”… marchas rutinarias, sin efecto
alguno en el hacer y deshacer de los gobiernos de corruptos e ignorantes.
Los golpes
siguen cayendo sobre quienes con valor hablan sobre la verdad. No es fábula,
esta atrocidad se asimila a la denominada realidad que hoy soportamos, los que
nos nutrimos de valores libertarios y revolucionarios, sabiendo que existe otro
mundo por vivir, donde todos/as tengamos espacio.
Con una lucidez
tal vez simple, quizás insuficiente, pero en general bastante clara, comprendo
el porqué de las guerras, comprendo que no quieran comprenderlo quienes dictan
y rigen en el planeta. Sé que las justificaciones basadas en ideologías de
ocasión, en filosofías con fecha de vencimiento y otras razones que dan, son
coartadas, medio consciente, nacidas de patologías diversas, aplicadas a sus
“políticas” de exterminio y de esclavitud.
Hemos vivido
con la certeza, de que decir la verdad era esencial, para crear un mundo mejor
y más justo y que aquellos que luchaban por desvelarla eran el mayor enemigo de
los poderosos ricachones corporacionistas y de los dictadores herrumbrados.
Hemos creído que los luchadores por la verdad, los denunciantes de corrupciones
sistémicas, capaces de hacer frente a los autores materiales y logísticos de
genocidios o de airear las tramas encubiertas del poder mafioso, podían
modificar el destino de la humanidad. ¿Quizás haya sido así?… hoy,
definitivamente no existe esta posibilidad, de creer en que alguien tome en
acto la posta del inolvidable “Che” Guevara, en sus ánimos revolucionarios,
para hacer de esta existencia algo digno de ser experimentado.
Los habitantes
del planeta, continúan hipnotizados en sus smartphone, viven inmersos en el
twit, un espacio virtual donde toda reflexión sobre lo que sea se remite a 140
caracteres (el emisor de la información le ahorra amablemente al receptor el
esfuerzo de tener que pensar) con la ayuda inestimable de los informantes
escribas de las corporaciones mediáticas que, instalando fábulas y noticias
falaces, de lo que jamás ha ocurrido mantienen al ciudadano idiotizado, dócil y
sumiso.
Me pregunto,
¿de qué sirve tomar conocimiento de que los bancos son antros de robo y de
saqueo, si los siguen utilizando los ciudadanos?, o si se conoce la existencia
de la mentira en los discursos de políticos corruptos, ¿de qué sirve saberlo si
no hay una reacción del pueblo? ¿Por qué esa tendencia a hacer íconos de
inútiles, parásitos y corruptos, instalados por las corporaciones que todo lo
manipulan?
Cuando el
hombre ya no piensa en las cuestiones esenciales: verdad, libertad, vida,
muerte, los fines primeros y últimos, cuando solo le interesa el destino de una
nación política y sus candidatos fetiche, en democracias procedimentales
fingidas, cuando las grandes cuestiones metafísicas no causan dolor, ni
extrañeza. La humanidad dormida, anestesiada y temerosa se vuelve bestial, la
filosofía posmoderna, hace dos décadas procuró desembarazarse de la metafísica;
física y literalidad ocupan el lugar de la metafísica y la superficie sustituye
a la dimensionalidad del abismo psicológico y la altura metafísica.
Pues,
desacreditada la distancia entre representación de vida y vida, la cultura de
hoy juega a menudo a mantener los privilegios mediante estatutos de poder y
discursos externos que legitimen como diferente lo igual… la diferencia sufre
un exilio involuntario, al margen del acontecer del pliegue de espectáculo
puesto en escena, donde la retórica del lenguaje sustituye a la fluidez de la
dialéctica, y los actos deberían sobrevolar las voces.
¿Cómo ser
objetivo? ¿Cómo ser justo? ¿Cómo ser exacto? ¿Cómo decir la verdad “verdadera”
y no la que yo deseo? ¿Cómo hacer que la verdad tenga su espacio de honor?
Planteados estos interrogantes, indecisos y conscientes de la subjetividad de
todos, dándonos cuenta que cualquier juicio es relativo, verdadero, falso y
oportunista, no podemos hacer otra cosa que negarnos a juzgar, dejar de una vez
por todas de proyectar nuestro egoísmo, nuestras miserias, nuestra subjetividad
apasionada… pero, casi imposible lograr una relatividad absoluta.
Descubrir que
nuestras instituciones, nuestra vida cotidiana, nuestros sistemas de
interpretación, están sometidos al imperio de la simulación, es poco más que
descubrir que el modelo humanista de la vida es algo más que un modelo.
El sueño de
todo dictadorzuelo es no tener que ocultar ni justificar nada al pueblo
sojuzgado y reprimido, no preocuparse de que ello produzca ningún tipo de
respuesta entre aquellos que oprime. Esta instancia se ha convertido en
realidad, lo podemos experimentar en Argentina, donde un pueblo marcha al ritmo
de la desmesura y paroxismo de un gobierno, que como norma de conducta tiende a
eliminar sus derechos y garantías, una comunidad anestesiada y resignada a ser
atropellada, bombardeada hora a hora, por cantidad de noticias, jamás digeridas
y con una respuesta facilitada por el medio emisor, que lleva al devenir en la
apatía del receptor apático y sin energía emocional para responder. Hago
extensivo lo manifestado a las naciones de Latinoamérica y del mundo, tan
reduccionistas, en sus fines de instalar la verdad, como principio y fin de sus
actos de ser y estar en este planeta.
Este es el
estado natural y continuo que como paisaje recibimos. Lo que resultaría aún más
ingenuo, sería elevar al terreno del deseo justo lo que ya existe como
realidad. Porque aunque el conocimiento implique realidad, la irresponsabilidad
e ignorancia instalada en los poderes, no va a “curarnos del conocimiento”, ni
de la incapacidad para asumir responsabilidades.
A modo de
epílogo, les digo con certeza que jamás confíen en alguien que se dedica a los
negocios, compra y vende en bolsa de valores fantasmas, tiene cuentas en
¿paraísos? fiscales, miente, es ignorante y temeroso del pueblo… “A partir de
cierto punto, ya no se puede volver atrás, ese punto es el que hay que
alcanzar”, Franz Kafka, Diario Íntimo.
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