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viernes, 15 de enero de 2016

CELIA VILLALOBOS, LA “BIEN LAVÁ”

CELIA VILLALOBOS, LA
 “BIEN LAVÁ”

JUAN TORTOSA
La-vicepresidenta-del-CongresoYa apuntaba maneras de leona indomable cuando, allá por los noventa, enseñaba cacha en aquellas tertulias que moderaba Jesús Hermida en Antena Tres Televisión. En los años 1994-95 formó parte del ejército femenino con el que Aznar le ganó por la mano a Felipe, con un psoe infestado de cuadros masculinos. Parecía hasta simpática Celia Villalobos por aquellos entonces y así, con aire desahogado, un cierto gracejo y oliendo bien, por supuesto, ella y otras tertulianas hermiditas consiguieron arrebatarle a los socialistas algunos de los ayuntamientos más emblemáticos del país cuando llegaron las elecciones municipales.

Han pasado veinte años. Fue cuando Teófila Martínez llegó a la alcaldía de Cádiz, Luisa Fernanda Rudi a la de Zaragoza y Celia Villalobos a Málaga. Acompañando a Rita Barberá, que llevaba cuatro años reinando en Valencia. En 1996, ya en la Moncloa, Aznar nombraría ministras a Isabel Tocino y Esperanza Aguirre. Todas se habían curtido en las lides tertulianas de Antena Tres, ¿no es maravilloso? Ninguna tiene poder ya. Ni visibilidad salvo ella, la gran Celia que, como buena malagueña, sabe nadar desde chiquitita y eso le permite flotar como un corcho por muy revueltas que anden las aguas. Y siempre bien “lavá”, faltaría más.

Ahora en la oposición, Teófila y Esperanza continúan ladrando su rencor por las esquinas, pero les cuesta vender titulares. A Celia no. En su partido le temen y la ponen a caldo, pero son pocos los que osan toserle. Dejó la alcaldía de Málaga para convertirse en la peor ministra de Sanidad de la historia española reciente y, cuando no sabían qué hacer con ella, le buscaron una canonjía en el congreso de los diputados donde, de indolencia en indolencia, consiguió llegar a las más altas cotas de la vicepresidencia.

Desde entonces no ha dejado de regalarnos momentos memorables cuando le ha tocado ejercer de presidenta suplente. A Rubalcaba lo llegó a llamar “señor Pérez” con el consiguiente cabreo del susodicho, a su chófer lo insultaba y le pegaba gritos, calificó de “tontitos” a los discapacitados, se metió en complicados e inoportunos charcos en materia territorial y, para rematar, no se cortaba un pelo cuando se aburría y, sin disimulo alguno, se ponía a jugar al Candy Crush en su ipad tan contenta.

Como en la conocida historia del escorpión y la rana, Celia Villalobos no puede dejar de actuar así: es su carácter. Hace una semanas, la primera vez que coincidió con Pablo Iglesias en los pasillos del Congreso, no dudó en encararse con él, llamarle demagogo y soltarle una encendida filípica, muy ofendida ella porque a su partido se le tilde de corrupto. Y este viernes, revalidado ya lo que parece su casi vitalicio cargo de vicepresidenta (¡viva el cambio propiciado por el psoe!) la ha vuelto a liar a propósito de los diputados rastas de Podemos:

“A mí me da igual que lleven rastas, ha dicho en Radio Nacional, pero que las lleven limpias para no pegarme los piojos”.

Se suma así Villalobos a la ya larga lista de actitudes histéricas que suelen caracterizar a los peperos a medida que van siendo desalojados de las instituciones o se ven obligados a compartirlas, como ahora es el caso. Ahí están, por ejemplo, los ridículos intentos de acoso y derribo a Manuela Carmena y sus concejales desde que tomaron posesión, o los enervados tuits de la impoluta Cayetana Álvarez de Toledo. Faltaban los exabruptos de Villalobos quien, quizás con mono de visibilidad, tenía que liarda parda cuanto antes para volver a salir en los papeles y que las redes le hicieran un poquito de caso, que la teníamos muy abandonada. A la pobre.

Al amigo Patxi López, flamante jefe suyo, habría quizás que sugerirle que, ya que parece contrariarle que en el Congreso tengan lugar según qué tipo de “espectáculos” a tenor de lo que ha declarado este jueves, empiece por llamar a la prudencia a su incontinente, visceral y “bien lavá” vicepresidenta. Y ya puestos que le quite el ipad, ¿no?

J.T.

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