NOVELA DE LA
HISTORIA
EDUARDO SANGUINETTI,
FILÓSOFO RIOPLATENSE
En lo que va de
este milenio, la historia ha perdido su carácter de cuasi-ciencia objetiva para
obtener carácter de manifiesto: una construcción en lenguaje ideológico, un
renovado relato, afín a la escritura de ficciones.
Esta cercanía con
la ficcionalización de la historia determina la historicidad de las ficciones,
otorgándoles trascendencia a los ensayos históricos, pues dejan al desnudo la
crisis de la objetividad en el denominado “discurso histórico”.
Frente a la
imposición del olvido y a la reconciliación amnésica del relato del poder, los
mejores ensayos y novelas de los últimos años persistieron en una obstinada
interrogación sobre las historias nacionales y del mundo, polemizando en
algunos casos, en el que no es posible avanzar sobre tal o cual hecho, en la
esfera de lo privado, o lo público, consumado y publicitado, cual objeto de
consumo, por los macro medios corporativos de información.
Al igual que los
mitos, todos los relatos oficiales devienen en fetichizar el pasado – “la
de-generación del documento en monumento” dice Foucault – y a construir una
historia por decreto, cual verdad única e irrefutable, ante el silencio,
cobarde y cómplice, de los intelectuales que callan y ocultan sumándose al
relato de la historia ficcionalizado.
Las prácticas
sociales, políticas, y culturales se enmarcan en un teatro bufo, muy lejano a
lo que realmente fue, es y sin dudas será el espacio polémico del proceso
histórico, con vencedores y vencidos, veraces y fabuladores, valientes y cobardes,
traidores y héroes, vírgenes y cortesanas, en fin, las ruinas y desechos que
hacen al quehacer de la Historia: “historia magistrae vitae”, esta vieja
sentencia, acuñada por Cicerón, recobraría otra vez significación.
La irrupción de
la tecnología, que sintetiza la narrativa de la historia caprichosa y
arbitrariamente, vincula el presente a un sin tiempo, a un no lugar, una
percepción de un presente eterno, que anula toda posibilidad de modificar un
pasado que se construye sin registro en lo real de los significados y
significantes, desintegrando su identidad histórica y existencial.
Los registros que
se inscriben como sedimento de una memoria que olvida la pulsión de la
historia, se imponen violenta y autoritariamente sobre una humanidad en estado
de exilio de su vida y su devenir como parte de una comunidad, de una
civilización que ya no existe, ya no es.
Nos queda el
lenguaje, cual componente de la historia, pero cuando se desplaza por la
confusión en que medios y redes sociales narran el presente sin destino y
pérdida de sentido, el vacío de significados provoca una pérdida de la vigencia
de lo “real” para, de ese modo, dejar el pensamiento humano librado a una
suerte de ser un eterno paria de lo que jamás aconteció.
Excluidos de la
historia oficial, podemos narrar la trama de traiciones, desde las fisuras, de
silencios impuestos por los poderes fácticos que todo lo controlan, desde los
medios, arma fundamental para manipular a una humanidad esclava y sin aparente
salida de esta máquina en la cual —como carnaval rabelesiano— las identidades
se cruzan, intercambian y mudan.
Si la historia,
entonces, es un teatrum mundi, un escenario donde se produce la mutación de las
identidades y los roles, nosotros, protagonistas, sólo podremos reconocernos
cuando habremos salido de ella…observándonos en las escenas de nuestra
historia, como extranjeros o turistas, pues hemos sido expulsados de ella por
decir y actuar acorde a nuestras verdades, desde la perspectiva de seres
libres, en compromiso con lo “real” y su alegoría.
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