NI UNA
ASESINADA MÁS
POR SERGIO CASAL
De su sangre, de sus lágrimas, de su lucha interna y su duda. De la
inoperancia y la falta de apoyo que lleva al miedo y del miedo, que acaba donde
nunca debe hacerlo. De todo ello, nace la rabia. La impotencia de ver cómo la
violencia de género en nuestro país sigue creciendo mes a mes.
En
1997, el asesinato de Ana Orantes conmocionó al país. Había sufrido durante 40
años maltrato por parte de su pareja. Ana decidió contar su historia en Canal
Sur. Solo trece días después, su pareja la roció con gasolina y la quemó como
acto de venganza. Este asesinato, su repercusión, fue el primer punto de
inflexión contra la violencia de género. Ana dejó de ser “una muerta más”. En
aquel mismo momento, Ana cambió la ley.
Han
pasado casi 18 años desde el asesinato de Ana Orantes y escalofriantes sucesos
como el parricidio de Moraña o los asesinatos de Laura y Marina siguen
conmocionando al país. A pesar de la supuesta concienciación social, el país
sigue azotado por esta terrible lacra y 51.143 mujeres son víctimas de la
violencia de género (cifras del Ministerio del Interior) a día de hoy. La
legislación al respecto se ha demostrado insuficiente y realmente no existe un
cambio en el comportamiento de una sociedad que sigue anclada en los clichés
sexistas que obstaculizan la igualdad: La televisión bombardea día a día con
programas en los cuales la mujer es instrumentalizada como objeto; en la
publicidad, en los reality y en las series. En la educación sigue existiendo la
segregación entre niños y niñas y no son pocas las personas que, dentro del
poder político, defienden esta fórmula que únicamente fomenta una brecha entre
personas y nos enfrenta con problemas de heteronormatividad, de exclusión y, en
última instancia, de violencia. El lenguaje, agente de socialización tan
importante como la educación o los medios de comunicación, sigue presentando
importantes trazos de androcentrismo que condicionan la conducta social.
La
sociedad tiene que empezar a cambiar: desde los medios de comunicación y el
lenguaje; hasta la política y la educación. Porque tras las cifras hay nombres
y apellidos. Historias vitales; hijos que pierden a sus madres; madres que
pierden a sus hijas. Familias que quedan destrozadas por una violencia que está
también en el menosprecio y el insulto, en la asunción de roles de género
preestablecidos por la sociedad durante el paso de los años; no solo en el daño
físico. Provocar que una persona viva con miedo, sin salida en su horizonte… es
la peor de las condenas. Y en el momento en el que esto no se plantea como un
problema estructural dentro de la sociedad, se está favoreciendo la
proliferación de esta violencia. Cuando un pirómano incendia un bosque, la
naturaleza responde, tarde o temprano, con flores. Flores que crecen donde las
cenizas han retratado la estupidez humana. Así, la naturaleza nos enseña que
ella lleva aquí mucho más tiempo y que permanecerá mucho después de que
nosotros hayamos dejado de existir. Pero hay lugares a los que la naturaleza no
llega. Donde cualquier rastro de humanidad parece extinto y las flores aparecen
cuando la sociedad ya ha fracasado. Eduquemos en igualdad. Cambiemos los
asesinatos por vida.
En recuerdo de Marina
Okarynska, de Laura del Hoyo, de Amaia y Candela Ouvel… también de Teresa
Fernández, de Sandra M. A., de Susana Carrasquer de Tamara Simón Barrut, de
Davinia V., de Francisca Herrera, de Isabel Fuentes, de Gema Ruiz, de Encarna
de la Cruz Blázquez, de Mª del Águila P. H., de Mª Ángeles Quintana Riestra, de
Beatriz Rodríguez Mariño, de Felicidade Rosa Plácido, de Anka Illy, de Laura
González, de Rosario Escobar; y de todas las mujeres que, a día de hoy, siguen
sufriendo, víctimas de la violencia de género
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