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martes, 12 de julio de 2016

SAN FERMÍN, POBRE DE TI


SAN FERMÍN, POBRE DE TI

DAVID TORRES
Poco a poco vamos comprendiendo de que los sanfermines son, entre otras muchas cosas, una fiesta de la violación. Hay gente que va a beber y a comer, gente que va a correr los toros, gente que va a hacer el hemingway, y gente que va a violar mozas, pero no sabemos todavía cuál es la interacción exacta entre todas estas actividades. Conviene no mezclarlas mucho, por lo que pueda pasar. Unos beben todo el día y toda la noche; otros prefieren dormir de un tirón para ir descansados a una carrera a través de las calles de Pamplona entre un ferrocarril de cuernos y pezuñas; otros se ponen hasta arriba de alubias; otros se dedican a acorralar mujeres que van solas, agredirlas y violarlas en manada.

Tan en manada que los cinco detenidos por la agresión sexual que tuvo lugar la madrugada del jueves en un portal se fotografiaron horas antes de la agresión delante de un bar llamado “La Perla Vascongada”. En los comentarios a la foto subida a la cuenta twitter de uno de ellos, un amigo advertía: “Pasadlo bien, no abuséis de las chavalitas que allí están…”. Se ve que los conocía bien. En el móvil de uno de los supuestos agresores se encontró la filmación de los abusos y también se ha hecho pública la noticia de que uno de los cinco es un agente de la Guardia Civil. Por lo visto, Hemingway se dejó en el tintero lo mejor.

Cuando a una fiesta pagana se le pone el marchamo de santidad, la cosa empieza por calentarse y al final se nos va de las manos y de los pies. Las borracheras mitológicas de los sanfermines me recuerdan a Mongo, aquel amigo del bar de los salesianos que presumía de que hacía una de las procesiones del Rocío de rodillas, sangrando y con un pedo espectacular. Cuando alguien le reprochaba la borrachera, Mongo se ponía bien serio: “¿Ponerse pedo? La devoción más bonita que hay”. Fermín de Amiens era un niño de buena familia del que no se recuerdan muchos milagros, excepto que fue ordenado obispo a los 24 años y decapitado poco después. Un santo sin cabeza parece el símbolo perfecto para unas fiestas que consisten básicamente en correr delante de unos cuadrúpedos por la mañana, matarlos por la tarde en la plaza, emborracharse y vomitar a cualquier hora, y hacer el bestia a discreción. Hemingway lo contó más bonito pero básicamente los sanfermines consisten en un botellón obligatorio demasiado largo y con demasiados participantes.


Lo curioso es que estos últimos años la sordidez de las agresiones sexuales ha ido desbancando a la épica de los encierros. No ocurre porque ahora los violadores sean más tontos, más machotes o porque hayan decidido montar excursiones juntos a Pamplona: simplemente vamos cobrando conciencia del reverso repugnante de los sanfermines, ése que siempre estuvo ahí y al que el novelista no prestó mucha atención. Al menos sobre el papel. Al fin y al cabo, Hemingway sostenía la teoría de que un relato debía de ser como un iceberg, con la mayor parte de la trama sumergida. En Fiesta, por debajo del vino y la comida, el auge del machismo y el aire exultante de libertad, también están ese borracho que se despertó la otra mañana en un parque mientras le estaban haciendo una mamada y esa turista francesa que acaba de denunciar otra violación.


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