EL 24-M Y LA LÓGICA DEL ESPECTÁCULO: ¡VÓTAME, GILIPOLLAS!
POR PEDRO ANTONIO HONRUBIA
HURTADO
No diga política, diga espectáculo. El espectáculo, diría
Debord, no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas
mediatizada por imágenes. No importa tanto lo que de verdad sean las cosas,
como la representación de dichas cosas que uno es capaz de percibir a través de
todo el circo mediático que acompaña a […]
No diga
política, diga espectáculo. El espectáculo, diría Debord, no es un conjunto de
imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes. No
importa tanto lo que de verdad sean las cosas, como la representación de dichas
cosas que uno es capaz de percibir a través de todo el circo mediático que
acompaña a los actores políticos en batalla electoral. Un minuto de televisión,
que diría Monedero, se torna más importante que un buen programa electoral, una
buena organización de base o un buen debate, sosegado y razonado, sobre aquello
del “qué hacer”. Los mensajes electorales no se dan en tiempo real y no se
expresan en un lenguaje racional, se emiten siempre, como ficcionalización de
la realidad, en diferido, y lo hacen desde
lo emocional para lo emocional, en el lenguaje de los sueños, de los
mitos o de los símbolos sociales. No se reciben, se interpretan. No te hablan
de lo que eres, sino de lo que crees ser, o, peor todavía, de lo quisieras ser
según lo que se desprenda de lo socialmente establecido como hegemónico. Todo
el año es campaña electoral, toda intervención es un acto de campaña.
Todos los
partidos que se disputan la representación del electorado con alguna opción
real de llegar a ejercer dicha representación en alguna institución pública
comprenden, en mayor o menor grado, esta lógica. Una lógica que lleva implícita
una sustitución de lo ausente por lo presente, donde el ausente es siempre el
representado. El voto otorga a una misma vez poderes de representación y
estatus sagrado de representante. El electorado no se ve representado en
programas, ideas o personas, sino en ausencia de participación. Su forma de
estar en política institucional es no estando. El ordenamiento legal así lo
hace posible. No hay mecanismos reales que garanticen la asunción de
responsabilidades por parte del representante y nada puede garantizar al representado
que su voluntad representativa, aquella que delegó mediante su voto al
representante, será respetada. Sobran los programas.
Una promesa
electoral no es un contrato, es un anuncio. Con ella no se presenta un programa
de gobierno, se vende una imagen, una marca, un líder, un representante. Se
trata de hacerse atractivo ante el electorado para que, con su voto, te
permitan ocupar en primera persona su ausencia, sin más compromiso a respetar
que el que tienes con tu propia imagen como representante, para que esta pueda
resultar de nuevo atractiva en el próximo proceso electoral y permitir que el
votante te renueve su confianza en tu capacidad de representar su ausencia
seductoramente. Solo de tu ética personal depende, mientras tanto, que seas más
o menos fiel al mensaje-anuncio por el que te votaron.
Eso sí, los
anuncios-mensajes con los que un candidato o candidata, o un partido, se
dirigen al pueblo en busca de su apoyo electoral pueden ser más o menos
racionales, más o menos sinceros, más o menos ajustados a la realidad. Los hay
que pretenden ganarse la confianza del electorado en base a una conexión
emocional con sus demandas y problemáticas más propiamente reales, y los hay
que simplemente pretenden conectar con lo que habita en su imaginario socio-político,
el subjetivo-identitario y el colectivo. Los hay que pretenden basarse en las
cosas que de verdad pasan y los hay quienes pretenden basarse en ilusiones
creadas con apariencia de verosimilitud. Los hay quienes hablan desde la
realidad misma y los hay quienes, al hablar, son capaces de construir realidad
ficticia con apariencia de realidad-real. Los hay quienes para hablar se apoyan
en hechos reales racionalizados y razonados y los hay quienes simplemente se
basan en una apelación constante a razones simuladas capaces de conectar con
los deseos idealizados de la masa social. Los hay sinceros y los hay
mentirosos, en resumen.
Llegamos así a
una campaña electoral en la que candidatas sin programa, como es el caso de
Aguirre o Cospedal, pueden ganar las elecciones, o en el que secretarios
generales de un partido que aspira a gobernar en miles de pueblos, ciudades y
CCAA, basan su campaña en la invención de historias sobre supuestos comentarios
recibidos por parte de una ficticia mujer que les habla directamente con el
corazón en la mano de sus problemas y necesidad de soluciones, mientras que a
quienes los medios exigen conocer su programa o califican de “vendedores de
humo” es a otros. Una campaña en la que se puede ir primero en las encuestas
apelando simplemente al “vótame” y nada más. Una campaña, en definitiva, en la
que se puede tratar al votante como auténtico gilipollas y no pasa
absolutamente nada.
Cospedal y
Esperanza Aguirre se presentan a las elecciones sin programa electoral.
Cospedal lo presentará el último día de campaña, Aguirre lo ha despachado con
un folio. Siempre habíamos sospechado que su estrategia electoral se basa en
tomar a sus potenciales votantes por gilipollas, pero esto ya es demasiado
evidente. En ambos casos les basta con que el potencial votante crea que son
alternativa a ese “otro” algo que los medios han presentado como el diablo.
Apelar a ETA o a Venezuela es suficiente para hacer campaña. Mentir, engañar,
manipular, hace todo lo demás. Es la lógica del espectáculo llevada a su máxima
expresión político-electoral: aquella que no solo omite al representado y
otorga toda presencia en la vida política institucional al representante, sino
que lo hace, además, desde el absoluto convencimiento de que el representado es
gilipollas: sin presencia y sin capacidad de razonamiento. Su campaña electoral
se basa, pues, en un único mensaje central: ¡vótame gilipollas!
Aunque lo
verdaderamente significativo es que,
pese a ello, llega el día de votar… y millones se sienten identificados con esa
apelación; millones obedecen a esa orden.
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