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lunes, 7 de diciembre de 2015

Envidia, deporte nacional

Envidia, deporte nacional
GUILLERMO DE JORGE

Sin duda alguna, debo de reconocer que estamos ligados a la cultura de la mediocridad. Nos obcecamos todos los días en refrendar nuestra irreductible aptitud y defendemos a capa y espada nuestra postura: alabamos la mediocridad hasta tal punto que la hemos elevado al grado de culto y de motivo de movimiendo de masas.

No hay nada más satisfactorio en la sociedad de hoy en día que ponernos a criticar, sea lo que sea. Somos capaces de darle la vuelta a cualquier cosa que se precie y, aún más, si atenta contra nuestros intereses o es capaz de derrumbar nuestro mundo mediocre hecho precisamente a nuestra medida. Y no hablo en vano: os lo puedo asegurar.

Estamos en una sociedad en la que nos ruboriza y al mismo tiempo nos extraña que un empresario done veinte millones de euros a Cáritas –quizás, porque nosotros mismos en esa misma situación seríamos incapaces de hacer algo parecido-. Los mismos que están en contra de este tipo de actitudes, son los mismo que exigen un cambio en el sistema social y económico, o que proclaman, mientras levantan las baldosas de las plazas, una nueva era. Entre ellos, algunos dudan del honesto gesto y recuerdan las acciones en épocas anteriores de la banderita y de sus señoritos; otros recuerdan el cómo ha conseguido esta persona sus riquezas, mientras teclean en el ordenador intentando cambiar un mundo en el que son incapaces de vivir: debo de reconocer que todos tienen el beneplácito de la libertad de expresión, aunque ésta pueda estar movida por oscuros intereses –no tengo la verdad absoluta, lo reconozco, pero os puedo asegurar que ellos tampoco: aún así, siempre he apelado al sentido común del entendimiento y a la necesidad del bien colectivo-.

Todo nos parece mal, pero nadie está dispuesto a solucionar nada: nadie se echa a la calle a ayudar, por ejemplo,  a los dependientes: como esa hermana que da su vida por su hermano incapacitado: nadie le pregunta qué tal está y si necesita algo cuando la vemos comprar el pan; nadie sale a las plazas a ayudar a los negros que nos llegan en pateras, es más los miramos por encima del hombre cuando les compramos a escondidas las imitaciones que más tarde alardeamos con nuestros amigos en nuestro tan merecido lunch; nadie se preocupa por el vecino de enfrente, como lo hacía en su tiempo D. Julio Alfredo Egea cuando tuvo que lidiar con los designios de su pueblo en la Alpujarra, sin colegio, plaza, ni siquiera agua, mientras sorteaba las curvas montado en su moto para ir a la capital a pedir por su gente, oliendo a granja de corral: muchos le criticaron, y hoy en día, lo siguen haciendo, los mismos que lo llevaban a hombros años antes.

Por eso, más que nunca, pienso que lo importante en esta sociedad en la que vivimos es criticar. Reventar la dignidad del individuo; masacrar la privacidad y la vida de aquellos a los que envidiamos profundamente  por cómo viven y por todo aquello por lo que nosotros, acobardados, nunca fuimos capaces de hacer. Lo importante es desacreditar todo aquello que sobresale. Cortar la flor que florece en el jardín ajeno, porque el nuestro está seco. Eso es lo importante. Crear en la medida de lo posible más mediocres, para que nuestro funesto y vulgar trabajo destaque sobre los demás.

@guillermodejorgj


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