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domingo, 22 de mayo de 2016

LA CULTURA DEL MEDIOCRE

LA CULTURA DEL MEDIOCRE
GUILLERMO DE JORGE
De todos es sabido que la corrupción en nuestra sociedad era una enfermedad que estaba inoculada hasta el último resquicio del tuétano de la marquesina del autobús. Y quien dice marquesina, lugar de donde oriundos muchos somos y oriundos muchos nos sentimos, dice cualquier otro lugar de esta enjuta y tosca bola de materia llamada tierra.

Lo que me sorprende, evidentemente, para mal, es que ahora estamos rasgándonos las vestiduras y estamos poniendo el grito en el cielo  por algo que siempre hemos defendido, aunque fuese en petit comité o entredientes. Siempre, desde los inicios de mi tortuosa y lamentable vida, he presenciado cómo hemos vitoreado al listillo de turno, aquel que aparecía en el Saloon con los pantalones vaqueros rasgados por el polvo, con las botas del viejo oeste y el cigarrillo en la boca. Siempre hemos llevado en volandas al superguay del grupo que se sabía de la “A” a la “Z” cómo hacer su particular desobediencia de lo civil. Sí, querido lector, siempre ha existido en los grupúsculos sociales la necesidad de tener un “notas”. Un individuo que se presuponía por él mismo, e incluso, las malas lenguas hablan que por la gracia o desgracia de dios, el líder o el mejor. Y quizás, usted, querido lector, me pregunte qué oscuro impulso atraía a esa persona a pensar en incestuoso título “inmobiliario”. Pues debo de decirle, que la razón que impulsaba a este sujeto a pensar en eso, era en su habilidad de burlar la Ley. Siempre era el sheriff del lugar, el malote del barrio. Aquel, cómo no, que se saltaba las normas. El que le quitaba el bocata al más párvulo del territorio comanche.

Lo que nunca fuimos capaces de adivinar es que ese mismo o, incluso, varios de ellos organizados, iban a ser los que hoy en día dirigiesen a su particular manera los designios de nuestra sociedad.

En la historia cotidiana más reciente, aquella que toma vida en los ciudadanos de a pie a diario, nos queda el pago en sobre por un mes, por un contrato de media jornada, habiendo trabajado doce horas diarias y seis días a la semana –sé lo que digo- y al recibir el sobre, el viejo Collin mirando, cabeza baja, manos aun oliendo a ganado y las gracias al patrón por salvarte la vida y darte un trabajo “digno”, mientras que él, misa los domingos, quinto piso, champán y langostinos a la salud de los hijos de la gloria.

Un día más volvemos a ser pasto de la cultura del mediocre y ellos, desde sus opulentos atriles y desde sus hoscos trajes de pingüino, siguen mirando una y otra vez cómo nuestros cuellos suplican misericordiosos estar debajo de la hoja de nueva guillotina. Y entre los labios: “hoy, quizás, también, vuelven a dimitir muy por debajo de nuestras necesidades”.

                                                                                              Guillermo de Jorge
                                                                             @guillermodejorg



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