EL PP SE LO LLEVA TODO
ANTÓN LOSADA
Seguro que muchos
de ustedes se hacen la misma pregunta ¿Para acabar votando al atardecer la
propuesta de primarias y Congreso exprés defendida desde el principio por Pedro
Sánchez era necesario semejante destrozo? ¿Para rematar forzando la dimisión
del secretario general, tras ver derrotado su plan en el comité federal, no
habría resultado más limpio esperar a una votación normal y evitar las
diecisiete dimisiones, los tres días de House of cards a la española y las
nueve horas de reunión de comunidad de propietarios en Ferraz?
La respuesta
obviamente es sí. Las razones que explican semejante despilfarro de recursos
políticos caen fuera de la lógica y sólo acreditan el grado de desconexión que
puede llegar a darse entre la gente que vive en un partido y la gente que
camina por la calle.
Quienes se
apresuran a explosionar o derruir al partido socialista tal vez deberían
contener su entusiasmo. Puede que las noticias sobre la muerte de un partido
centenario, que ya ha pasado varias veces por crisis tan o más agónicas, acaben
resultando un tanto exageradas. Pertenecer o votar a un partido responde a una
decisión racional, pero también a una identidad y a sentimiento de pertenencia
y en no pocos casos incluso a una tradición. Se parece bastante ser de un club
de fútbol. Puede cabrearte que cesen a ese entrenador más ofensivo, o traspasen
al goleador, o jueguen a amarrar, pero sigues queriendo que gane la Liga.
En aquello que
respecta a los odios y amores entre los cuadros del partido hay más ruido que
avería real. Los ciclos extremos de la relación amor/odio entre Susana Díaz y
Eduardo Madina o Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón, o la mismas cuentas de
apoyos de ayer y enemigos de hoy del caído Pedro Sánchez, presentan excelentes
ejemplos de cómo en la política y en la vida en general todo da muchas vueltas
y hay que adaptarse o morir. Ellos lo saben, nosotros también.
El problema crítico
que afronta ahora el PSOE se construye sobre un doble dilema más profundo y
difícil que las rencillas de sus dirigentes. El primero afecta a cómo resolver
la fractura entre una parte no menor de la militancia que quería votar porque
ahora era el momento y unos cuadros que han retrasado su voto hasta decidir
cuándo es el mejor momento. Que el comité federal haya tumbado al primer
secretario general elegido por la militancia tampoco ayuda. El segundo dilema
incluye tomar una decisión respecto a la gobernabilidad que significaría la
abstención y ahondar aún más la fractura entre unos cuadros y una militancia y
unos votantes mayoritariamente instalados en el No a Rajoy, costara lo que
costara.
Ambos dilemas se
retroalimentan y dejan al PSOE forzado a escoger entre lo malo y lo menos malo
mientras multiplican el efecto devastador del daño innecesario causado esta
pasada semana. El PSOE se ha quedado con muy poco para negociar con Mariano
Rajoy. Si hasta ayer las terceras elecciones representaban un riesgo, desde hoy
suponen un desastre asegurado para unos socialistas politraumatizados, sin
dirección y sin candidato.
Si el plan B pasaba
por pactar la abstención a cambio de unas condiciones duras que permitieran
explicárselo a las bases y facilitar una legislatura corta y controlada desde
el Congreso, desde el PP ya les han lanzado el aviso de que ahora las
condiciones las ponen ellos.
Mariano Rajoy no
afronta un dilema sino una elección entre lo bueno y lo mejor: o abstención
gratis total y compromiso de estabilidad o terceros comicios. El presidente en
funciones solo irá a la investidura si tiene asegurada una legislatura larga y estable.
El ganador se lo lleva todo y Mariano Rajoy sigue agrandando su leyenda de
eliminar adversarios sin desgaste ni esfuerzo. Pedro Sánchez se suma a la lista
de quienes cayeron creyendo que Rajoy estaba en peligro cuando, en realidad,
Mariano es el peligro.
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