PALABRAS DE RAFAEL YANES EN LA
PRESENTACION DE RELATOS DE QUESEYO
Buenas tardes.
Hace dos meses, mi amigo Juan Henríquez me entregó el manuscrito
de estos Relatos de quéséyo con el encargo de que hiciera su presentación. Acepté
inmediatamente, aún sabiendo que no soy la persona adecuada, pues estoy muy
lejos de ser un crítico literario, pero no puedo negarle a Juan algo que me
pueda pedir. Nuestra amistad es antigua y sincera. De ésas que no necesitan la
relación diaria para que ambos sepamos que es real. Además, compartimos dos
aficiones que cultivamos con entusiasmo. En primer lugar, la palabra escrita.
Ya saben que alguno ha dicho que escribir es perder el tiempo. Y es cierto.
Gracias a que algunos como Juan pierden el tiempo escribiendo, otros pueden
perderlo leyendo. Y coincidimos también en una pasión que no está de moda en
estos momentos: el compromiso social, el debate de las ideas basado en la razón
y alejado de los recursos retóricos que siempre surgen a la sombra de una
crisis como la que padecemos. Por estas razones no pude negarme y debo
manifestar que para mí es un honor participar en este acto.
La presentación de un libro siempre es un acontecimiento de gran
importancia porque se nos ofrece una nueva oportunidad para sumergirnos en el
mundo mágico de la literatura. Se puede considerar que es un nacimiento comparable
al de un niño. Al llegar un hijo, sus padres sienten la alegría de aportar algo
de sí mismos para el futuro, aunque pronto llegan al convencimiento de que poco
a poco dejará de ser propio para tener autonomía plena. Algo similar, pero mucho
más violento sucede en el caso del libro, ya que en el mismo momento de ser presentado
abandona al escritor para pertenecer a la colectividad. Por eso su exposición
pública es, de alguna forma, una despedida de su autor y un recibimiento por
parte del mundo de la palabra escrita que nos pertenece a todos. Y es que toda
obra literaria es de los lectores, no de quien la escribe. La interpretación es
de ellos. Su contenido les pertenece. De poco vale lo que quiso decir el
escritor. Quien lee no modifica la obra pero hace que tenga múltiples visiones
que pueden alejarse incluso de las intenciones de su autor. En un libro, lo
importante es lo que entiende el lector y no lo que alguien pretendía expresar
al escribirlo. Hoy, Relatos de quéséyo
se despide de Juan Henríquez y le damos la bienvenida al universo de la
creación literaria, logrando el sueño de todo aquello que se redacta con la
ilusión de ofrecerlo a los demás.
Porque escribir es plasmar en palabras lo que sentimos. Decía
Foucault “no escribo lo que pienso, sino que escribo para saber lo que pienso”.
Es decir, sólo definimos exactamente nuestro pensamiento cuando intentamos
reflejarlo en un texto escrito. Y eso es siempre un reto ilusionante. Escribir.
Modelar en palabras realidades imaginarias. Dar rienda suelta a nuestra
capacidad creativa. Entrar en la incertidumbre del mundo fantástico de la literatura
sin saber muy bien cómo terminará. Sólo cuando se escribe es posible precisar
las ideas. Labrar por escrito un sentimiento es hacerlo realidad. Y escribir es
el refugio adecuado para el desahogo de emociones no confesadas, para
no olvidar recuerdos infantiles, para soñar ilusiones y, por
supuesto, para expresar nuestro inconformismo. La escritura es lo único
que logra que esos sentimientos impacten incluso en las personas que nunca
tuvieron la capacidad de apreciarlas ante sus ojos. Esa es la belleza de la
literatura. Hacerle llegar a los demás sensaciones que estaban al alcance de su
vista pero que no supieron percibir.
Creo que justamente eso es lo que ha hecho nuestro amigo Juan
Henríquez en la presente obra. Saca de sus adentros emociones que nunca ha
confesado, atrapa recuerdos infantiles de algún rincón que se resiste al olvido,
expresa su inconformismo vital y sueña realidades.
Pero no basta con escribir para que exista literatura. Además,
es necesaria la conjugación de un trío indivisible: autor, texto y lector. Si
falta alguno de ellos, no hay obra literaria. Los dos primeros son
innumerables. Yo diría que pocos son los que no tienen la intención de escribir.
Todos somos escribidores, en palabras de García Márquez, ya que aquello de
escritor se nos antoja mucho más complicado. Al fin y al cabo, una novela no es
otra cosa que una serie de palabras conocidas por todos y ordenadas para
expresar hechos y sentimientos, que es lo que Juan Henríquez nos ofrece en este
volumen, mas, como hemos dicho, no es suficiente. Autor y texto son bastante habituales.
