EL ORIFICIO...
DUNIA
SÁNCHEZ
Una bóveda ceniza
anunciadora de lluvias venideras huelo desde este rincón donde estoy. No sé por
qué me dio por vigilarla, es algo que me asusta, que me incomoda. Un pequeño
orificio en la pared daba a la habitación contigua. Al principio pensé de que
se trataba de una mancha, una mancha en la pared. Cuando fui a limpiarla
descubrí que mi ojo podía mirar más allá de este cuarto donde ando recluido.
Ella ahí, desnuda, bailando al ritmo de una música acelerada. El sudor de su
cuerpo, la atracción. En su habitación no hay ventana solo la luz de una
lámpara sin embargo ella parecía estar ausente a todo lo que la rodeaba. Yo
vigilante en cada despertar de su ser, de sus movimientos. Alrededor un halo de
hojas secas serpenteantes a sus pisadas, a cada tacto de ella con el suelo de
madera ¿Cómo podría ser? Yo miraba y miraba, miraba en su soledad, como se
acariciaba su cuerpo en cada paso frente a un espejo. Me era desagradable el
estar espiando su intimidad. En la residencia decían que era una chica extraña,
introvertida, una mezcolanza entre el aislamiento y los desiertos cuando la
timidez invade la persona. Ello me hacía mirarla más y más. Era una explosión
en plena calma, una mujer que rozaba la ensoñación cuando a solas se
encontraba. Me dio cierta pena. Observaba como hablaba con estas paredes, con
la alfombra de hojarasca que bañaba su habitáculo. Un día decidí tapar el
agujera, dejarla en su mundo, ese mundo que desconocemos. Comencé a saludarla a
partir de ese momento. Sí, hablar con aquella que había emocionado cada
instante de mis ojos en el agujero de la pared. Nunca le conté mi secreto,
nunca le dije que la amaba.
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