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lunes, 16 de mayo de 2016

TE DOY LA MANO Y ME COGES EL BRAZO

TE DOY LA MANO Y ME COGES EL BRAZO
GUILLERMO DE JORGE
A veces pienso si esta cara que se me suele quedar de pollo sólo me pasa a mí en un momento concreto o ya viene así de serie. Me pregunto hasta cuándo vamos a seguir soportando y aguantando a todos estos personajes que, en numerosas ocasiones, utilizan  una posición privilegiada para aprovecharse de las circuntancias. El presunto caso Dívar y otros de similar calado no son hechos puntuales. Ésto es sólo la punta de un iceberg de donde procede esta subcultura que existe en este país de aprovecharse de las circunstancias. Y que si nos despistamos al dar la mano, nos cogen el brazo. Y sin acritud.

Esta sociedad también necesita un rescate moral. Da la sensación que el Estado democrático y social que hemos creado está enfocado para defender a aquel que vive entre la delgada linea de la legalidad y la no legalidad. Y eso debería desaparacer. Por el bien de todos -aunque este concepto no sea muy agraciado en estos tiempos en lo que huímos-.

Sin embargo, hoy más que nunca, creo que deberíamos de reinventarnos, como decía mi querido amigo Fernando Barrionuevo. Reinventarnos, sí.  Y materializar ese concepto jacobino que siempre hemos tenido del latino y de la realidad a la que siempre hemos aspirado.

Una de las maneras que podríamos utilizar para luchar en contra de las injusticias sociales es con la creación de una Ley de Transparencia Integral, donde aquellos que ejerzan cargos públicos deban de ser obligatoriamente el referente moral y ético de una sociedad. Y así, no incurrir en los errores y descalabros a los que nos ha llevado precisamente esa situación.

Así, todo este tipo de actitudes que van en contra del bien comun deberían de estar recogidas en el Código Penal y debería de ser razón suficiente para expulsar a un individuo de sus atribuciones públicas.

Vivimos con la idea que aquel que tiene la potestad de gobernar, sea en el ámbito que sea, es impune, por el mero hecho de ser su propietario legítimo. Y eso, en cierta manera, es verdad. Lo reconozco. Pero todo cambia cuando la propiedad que está en litigio es cada uno de los miembros de una familia: sus vidas, su casa y su propia persona. Ahí es donde todo cambia. Cuando el material del que estamos hablando no es un insulso e insípido trozo de piedra, sino miles de personas, si hablamos de un pueblo, o de millones de personas, si hablamos de un país. Y todo aquello que atente en contra de ese bien común debería de estar penalizado.

Todos nosotros, sin excepción, en esta sociedad, tenemos deberes y responsabilidades. Y debemos de acabar con aquellos otros que aún creen que pueden estar por encima de la Ley, a costa del esfuerzo y del trabajo de las vidas de otros. Incluso, con aquellos que son amigos de lo ajeno.



Guillermo de Jorge
#guillermodejorg



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