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domingo, 21 de febrero de 2016

‘EL PAÍS’ Y LA NOSTALGIA

‘EL PAÍS’ Y LA NOSTALGIA

ANÍBAL MALVAR
Estrena El País este lunes un documental sobre el intento de golpe de Estado del 23-F. Qué nostalgia. El título de la cinta (¿aun se llaman cintas?) nos lo dice todo: El País, con la Constitución. No solo se trata de uno de los peores títulos de la universalidad del cine documental y del otro. Es como si Historias de Filadelfia fuera rebautizada Los ricos también somos simpáticos, o algo así. Resumir el 23-F como una asonada contra nuestra envejecida Constitución la heroifica hoy de forma bastante torticera. No creo que Antonio Tejero, ni siquiera, la hubiera leído. Si el 24-F retrató a El País entonces, este título lo retrata ahora. Es el mismo de la portada de aquel hermoso 24 de febrero. Recuerdo que aquel 23 estaba en la alameda de Santiago besándome con una niña muy nerviosa. Yo (que entonces era muy solitario y muy pobre) había robado El País en el buzón de un portal, y había dejado el periódico a un lado del banco público. La niña me pidió que guardara El País. ¿Por qué?, le pregunté. Porque tengo miedo. No pude guardar El País, porque en aquella época, que un hombre llevara bolso era señal de vergonzante identificacion sexual. Ahora nos parece carpetovetonismo-ficción, pero eran tiempos en que incluso el socialista más progresista de la época, Enrique Tierno Galván, alcalde precarmenero de Madrid, pronunciaba estas palabras para Interviú: “No, no creo que se les deba castigar. Pero no soy partidario de conceder libertad ni de hacer propaganda del homosexualismo. Creo que hay que poner límites a este tipo de desviaciones, cuando el instinto está tan claramente definido en el mundo occidental. La libertad de los instintos es una libertad respetable…, siempre que no atente en ningún caso a los modelos de convivencia mayoritariamente aceptados como modelos morales positivos”.

No crea la gente que me estoy yendo por los cerros. Es solo un ejemplo de que aquella Constitución que hoy El País aclama en su película y en su devenir diario ya no es lo que era. Como El País tampoco es lo que era. Solo hay que repasar el artículo 32 de nuestra Carta Magma (no es errata): “El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica”. Y solo hay que interpretar, de maneras muy diferentes, el titular y título El País con la Constitución de aquel 24-F y de este febrero del año del señor de 2016. Nuestro mundo ha cambiado, pero El País y la Constitución no. La Constitución es un texto viejo que hay que conservar con mimo en los anaqueles del pasado. El País es hoy solo un texto viejo que se reescribe cada día (con honrosas excepciones).

Aquel periódico revolucionario que asustaba a las niñas valientes que entonces se dejaban besar en público, permanece hoy apaisado en la revolución blanda de la Transición. Como si todavía fuera el juguete de un tiempo prohibido. Es una paradoja que sufren todos los revolucionarios: cuando triunfan, se vuelven conservadores de la revolución. O sea, que se vuelven conservadores.
El director de El País de entonces, Juan Luis Cebrián, que quizá pudo ser asesinable si el golpe hubiera triunfado, es el mismo Juan Luis Cebrián de hoy aunque con muchos menos millones. El País periódico y el país España han cambiado de directores, pero jamás ha renovado aquella dirección. Y, como decía Neruda, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

El alegato de inmovilismo constitucionalista que refleja el título de este documental, que se podrá ver en cine este lunes y en el canal del periódico el martes, quiere confundir aquel momento heroico con este presente apoltronado y envejecido. De los tres que estábamos besándonos en el banco verde de la alameda de Santiago aquel 23-F, el único que no se da cuenta de que somos más viejos, más feos y más pazguatos es El País.

elpais.200Como aun no he visto el documental, me remito al presente. Dedica el progresista periódico su foto de portada de hoy mismo a Rita Maestre, la portavoz del ayuntamiento carmenita juzgada por enseñar las tetas en la capilla de la Complutense en 2011. El periódico no toma partido, como si no tomar partido en un asunto así fuera la postura más decente. Y no. Es tremendamente indecente. ¿Por qué enseñar las tetas en la playa no es juzgable y hacerlo en una capilla donde se adora a los torturadores de Galileo sí? El País, con la Constitución. En triste y nostálgico resumen. De aquel beso, estos lodos.


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