Pero el tercer elemento indispensable, el lector, resulta mucho más complicado.
Y sin él no hay literatura. Si nadie la lee, no es una obra literaria. Cuántas
novelas habrán quedado durmiendo en un ordenador por no haber conseguido el
sueño de llegar al público que lee y así formar parte de la literatura. Cuántos
manuscritos habrán terminado en papeleras anónimas sin haber llegado a las
manos del lector. En ocasiones por el miedo escénico que siempre limita exponer
nuestro interior al criterio ajeno, y también porque el mundo literario es
economía, y las editoriales ven al lector como un consumidor, como un cliente,
lo que lleva aparejado que el escritor sea el diseñador de un producto de consumo.
Eso choca con quien, como Juan, pretende que su creación sea una obra para el
disfrute intelectual, para la reflexión.
Ése es el reto que tiene todo aficionado a escribir después de
sopesar si es capaz de construir una obra en la que los demás perciban
belleza literaria, si tiene la creatividad suficiente como para ofrecer
un argumento novedoso y atractivo, si puede imaginar una trama diferente
a todas las que ya se han publicado, pero sobre todo, le asalta el miedo
escénico de exponerle a los demás aquello que ha redactado. Juan Henríquez, con
“Relatos de quéséyo” superó todas esas incertidumbres, sin duda animado por el éxito
de sus agudos artículos en Diario de Avisos, y, sabiendo que ni él ni su
editorial se van a hacer ricos con esta publicación, hoy es una realidad. Estamos
aquí para que ese tercer componente de la literatura, el lector, por fin pueda
acceder a su obra.
El presente volumen contiene, como su nombre indica, historias
muy variadas, relatos de… quéséyo. Encontramos simpatía en “Culpado sin causa”,
crueldad en “Encuentro fatídico”, inconformismo utópico en “Rebeldía letal” o
brutalidad en “Bestia paterna”. Y es que cuando un escritor redacta, brotan desde
su interior de forma espontánea vivencias propias. A veces distantes pero inevitablemente
experiencias que le impactaron, en especial durante su infancia. En esta obra
se puede apreciar claramente. Me atrevo a afirmar que el relato titulado “Inolvidable
recuerdo” es una obra que tiene muchos elementos que en algún momento de su niñez
se grabaron en la memoria de Juan Henríquez. Está escrito con una intensidad
que difícilmente puede encerrar aquello que no es propio. En los demás relatos
se habla de lugares imaginarios que posiblemente se pueden identificar con esta
isla como Playa Sorpresas o Tanfía, pero aquí se nombra un pueblo real: La
Cisnera, en Arico, donde nuestro autor vivió esos primeros años de vida que se
aferran a la memoria para no abandonarla jamás. En este relato, lo sucedido a
un niño durante un viaje en guagua en el que presencia la muerte voluntaria de
un hombre, parece vivido en primera persona.
Y junto a tantos recuerdos, encontramos soplos de creatividad
llenos de belleza literaria. “Sueño Cósmico” es un relato donde nuestro autor
da rienda suelta a la fantasía y demuestra tener recursos para regalarnos pasajes
hermosos como éste:
“…el punto luminoso inicia
una metamorfosis convirtiéndose en una gigantesca nube plateada que abre las
compuertas de una gran ventana invitándome a que observe lo que hay en su
interior. No me queda ni un milímetro del espacio sideral que se presenta ante
mi vista sin observar detenidamente, concienzudamente, y, ¡nada de nada! El
infinito se presenta vacío, desprovisto de alma y espíritu. La conclusión es
cruda y real: allí no está Dios“.
Aunque lo más característico de su estilo es la claridad. Como
en toda obra de arte, quien la realiza siempre refleja su personalidad. Y este
caso no es ninguna excepción. Los que conocemos a Juan sabemos de su
insobornable pasión por hablar muy claro. Y sus escritos así lo manifiestan.
Redacta con la contundencia que le caracteriza al hablar.
Pero hay una sorpresa al final del libro. Juan nos ofrece un
regalo inesperado, al menos para mí. Después de los relatos de quéséyo, culmina
la obra con un desafío poético que sinceramente me impactó porque desconocía
esta faceta de nuestro autor. Y de ese relato poético extraigo estos versos transgresores
para terminar:
¿A quién le interesa un ser
así?
registrador de contenedores
de basura
donde arrebata pan duro y
esqueletos de pollo,
ropa embadurnada de pintura
de labios con fragancia de amantes
a los que levanta acta de
embargo
incluyendo los zapatos de
charol que lleva puestos
Felicidades Juan.
Muchas gracias a todos.
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