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viernes, 11 de diciembre de 2015

LA BIBLIA Y EL CUENTO DE NUNCA ACABAR

LA BIBLIA Y EL CUENTO DE NUNCA ACABAR

POR MIKEL ARIZALETA
Hay cosas que no nos debemos cansar de repetir,
porque nunca será suficiente (Sigmund Freud)

El loado exegeta Gerd Lüdemann, tan frecuentemente citado por mí y tan perseguido por la publicación de sus investigaciones y reflexiones críticas con dogmas y puntos centrales del cristianismo, pero profundamente sólidas y sabias, escribió el pasado año un libro titulado “Altes Testament und christliche Kirche. Versuch zur Aufklärung” (Antiguo Testamento e Iglesia cristiana. Intentando una explicación).  En el que, tras análisis detenido y pruebas ofrecidas, presenta a modo de epílogo siete puntos, que todo aquel que lee la biblia y roza la creencia debiera tener en cuenta:

Primero: La crítica histórica ha puesto de manifiesto el absurdo e infundado empleo del Antiguo Testamento por el Nuevo Testamento, puesto que en ningún momento los autores veterotestamentarios tuvieron ante sí  ni pensaron en las personas o hechos, que según los autores neotestamentarios tuvieron en cuenta. Por tanto no es verdad la tesis, defendida a menudo,  de que no se podía demostrar ni refutar científicamente la legitimidad de este uso. Lo que sí es seguro es que: el Nuevo Testamento ha tergiversado las intenciones del Antiguo Testamento, ha hecho abuso histórico de él. Lo ha manipulado. En interés de una mejor comunicación,  la teología debería dar sobre ello  alguna explicación, al igual que la ciencia natural ha dado cuenta de la falta de solidez de la visión ptolomaica del mundo.

Segundo: Ni hubo época de patriarcas ni época de jueces. Israel entra en la historia por primera vez con la realeza, y también con cierto retraso pudo imponerse la exclusiva adoración  a Jahvé ante la corriente del politeísmo judío reinante y el polijahvismo , definitivamente tras el schock del exilio babilonio (587-539 a. d. C.). La combinación narrativa del “sólo Jahvé” con Moisés es una retroproyección de la fe del judaísmo posnacional a los inicios de Israel de más de 700 años. El Antiguo Testamento es la biblia del judaísmo de la época persa y helénica, no la literatura del antiguo Israel.

Tercero: Grandes partes del Antiguo Testamento se entienden  como relatos de historia, de cuya facticidad sus narradores estaban convencidos. Y donde, como en los relatos cultuales, leguleyos y científicos, no se trata de narraciones históricas, los teólogos judíos no obstante los han arraigado, incrustado y metido en el marco de la historia de Israel, y los han visto y contemplado como  palabras y hechos auténticos de personas veterotestamentarias. De modo que el valor histórico del Antiguo Testamento, en el sentido de una correspondencia entre el relato y el hecho real, es más bien pequeño para el tiempo que va hasta el exilio babilónico (539).

Cuarto: Ningún libro de Moisés procede de Moisés, ningún salmo de David es de David, ninguna visión de Daniel es de Daniel, casi ninguna de las frases de los profetas es de los profetas, bajo cuyos nombres se nos han trasmitido los libros. No hubo éxodo de Egipto, ni revelación en el Sinaí, ni entrega de los diez mandamientos. Abraham, Isaac, Moisés y Josué son meros nombres, Jericó jamás fue conquistada. Y no nos debemos cansar de repetirlo porque a lo largo de 2000 años ha servido a funcionarios de la Iglesia y a políticos para mantenerse aferrados a su poder.

Cinco: Sólo una interpretación del Antiguo Testamento sobre Jesucristo, una proyección sobre él, proporciona actualmente a la asignatura confesional  “Antiguo Testamento” una  aseguranza legal dentro de la facultad de teología en las Universidades alemanas. Y como muchos académicos veterotestamentarios consideran para sus adentros no científica  la interpretación cristológica del Antiguo Testamento, de corazón no pertenecen a la facultad de confesión cristiana, deberían hablar abiertamente de su cargo de conciencia. Lo que sería una señal para colegas de otras materias teológicas de cara a elaborar conjuntamente con ellos reformas concernientes dentro de la facultad teológica y también para sacudir las cadenas de amarre confesional en pro de una libertad científica.

Seis: Científicamente no hay que entender la relación del Antiguo Testamento con el Nuevo como consumación o ejecución del Antiguo en el Nuevo Testamento, ni tampoco como pre-retrato o prefigura del Nuevo Testamento en el Antiguo, sino exclusivamente como dependencia del Nuevo del Antiguo. De ahí que los judíos vean con razón el “Antiguo Testamento” como algo que les pertenece. Esto arroja luz sobre el hecho de que la misión cristiana fracasara desde el inicio en la mayoría de las comunidades judías. Sus miembros no entendían, les parecía una vergüenza, sentían encono ante el uso cristológico de su propia escritura sagrada por los teólogos cristianos.

Siete: Afirmaciones centrales de la teología cristiana como “Dios condujo a su pueblo Israel desde Egipto” o “Dios resucitó a Jesús de los muertos” carecen de fundamento, porque no se dio ni el éxodo de los israelitas de Egipto ni la resurrección de Jesús de los muertos. La ciencia roe el tuétano del credo de la Iglesia cristiana, que se ha entendido y entiende en una historia bimilenaria sustentada en supuestos hechos de Dios en la historia.

Mikel Arizaleta

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