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martes, 15 de septiembre de 2015

24 HORAS CON MARIANO

24 HORAS CON MARIANO

DAVID TORRES
 “Hay cosas que, en fin, mejor no entrar en detalles”. La frase, dicha tal cual, al estilo mariano, es el mejor resumen de la amable entrevista de 24 horas que le hizo al presidente Ana Rosa Quintana en Tele5, su cadena amiga. Nabokov decía que la verdadera fuerza de una novela no reside en la temática ni en las generalidades, sino en los detalles, “los divinos detalles”. Para él, lo importante al leer Ana Karenina no es conocer el precio del trigo en la Rusia de los zares sino la disposición de los asientos en un vagón de tren de Moscú a San Petersburgo. Nabokov aseguraba a sus alumnos que, más que en las huellas de los críticos que los habían precedido, confiaran siempre “en el escalofrío de su espina dorsal”.

La espina dorsal se me retorcía nuca abajo y el vello de la espalda se rizó varias veces (y eso que no tengo) mientras contemplaba a Mariano guiando a Ana Rosa por las dependencias y jardines de La Moncloa. Está claro que, dado el formato, la televisión y la entrevistadora, nadie esperaba encontrarse una versión hispánica de Frost contra Nixon, aunque tampoco un reportaje que podía haber firmado Ana Igartiburu en Hola, corazones. Si el inquilino más opaco que jamás haya ocupado La Moncloa ha decidido salir a la luz, aunque sea la luz de los focos, es porque alguno de esos expertos en marketing político que abundan en los sótanos de Génova ha calculado que, tras el batacazo electoral y la intriga de los últimos sondeos, convenía exponerlo a la vista del público, para que la gente vea que sí, que no está hecho de píxeles. Aunque, vete a saber, quizá fuesen los mismos expertos que le aconsejaron rebozarse en plasma cuando la crisis de los mensajes cruzados con Bárcenas. A Mariano le favorecen los trajes negros, la oscuridad, el chapapote gallego, las tarjetas black, los sobres bien sellados. Cuanta más luz lo enfoque, peor para él y para nosotros.

Vayamos a los detalles. El primero con el que se tropezaron en los aledaños del jardín fue un perro, una nota a pie de página y a cuatro patas para simpatizar con los niños, los ecologistas y los amigos de los animales. Sin embargo, el nombre del can no podía estar peor elegido: se llama “Rico”, lo cual remite directamente al modelo económico mariano. Claro que tampoco iban a llamarlo “Robin Hood” porque el perro se lo había regalado un vecino y ya tenía el nombre puesto, como la política del PP, que viene importada directamente desde Alemania. Para igualar el partido, el segundo detalle pertenecía al reino vegetal, un bonsai bastante crecidito, tanto que cuando Ana Rosa le preguntó por él, el presidente se encogió de hombros con cara de “a mí que me registren, que ya estoy acostumbrado”.

El responsable del bonsai apareció más adelante, en el interior del palacio, al enseñar Mariano con orgullo una foto con los tres anteriores ex presidentes, José Luis, Jose Mari y Felipe. Una foto que demuestra que, a pesar de las pequeñas diferencias entre unos y otros, la demolición del estado del bienestar es una tarea en común que no puede dejarse en manos de aficionados. Hablando de demoliciones, cuando Ana Rosa le preguntó por Rato lo hizo con el mismo tacto por el que uno inquiere por un familiar pachucho; Mariano, que la vio venir, respondió con una impecable chicuelina: “Rato no está condenado por nada”. Cualquier periodista con reflejos, incluida Igartiburu, le hubiese preguntado por las imputaciones, que son muchas y diversas, pero Ana Rosa ya estaba subyugada por los apuntes de inglés de Mariano, que tiene una profesora escocesa y, según él, hasta chapurrea por teléfono con Obama. Entre la elíptica, los paseos de fin de semana, las visitas al búnker y la lectura concienzuda del Marca, el presidente aún tiene tiempo para aprender inglés, que lo mismo le hace falta en unos meses a la hora de buscar empleo.

“Hemos priorizado lo que es el despacho” dijo Mariano en otra perfecta exhibición de sintaxis. Para lo que no tiene tiempo, según confesión propia, es para ir ni al cine ni al teatro, aunque al final de la entrevista, el presidente se puso ropa cómoda y llevó a Ana Rosa a una de sus tascas favoritas para invitarla a unas cervezas. Como ven, no se puede ser más español. Por lo demás, hay cosas que, en fin, mejor no entrar en detalles.  


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