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miércoles, 9 de diciembre de 2015

Una sociedad sin exigencias, espero

Una sociedad sin exigencias,
 espero.
GUILLERMO DE JORGE
Da la sensación que las sociedades de hoy en día les interesa crear sociedades exigentes, pero no sociedades con exigencias. Parece como que interesa más crear sociedades que no estimulen mecanismos que induzcan al individuo a ser un ciudadano formado, competitivo y, por consiguiente, capaz de valerse por sí sólo aun cuando las condiciones son desfavorables y adversas.
Les interesa crear sociedades exigentes, pero no personas con exigencias. Quieren que personas que, sin mover ni un solo dedo, sean capaces de exigir todo aquello que ellos no han sido capaces de defender ni de mantener con sus propios medios. Personas que exigen a los demás objetivos y metas que ellos mismos no están dispuestos a alcanzar por voluntad propia. Este tipo de sociedades en las que actualmente vivimos forman sistemas sociales donde el individuo es un elemente pasivo, acostumbrado a que le den todo hecho y sin hacer ningún tipo de esfuerzo. Y mi pregunta es: ¿Es así como hacemos una sociedad justa? No, debo de reconocer que no.
Si creamos una sociedad donde el espíritu del sacrificio o la capacidad de trabajo están infravaloradas, si creamos un sistema común donde el trabajo ajeno no se valora, donde no existe la cultura del esfuerzo y en donde cualquier persona puede optar a las mismas necesidades y a las mismas oportunidades sin necesidad de esforzarse –esto último es básico: necesidad de esforzarse-, ¿usted, mi querido lector, sería capaz de mover un dedo para hacer algo? Yo, debo de confesarle y no por ultima vez, que seguramente yo no movería ni una sola falange de mis ampulosos, torpes y oscurecidos dedos.
Entiendo perfectamente que exista una serie de grupos sociales que deban de estar en constante cuidado por el resto de la sociedad. Y que deben de ser beneficiarios de todos aquellos medios y servicios que estén a nuestro alcance para que puedan optar a una vida digna: personas mayores, dependientes, menores de edad, enfermos terminales, etc. Pero con el resto de la población,  ¿sería saludable para el bien común renunciar a la cultura del esfuerzo? ¿Sería positivo si a nuestros hijos en vez de enseñarles a pescar, le compramos el pescado, directamente se lo troceamos, le abrimos la boquita de pan de leche y muy sutilmente le alojamos el trozo de carne de pescado en sus pequeñas mandíbulas? Y puestos ya, ¿les movemos los dientes para que puedan masticar? Yo, personalmente, no estaría tan de acuerdo, si de mí dependiera.
En estás épocas donde los venderos de quimeras aprovechan la inexperiencia, la temeridad y, sobre todo, la desesperación y el dolor de los demás para lucrarse y hacer negocio, hay que tener más cuidado que nunca para que no nos vuelvan a vender duros por cuatro pesetas –como ya pasó no hace mucho tiempo; y no hablo de décadas, ni siquiera de lustros: hablo de años-. En esta vida, le pese a quien le pese, todo cuesta y mucho, y quien diga lo contrario: miente. Y si usted cree que está a salvo, recuerde y si puede ser con otras y más crudas palabras, que si todos aquellos que nos quisieran hacer daño o si todos aquellos que quisieran aprovecharse de nosotros fuesen capaces de volar, le aseguro, mi querido lector, que no veríamos le cielo durante mucho tiempo.

                                                                                                   Guillermo de Jorge

                                                                                                      @guillermodejorg

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